Chelsea
—Despierte —escucho una atractiva y muy masculina voz y ¡santo cielo!, deseo seguirla, pero… ¿Y si es la voz de la loca luz al final del túnel? En definitiva, soy muy joven y demasiado bella para pasar al otro lado.
Sin embargo, gracias a mis buenos presentimientos y los baños que aquella mujer me hizo, estos no hacen más que indicar que hoy es mi día de suerte y que siga la luz, y eso haré.
Abro los ojos, y lo encuentro, un príncipe, ¡un rey!, es guapo, gruesas facciones y por lo que siento en mi cintura, es fuerte, ¡tal como lo pedí!, parece que así me lo enviaron y no lo dudo linduras, no lo reflexiono y me arriesgo, llevo mis manos a su nuca y sin pensarlo dos veces, me ocupo de sus labios. Intenta hacerse el difícil, pero mi insistencia puede más, hago que sus labios se rindan y se separen dándole paso a mi sucia lengüita que, con rapidez y astucia, entra en combate con la suya. Mis dedos se enredan en su sedoso y brillante cabello, provocando que las mariposas formen revuelo en mi estómago; sin embargo, al tiempo en que esa sensación surge, aumenta, también lo hace el dolor causado por la presión que ejercen sus dientes sobre mis labios.
—¡Ouch! —Me quejo de inmediato— Por lo que veo ya no es un príncipe azul, menos un rey, pero si puede ser quien me saque de esta suerte tan cochina que tengo —hablo de más y unas pequeñas y muy aniñadas carcajadas inundan mis oídos.
—No soy ningún príncipe, menos un rey y creo que está muy grandecita como para que ande creyendo en los cuentos de hadas, ¿le parece? —pregunta dejando que sus facciones se tornen duras.
—Desesperada, loca y es un desastre, ¡perfecta! —murmura esa dulce voz y en mi intento por buscarla, hago inminente el choque entre su frente y la mía— ¡torpe! —Se ríe con fuerza.
—Elle, a tu habitación —ordena el apuesto y amargado hombre de cuentos de hadas que acaba de llamarme vieja y recordarme que a mis treinta, no soy más que una fracasada.
Sin novio, anciana, sin trabajo, todo un caso echado a perder. No olvidemos que mi seguridad social no sirve ni para los cólicos en el estómago.
—No quiero —Se niega la pequeña de cabellos cobrizos, con hermosas farolas azules idénticas al océano adornando su rostro.
Su pálido rostro está cubierto de pecas, sus mejillas se encuentran incandescentes gracias a la pequeña demostración de mi estupidez y torpeza que le estoy dando.
Me sobo la frente, mientras él le da miradas severas a la pequeña que no hace más que plantarse en el lugar, blanquea los ojos al regresar a mí, acaba de darse por rendido con la tierna pelirroja.
—¿Cómo se llama? —Su atención vuelve a mi, sus manos también. Intenta examinarme o eso parece.
¿Cómo le llamo? ¿Doctor corazón? ¿Doctor guapetón? ¿O doctor necesito que me saque de la ruina en la que estoy?
—Che-Chelsea —balbuceo cuando sus dedos oprimen mi mentón— ¡con delicadeza, papito! —exijo por la cantidad de fuerza que estos ejercen.
—Jeffrey, llame por favor al doctor —pide a la nada.
—Soy doctora, no necesito uno.
Me niego a aceptar atención médica, ya tengo suficiente con los cargos hospitalarios de mi madre como para sumarles más gastos. Sin embargo, intento ponerme en pie, pero mis piernas en un dos por tres se desvanecen y si no fuese por sus manos que viajan con velocidad a mi cintura, hubiese sido inevitable que terminase golpeándome con el suelo.
—¿De qué? ¿De juguete o del mundo de fantasía en el que claramente vive? —cuestiona y mis ojos se tornan saltones, ¡es un atrevido!— Jefrey, mejor llame a un centro psiquiátrico —suelta desatando las risas de la pequeña que aún me observa y las suyas que retumban demasiado cerca de mi rostro provocando que la electricidad me recorra en su totalidad.
No me quedo con sus mofas, sino que lo golpeo con fuerza en el hombro, ocasionando que sus risas se vean reemplazadas por un leve quejido.
—¡Hey! —frunce el ceño y esta vez soy yo quien ríe— Puede ser la mejor doctora del mundo, señorita Chelsea, pero necesita una opinión profesional más allá de la suya —explica con paciencia—, así que, se quedará aquí y esperará a que el doctor venga a revisarla —ordena con voz firme y autoritaria, de esas que no aceptan un no por respuesta y me siento acongojada.
—No puedo sumarle eso a mi seguro… —hablo o eso intento, ya que no lo consigo a causa de que su dedo se interpuso entre mis labios.
—El doctor es de la familia, no se preocupe por los gastos —replica ante mi negativa y suelta una risilla al ver cómo uno de mis mechones desciende y cae en mi rostro, sopla haciendo que su aliento fresco y mentolado, me obligue a suspirar, dado que el beso, aunque corto, fue espectacular—. Ahora, siéntese —Aun con sus manos ciñéndose a mi cintura, me deja sobre el mueble— y yo iré a dejar a esta revoltosa y desobediente señorita en su habitación —describe acercándose a la pequeña y antes de que trate de huir, la toma en brazos y la sube a su hombro—. Póngase a gusto, ya regreso —avisa con la pelirroja pataleando.
—Nos vemos lindura —dice agitando su manito y con una enorme sonrisa en su rostro.
—Estás castigada Elle, por una semana —comenta aquel hombre.