Pase Lo Que Pase

CAPÍTULO 29

Me encontraba en la terminal esperando que Pam apareciera de un momento a otro. Estaba bastante inquieta. Dejé mi bolsa de viaje en el suelo y busqué mi móvil. No había ningún mensaje en la bandeja de entrada, así que di con el número de Pam y la llamé.

—Sí ¿Qué ocurre? —dijo con bastante desparpajo.

—Pam, soy yo, Lia. Estoy en el aeropuerto esperándote. ¿Dónde narices estás?

—Bueno, en estos momentos detrás de ti.

Me giré de golpe, con el móvil todavía en mi mano, para ver el rostro de mi amiga. Su largo pelo negro caía rebelde, a capas, por su rostro, enmarcando unos ojos azules grandes y fieros que en esos momentos me miraban con diversión y ternura, dándome una cálida bienvenida. No pude más que abrazarla. Había vuelto a casa; estaba con mi gente, con mi familia. Sin poder contenerme, las lágrimas brotaron al sentir de nuevo el calor de casa, el refugio que todos buscamos cuando el mundo nos hiere. Me oí a mí misma soltar un lamento y me di cuenta de que mi llanto se había hecho evidente.

—Eh, eh, Lia, ¿qué ha pasado? —preguntó algo alterada.

—Nada —dije entre jadeos—,  no es nada. Ahora no puedo... hablar, Pam.

—Lia, mira cómo estás, ¿qué ha ocurrido? Y no me digas que nada, porque eso no hay quien se lo trague, amiga.

Me abracé más fuerte a ella porque no podía contener mi llanto ni mi malestar. Realmente, mi estado de ánimo había bajado varios pisos. El día había sido muy duro e intenso. Hacía más de veinticuatro horas que había descubierto que el hombre del que me había enamorado tenía un complot oculto con mi padre, el que había  resultado en un ser totalmente desnaturalizado, para el cual tenía el mismo valor que cualquier inversión. Era normal sentirse hundida. Mi mundo se había puesto patas arriba, dejándome sumergida en el más profundo dolor y desesperación. Pam me abrazó más fuerte e intentó consolarme. Cuando conseguí sosegarme un poco, me separé de Pam para observarla.

—Lia, ¿te encuentras mejor? —preguntó con tono preocupado.

—Sí —dije después de soltar uno o dos hipos.

—Entonces vamos a un sitio tranquilo donde me puedas contar qué te ha pasado. Y, después, le cortaremos la cabeza a quien sea que te haya hecho esto. Nadie se mete con mi amiga sin pagar las consecuencias —dijo, echando su brazo por mis hombros.

Pam, condujo con destreza y me llevó a la pequeña cala que siempre había sido nuestro lugar preferido. A estas horas no solía haber nadie, ya que era de noche. Apagó el motor y el silencio se hizo presente. Después de unos segundos, Pam fue, como siempre, directa al grano.

—Bueno, ¿me lo vas a contar o tengo que sacártelo a puñetazos? —dijo con una media sonrisa.

—Tú, como siempre, de chica dura, ¿no? Eso no cambia, ¿verdad, Pam?

—Criarse con cuatro hermanos varones y una vecina que confabulaba para tocar las narices a todo el que tenía la osadía de meterse con nosotras, me ha hecho ser una chica todoterreno, ¿no crees? 

—Sí, es cierto. Pero yo no te metía en líos; tú me seguías. ¿Qué querías que hiciera? Ya me lo decía mi abuela: Lia, tienes demasiada imaginación.

—Sí, eso, y que no soportas que te pisen: quien te busca te encuentra. Doy fe de ello —soltó entre risas.

—Mira quién vino a hablar; tuve una buena maestra. ¡Caray!, aquellos fueron tiempos increíbles. ¿Por qué no podemos quedarnos allí para siempre? —pregunté con nostalgia.

—¡Uhhh, amiga! ¿Quién te ha roto el corazón? No me lo niegues. Te conozco demasiado bien, y lo sabes.

—¿Recuerdas que te hablé del idiota que se dedicó a hacerme la vida imposible cuando llegué a la universidad?, ¿el que decidió odiarme desde el primer momento en que nos tropezamos?.

—Claro, el gilipollas que estuvo a punto de pillarte con la moto. Pero Lia, ¿qué tiene que ver ese deficiente con tus penas de amor?

—Pam lo siento yo... Yo debí contarte la verdad... Sé que tenía... —susurré con la cabeza agachada, sin atreverme a mirar a mi amiga a la cara.

—Lia, espera un momento. ¿Me estás intentado decir que ese gilipollas que te estuvo machacando en la universidad es el tío que te ha roto el corazón?, ¿en serio? Joder, no me lo puedo creer. Pero, ¿qué narices te ha pasado? —dijo algo alucinada—. Si no recuerdo mal, estuviste más de dos horas planchándome la oreja con ese retrasado mental y con el odio que sentías por él. 

—Sí, y en un primer momento fue así —dije con un débil gimoteo—. Pero luego... No sé lo que me pasó. Una parte de mí le odiaba, pero otra lo deseaba.

—Y, ¿por qué no me contaste lo que estabas sintiendo por él, Lia?

—No te enfades, Pam. No lo hice porque me sentía muy confusa. Yo misma no me entendía. No sabía qué me estaba ocurriendo, cómo podía tener esos sentimiento hacia él. Pam, sé que debería que haberte dicho algo, pero me sentía tan avergonzada por la pasión tan incontrolable que me despertaba —solté, intentado controlar mi llanto.

—Así que, al final, ese idiota te ha roto el corazón. Vaya, Lia, te ha tenido que dar muy fuerte con ese tío. Te conozco de toda la vida y sé cómo te las gastas cuando algún gilipollas te ha buscado las cosquillas.

—Yo no estaría tan segura —dije casi al borde del llanto—. Mira cómo me encuentro.

Pam se apiadó de mí, me atrajo hacia ella y empezó a consolarme entre abrazos y palabras de ánimo. Le conté todo lo que había ocurrido, tanto con Marcus como con mi padre, y el escabroso plan que tenían montado para cumplir un acuerdo pactado hace mucho tiempo.

—Joder, no me lo puedo creer, Lia. ¡Es todo tan retorcido!

—Lo que más me ha dolido no ha sido la actitud de mi padre; eso es algo con lo que puedo lidiar, lo he hecho toda mi vida. Lo que más me duele es ver hasta dónde ha sido capaz de llegar Marcus para conseguir su propósito.

—Sí, ese tío es un desgraciado. Pero no te preocupes, Lia. Ahora ya estás en casa. Te has desligado del control que tu padre ejercía sobre ti y vas a empezar a estudiar en Stanford. Eso significa que iremos juntas a la universidad y estarás con tu familia. Creo que tienes muchas cosas de las que alegrarte.




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