Días antes. Todos vestidos de negro.
No por moda, ni porque fuera un concierto de rock pesado. Era un funeral, el de Archie.
Hace dos días que Alex Kneef no iba a la escuela, no podía siquiera levantarse de su cama, no quería mirar a nadie, ella no quería existir.
Los padres de Archie la abrazaron, la madre rompió a llorar, el padre no despegaba la mirada del suelo, y ella se sentía culpable. ¿Y si había sido su culpa? ¿Cómo iba a seguir sin Archie? ¿Qué había pasado con sus planes?
Alex miró la lápida, aún abierta, él se veía tan bien, vestido con un traje oscuro que le quedaba holgado, bien peinado, los ojos cerrados y una sonrisa… pero ese no era él, era lo que quedaba de su cuerpo.
Una sonrisa falsa. Lo único que ella necesitaba, con desesperación, era ver los hermosos ojos verdes de Archie, el Archie que extrañaba, el que creía haber amado.
¿Era eso lo que quedaba para ella? ¿Creer que él la quiso también?
Durante el resto del funeral Alex tuvo la vista perdida en un punto cualquiera, pensando en Archie.
Y ahora nos ubicamos en el verano pasado.
En el verano hubo una fiesta, sólo podías asistir si estabas en tus últimos tres años de secundaria, y Alex acababa de pasar al penúltimo. No estaba muy emocionada, sólo iba a acompañar a su mejor amiga, para que sus padres le dieran permiso, no le gustaba mucho la idea de las fiestas.
Pero obviamente Alexandra no iba a dejar sola a su mejor amiga, ellas dos formaban un equipo, y un equipo se apoya.
Así que se arregló cuanto pudo, lo que no se separaba de la sencillez que le agradaba. Maquillaje suave, botines de tacón, un jean clásico y un suéter que le había robado a su hermana hace años. Nada de otro mundo.
Su amiga, Jade, iba motivaba por intentar llamar la atención del chico que le gustaba, no era tan partidaria de la sencillez.
Esa noche, entre adolescentes ebrios y pasteles de procedencia dudosa, Alex no se sentía especialmente cómoda. El anfitrión de la fiesta era de su escuela, pero la mayor parte de los invitados no lo era.
Jade le puso el ojo al chico que le gustaba, como era natural, pero no era reciproco, y Alex notó que su amiga estaba fastidiada por al ver al chico que le gustaba coquetear con otra persona, así que fue directamente a hablar con él.
Ella estaba en una esquina, no muy a gusto, cuando un chico se sentó a su lado, tampoco parecía estar en la onda de la fiesta.
El chico tenía una gran nariz, fue lo primero en lo que Alex se fijó: su gran nariz, le pareció atractiva, hacía juego con sus cejas, que no eran tan oscuras como su cabello, su cuerpo era menudo y sus ojos eran verdes. Sus mejillas se abultaban cuando bebía el líquido transparente de su vaso.
— ¿Q-Qué bebes? —indagó con timidez.
Archie encogió los hombros.
—Agua—su voz era suave y hechizante—. No me gusta el alcohol, no es que mis padres no me dejen beber, obviamente no me dejan, pero no es por eso… es el sabor. Prefiero el agua.
La lengua se le enredaba y sus mejillas se sonrojaban, la chica de cabello corto y linda sonrisa lo ponía nervioso, las chicas y las interacciones humanas lo ponían nervioso en general. Le parecía hermosa, una belleza no común, como Lady Di, aunque sin su popularidad; no muchos notarían esa belleza como él lo hacía. Quería agradarle, quería ser su amigo, mataría por ser más que su amigo.
—Me gusta el agua, Señor Desconocido—bromeó Alex.
Él se rio, no era muy ruidoso, cuando reía su nariz se arrugaba. Alex quedó fascinada; «Dios Santo, amo su risa».
—Sí, mi nombre es Arquímedes Donovan, me dicen Archie, parece sacado de caricatura, pero mis padres dicen que soy como un Goofy andante.
—Excepto por la altura—comentó e hizo explotar a Archie en una carcajada, ciertamente era bajo y menudo—. Me llamo Alexandra Kneef, pero tú llámame Alex. No es un apodo opcional, ojo.
Archie entrecerró sus ojos, como si intentara retarla a algo, no le importaba verse estúpido, ella parecía disfrutar su inexistente sentido del humor. Se rindió en lo que sea que estuviese haciendo.
—Ahora estoy tentado a llamarte Alexandra.
—Muy bien, puedes ser Goofy.
Pasaron toda la noche hablando, Archie era un chico maravilloso, un nerd como ella. Le encantaba Harry Potter, Star Wars, las películas de superhéroes, E.T., la teoría Pixar y ponía piña a la pizza.
Todas esas eran cosas en común con las que Alex intentaba justificar lo mucho que le encantaba la risa de Archie, el chico Goofy.
Además, era un caballero. Se ofreció a acompañarla camino a su casa, que quedaba en la otra calle, originalmente se suponía que Jade la acompañaría, pero Jade quería quedarse hasta el amanecer y ella por su lado tenía permiso para volver sin que sus padres la buscaran sólo con la condición de respetar el límite de la 1 a.m.
Intercambiaron números de teléfono mientras caminaban y hablaban de las estrellas, a Archie le gustaban pero no sabía el nombre de las constelaciones, cosa que Alex sí.
—Eres la primer persona que conozco que sabe el nombre de las constelaciones.
Ella sonrió.
—Bueno, eres el primero con el que puedo presumir lo que aprendí en el Club de Astronomía.
Archie la observaba a ella maravillada con los diamantes en el cielo, le recordó a una canción de The Beatles.
—Yo estoy en el Club de Dibujo, una vez intenté dibujar una constelación, busqué “Constelación” por Google, pero mi computadora se quedó sin batería y estaba en modo incógnito, al otro día no sabía cuál estaba dibujando, así que tengo sólo media constelación. A veces soy muy tonto.
Todo lo que él decía le hacía gracia, era muy dulce.
—Me sorprendes, chico Goofy.
Por alguna razón su sonrisa sólo se agrandaba, seguro parecía un estúpido. Ahora mismo no le preocupaba mucho.
—No me digas que en serio vas a llamarme “chico Goofy”—hizo una mueca—. ¡Eso no es justo!
Ambos estaban conscientes de que la ida a la casa de Alex era mucho más rápida de lo que ellos iban, pero disfrutaban la compañía. Archie era muy tímido, no se acercaba a la gente, y Alex se consideraba a sí misma demasiado rara como para agradarle a alguien. Entre ellos había química, dos chicos acostumbrados a ser casi invisibles.
Por supuesto que Archie no era un dios griego con cuerpo de atleta olímpico, pero a Alex le gustaba, le parecía muy lindo. Cuando llegaron a su destino él se quedó viendo un aviso en el césped frente a la casa.
El perro no piensa a quién muerde, él muerde y después piensa.
—Lindo panfleto, Alexandra—mencionó sarcásticamente, tratando de ocultar su rostro de pánico por los perros grandes.
Editado: 03.04.2021