Pequeña Casamentera

CAPÍTULO XII

Chelsea

Salgo de mi habitación y antes de cerrar la puerta, reviso que todo esté en orden, me cercioro de tener lo necesario antes de ir a visitar a mi madre.

—¿A dónde cree que va, futura señorita Philips? —escucho su gruesa y poco varonil voz y estalló en risas— ¿Quién le dio permiso? —pregunta— Si está conscientente de que no puede salir así, podrían enamorarla —abre sus ojos en grande y me enseña preocupación— y ya no haría lindos bebés con mi tiíto —agrega.

—Hola, cariño —Me doy vuelta y saludo a la pelirroja—. Sabes, sigue diciéndolo y en voz alta, puede que el sueño se nos vuelva realidad —Le aliento, dado que las palabras de los niños tienen poder y estalla en risas— y conoces muy bien a dónde voy y la respuesta es no, un rotundo y definitivo no —Me adelanto a su próxima pregunta, ya que sus deseos por abandonar el castillo del terror son tan grandes que en cada ocasión que voy a visitar a mi madre, se aparece de repente e intenta convencerme.

—Chelsea —chilla creyendo que sus tácticas de manipulación, así las llama su tío, funcionarán conmigo, pero no—, me portaré bien, no tocaré nada y quiero conocer a mi tía abuela —agrega—. ¿Si te casas con mi tiíto, eso sería, cierto? ¿Así se dice? —pregunta y solo llevo mis manos a mi rostro y niego.

¡Santo cielo! Es tan linda y se vuelve irresistible.

—¿Otra vez, señorita Philips? —supone Mitchell al vernos en el mismo lugar de siempre.

—Quiero salir y ser libre, disfrutar de la vida, enamorar y tener una familia —Se vuelve dramática, pero muy bien sabe que no nos convencerá, ya que no quiero perder mi trabajo y no creo que Mitchell la deje abandonar la casa—. Pero no —lleva una mano a su frente y bate sus pestañas— soy prisionera en mi propia casa, no me permiten vivir la vida que me merezco, esto es demasiado injusto —continúa haciendo gestos en extremo dramáticos y observo a Michell quien levanta los brazos y se aleja.

«¿Qué hago?» Me pregunto.

—Cariño, si te saco y sucede algo, peor mi príncipe se entera, lo más seguro es que pierda mi empleo y muy bien sabes que me gusta ser tu amiga, pero soy pobre, por lo que necesito el dinero —Le recuerdo la situación en que me encuentro.

—Chelsea, por fis por fis por fis —suplica uniendo sus manitos y enseñando cara de cachorrito y por más que mi príncipe azul me lo advirtió, creo que estoy comenzando a ceder—. Prometo que no tocaré nada, me quedaré como una estuatua y si lo deseas, no me sentaré, pero llévame —continúa con sus ruegos—. Mira, si te casas con mi tiíto, es bueno que desde ya ambas partes tengan buenos… —piensa, pero al parecer no recuerda la palabra—, esas cosas —Se rinde—, con la familia del otro —justifica y muero por ella.

—Elle, no seas así —pido.

—Por favor, Chelsea —insiste—, además no va a enterarse —sacude sus cejas y me rio, me rindo.

—¡Ah! —desespero un poco— Está bien —accedo a lo que pide y solo queda esperar a que mi jefecito no se dé cuenta por qué queda claro que me despide y no quiero ser una vez más Chelsea desesperada y Chelsea muerta de hambre.

—Dame quince minutos me cambio de ropa porque uno nunca sabe que en el camino se encuentre al amor de su vida y no creo que sea bueno que me vea así —señala su pijama de princesitas—, se perdería la chispa de nuestro amor, la magia de la primera mirada —agrega y estallo en risas.

«¡¿De dónde saca tantas locuras?!»

Me siento en la cabecera de las escaleras y la espero por un par de minutos, hasta que sus pasos resonando en las baldosas me invitan a darme vuelta y al observarla, juro que me la quiero comer a besos.

—Te ves hermosa —Le halago y su rostro se vuelve por completo rojo incandescente.

—Gracias, pero ahora vámonos antes de que te arrepientas —pide tomando mi mano y alentándome a avanzar.

La veo en su vestido rosa de princesas y se me hace demasiado bella y para estar encerrada toda una vida, parece que lo maneja de maravilla, ya que yo ya me hubiese vuelto loca.

—Señorita Coleman —habla Mitchell.

—Solo serán tres horas: una y una de vuelta y la que estaremos con mi madre —explico—. No tocará nada, no comerá nada, hasta prometió ser una estatua —La señaló y la pequeña sonríe enormemente haciendo que el hombre apuesto y mayor sonría.

—Está bien, ¿cómo planean llegar? —pregunta— No me diga que en transporte público —ruega y sonrío tensamente, ya que exactamente eso planeaba— ¿De verdad es doctora? —duda de mis capacidades y permanezco con la boca cerrada, ya que en este momento hasta yo lo hago, puesto que, justo eso pensaba hacer—. Tome —dice extendiéndome las llaves de lo que parece un auto y recuerdo que el mío lo perdí hace un par de meses luego de que lo embargaran como parte de mi deuda con mi abogado.

—¡Gracias! —Se alegra la pequeña y lo abraza— Te amo —expresa y él niega reemplazando su sonrisa por una enorme mueca que provoca que ella se ría.

—Gracias —agradezco antes de tomarla de la mano y salir.

—¿Sabes? —llama mi atención— Antes salía mucho en auto, pero solo al hospital y me divertía jugando con mi tío y mirando por las ventanas, así que dime: ¿los edificios ya son más gigantescos que antes? ¿Hay autos voladores como en las películas que no puedes decirle a mi tiíto que he visto? —curiosea y acaricio su rostro.



#135 en Otros
#61 en Humor
#456 en Novela romántica

En el texto hay: amor, jefe empleada, babysister

Editado: 29.07.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.