Diciembre 18, 2016
10:33 Pm
『 T Y E E 』
Termino de trapear el suelo y dejó las cosas en su lugar. Nueve horas seguidas han matado mis pies y también colapsado mi sistema. ¡Cómo me duele la cabeza!
No me gusta este trabajo, pero me sirve. Hace alrededor de unos seis meses que estoy trabajando como garzona de llamado en un café. Suelo venir algunos días durante la semana, cuando me necesitan porque tienen faltas o días libres. No es fijo, ni algo obligatorio, lo que es perfecto para mí, para mi vida social y de holgazana. Pero el hecho de que lo haya hecho por todo ese tiempo no cambia el hecho de que quede destrozada cada vez que termina el día. Siento como si fuera la primera vez que hago deporte en mucho tiempo.
La paga es buena, y al menos me da para vivir, y para poder ir pagando parte de la gran deuda que tengo con la carrera y la universidad. Tenemos dinero, y podría ser nuestra salvación, pero también podría ser lo que nos arruine por completo. Así como ocurrió con Vike, cualquier contacto con esas cuentas bancarias, nos deja al completo descubierto, y hace más fácil el rastrearnos, por lo tanto no podemos realmente tocarlas. A veces incluso yo misma me pregunto porque ingrese a estudiar si ni siquiera podía pagármelo, pero supongo que la respuesta siempre será la misma; necesitaba comenzar con algo de normalidad en mi vida. Ahora también busco ahorrar para poder dejar Alph sau, pagar un alojamiento de estudiantes o una habitación en arrendamiento. No es que me disguste estar allí, para ser sincera ya hasta me he acostumbrado, pero no puedo pasar toda mi vida a la sombra de Ian.
Casi cuatro meses han sido más que suficientes para hacerme amiga de los Titanes. Pensar en eso ahora me causa risa. Si cuando empecé mi segundo año de enfermería alguien me hubiera dicho que me volvería amiga de ese grupo, lo habría mandado a la mierda, me hubiera reído todo el día, y seguramente jamás volvería a mirarlo de la misma forma, me parecería entonces que tiene algún tipo de desorden mental. Los Titanes, Los Lobos y las divas están bien lejos del grupo de marginados al que yo pertenecía. Ahora los tengo a todos encima. Ya me he acostumbrado a ellos, a su forma de ser y de vivir, a su compañía y sus manías, pero aquel no es mi lugar y nunca lo será. Tarde o temprano tendré salir del hoyo en el que estoy.
Me cambio de ropa lentamente, porque aunque mañana sea lunes, no tengo apuro alguno, y realmente siento que mi cuerpo pesa el doble que cuando empecé el día. Mis compañeros ya se han ido, y solo queda la jefa de local terminando algunos papeles en su oficina. Me despido de la vieja bajo la tenue luz de la lámpara con un fuerte grito, ella levanta la cabeza y con los ojos cansados me forma una amable sonrisa.
La sensación me inunda inmediatamente cuando pongo un pie fuera de la cafetería. Vuelvo a sentirme como un objeto en vitrina. Observada. Me recorre un escalofríos por la espina dorsal como si alguien me hubiera pasado un hielo por la zona, y no puedo evitar comenzar a tiritar. Vuelvo a entrar y miro un momento el exterior a través de los ventanales. La calle está desierta y oscura, ni siquiera los focos de la iluminación de la cuidad son suficientes, casi parecen estar ahí para volverlo todo más tenebroso de lo que ya es, porque más que luz, dan sombras. Ya casi son las once de la noche y la gente en su mayoría está en su casa, mañana comienza de nuevo la semana. Solo gente como yo seguimos en la calle. Los pobres que debemos rompernos la espalda para lograr algo.
El teléfono me vibra en el bolsillo, aun temblando por la situación lo saco y leo el mensaje.
«¿Asustada, cielito?»
Trago saliva como si fuera un trozo entero de comida. Mis sospechas se vuelven realidad.
Es estúpido que la tía ruda de la universidad, a la que todo le importa una mierda y que no le teme a nada, reaccione de una forma infantil a este tipo de situaciones. Es cierto que hay alguien que evidentemente está acosándome, pero más allá de eso, solo son sensaciones que fácilmente podrían ser paranoias mías. El tema es que toda esta situación no me lleva más que a recuerdos del pasado que fuertemente quiero mantener alejados de mí y ojalá por siempre olvidados.
Vuelvo la vista al ventanal y marco su número. Su teléfono responde al tercer tono.
—¿Tyee?
—Hola Ian.
— ¿Que necesitas? ¿Estás bien?— algunas voces se escuchan por detrás de él, preguntan si soy yo quien llama, pero no puedo reconocer al dueño.
—Sí, estoy bien— respondo. Rasco mi cabeza un tanto nerviosa, no es común en mí pedir ayuda a los demás, aun así cuando es mi hermano. —¿Estas ocupado?
—Algo así, tengo algunas cosas que hacer con los chicos. ¿Pasa algo?
—No, no— me apresuro a decir. —Solo... Quería saber si querías que llevara algo para comer— miento.
—Estamos bien— responde. —Llegaremos tarde por cierto, no me esperes.
— ¿Dónde están? Mañana tenemos clases— se escuchan las voces de los chicos decir su nombre de forma de reproche y algunas cosas inentendibles más.
—Jhon dejo algo para que comas en microondas— me ignora. Vuelvo a sentir una voz a sus espaldas. Anunciando la llegada a donde sea que van. La voz es de Kylan. —Debo colgar. Nos vemos.
No espera mi respuesta y cuelga. El «Ti, ti ti». se escucha antes de que yo logré pensar en una respuesta. Vuelvo a quedarme sola en la única protección que me brinda el ventanal. El silencio y mi nerviosismo pesan en el ambiente, puedo sentir claramente el titeo de las teclas del portátil de mi jefa más allá. Quiero con todas mis fuerzas salir de allí y correr a la fraternidad, pero queda lejos, y es imposible. En momentos como estos, hasta la parada de autobuses parece imposible. Llamo un taxi y espero hasta que este llega.
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Editado: 05.11.2020