La calidez que se sentía en el salón era maravillosa, aunque el vestido era abrigado y acogedor, afuera estaba haciendo más frío de lo usual, al parecer se había adelantado la temporada de invierno o quizás solo era algo momentáneo.
Madamme Giselle definitivamente era una mujer muy conocida, había paseado junto con ella casi todo el salón y cada nada se detenían a saludar a alguien, de tantos que había saludado hasta había olvidado el nombre de la última pareja que se presentó.
—¡Oh mira señora Hamsley! — cuánto odiaba ese apellido —Ese cuadro es hecho por una artista fabulosa, su nombre es Ellen Sharples.
—¿Una mujer? — Dayanne sonrió, le parecía fantástico que una dama se mostrará con la misma capacidad artística de un hombre.
—Si, son pocas las que se dedican al arte, pero las hay y talentosas
Madame Giselle se giró y cambio de rumbo hasta otro cuarto donde algunos aprovechaban que no hubieran objetos que pudieran dañar para bailar al son de la orquesta, Dayanne había pasado a la oferta de Giselle, ya que quería observar detenidamente las obras, no había tenido la oportunidad de estar en una exposición y lo peor, no saber que se sentía tener uno de estos objetos en su procesión.
Dayanne deambuló por las habitaciones encontrándose con quiénes madame Giselle había intercambiado palabras y aunque quizo entablar una conversación con algunos, solo les sonreía mientras seguía con su recorrido.
Además no recordaba el nombre de ninguno de ellos.
Al encontrarse en el último salón, una pintura llamo su atención, sabía que se trataba de una mujer, le parecía familiar pero no sabía de dónde, la pintura cuyos tonos eran grises transmitía cierta nostalgia, no se podía apreciar bien su rostro, pero si lo que proyectaba.
Tristeza y soledad.
Dayanne corrió por los salones hasta encontrar a madame Giselle sonriente y alegre, bailando en el centro del salón con un caballero de edad media, sin duda esta mujer irradiaba alegría.
Debía saber dónde podía adquirir la pieza de arte, la quería, necesitaba tenerla, no sabía porque pero la quería.
—Lo siento — una voz conocida se disculpaba por chocar con ella —No era mi intención... ¡Señora Hamsley!
—Doctor, un gusto volver a verlo.
—El gusto es mío — Dayanne vio a una agradable joven del brazo del doctor y recordó su obligado matrimonio.
—Con permiso me retiro, estoy buscando al galerista... Aunque no tengo idea de quién es. — bufo Dayanne al ver cada vez más lleno el salón.
—No se preocupe señora Hamsley, es muy fácil reconocerlo — la esposa del doctor trato de ocultar una risilla —Lo ví hace un momento en aquella habitación.
—Gracias, iré ya mismo a buscarlo — sus inclinaciones eran todo lo que se podía esperar de una aristócrata.
Y como había dicho el doctor, no dudo en saber cuál era a pesar de tanta gente, su frac azul eléctrico y algo brillante deslumbraba entre todos, además su cabello largo estaba atado con una trenza algo laboriosa, aunque sin duda su porte y elegancia también sobresalían en la multitud y en la forma que hablaba con ella incluso antes de haberle dado su nombre.
—¿Cómo que ya está ofertada? — no, ella la quería, debía ser de ella a como diera lugar. —¿Cuanto?
—¿Perdón? — el galerista sorprendido por lo dicho por ella, solo sonrió haciendo que Dayanne se llenará de coraje.
—Le daré el doble, no creo que le quede difícil rechazar la propuesta.
El galerista parecía no comprender como una dama se atreviera a tanto y menos a tentarlo cuando ya había dado su palabra. Para un hombre de esa época por más folclórico que fuera, se debía a su palabra de honor.
—Habla con él — señaló a un hombre de unos treinta y tantos años, cabello rizado y rubio oscuro, Dayanne giro a ver el galerista sin entender —Él la oferto.
¡Rayos!
—¿Qué posibilidades tengo?
La respuesta no llego y sin duda no llegaría, ya que el galerista solo se limito a mirarla, pero estaba claro que esa noche había surgido una Dayanne que no tenía permitido salir en épocas anteriores.
—¿Qué obras deseas vender con urgencia? — ella no podría negociar con un hombre que no conocía, pero seguramente el hombre de traje vistoso podría hacerlo con algo de motivación. —Te las puedo comprar.
—¿Qué está insinuando?
—Son negocios caballero — él hombre se giró dubitativo, pero su difunto esposo una vez le había dicho que todos tenían un precio y esperaba que este hombre también.
—Diez mil libras por todo — Dayanne no dudo un segundo para aceptar, era mucho dinero pero esa pintura lo valía, su nueva vida empezaba y esa pintura sería su motivación para ello.
Dayanne tomo unas cuantas copas de vino mientras observaba a un desesperado galerista intentar por todos los medios de convencer al hombre de ceder el cuadro.
Quizás era algo egoísta o mala persona, pero sentía un cosquilleo en su estómago que la hacía querer soltar una carcajada al ver cómo se desesperaba el hombre por la insistencia del galerista.
Unos minutos después él galerista algo aliviado se acercó de manera discreta a ella.
—Cedió, cancelo la oferta... — él hombre dudo en continuar con su discurso, pero Dayanne con un gesto le animo a seguir —A cambio quiere saber quien fue quien la compro.
—De acuerdo, en media hora le dirás, espero las piezas en el hotel central al medio día, allí recogerás el dinero — Dayanne quien le daba la espalda al galerista se retiró con una sonrisa en sus labios.
Ahora debía buscar a Madame Giselle con urgencia, sabía que hombres como ese, iban en busca de algo más, aunque se suponía que a eso venía, pero ese sin duda no era su tipo, aún cuando no sabía cuáles eran sus gustos en cuanto a hombres.
—¡Por fin la encuentro!
—Señora Hamsley me alegra que se esté desenvolviendo sola entre tanta gente — la mujer parecía algo agotada, sin duda no había dejado de bailar desde que la había dejado en el salón de baile.