Perreador

Capítulo 9

«... ya estamos llegando al minuto quince y el partido sigue cero a cero, el ritmo aún está flojo, no se le ve intención a ninguno de los dos equipos por hacerle daño al otro, saque de banda, Severo Meza la pone en cortito a los pies de Arellano, la marca de Omar Briseño, Cabrito Arellano la protege, la devuelve a Severo, quien cierra hacia el centro, le llega Saritama tapándole el balón, que recupera muy bien Luis Pérez en el rebote, pica Walter Erviti por la izquierda, ya lo vio Luis Pérez, hace el cambio de juego, pero queda corto el balón, que rueda justo a los pies de Sidney Balderas, que lo controla y toca hacia el centro para Hugo Sánchez Guerrero...»

Melanie vierte el agua turbia de la cubeta en el vertedero de la lavandería, y ve cómo poco a poco baja el nivel del agua que, por un momento, queda retenido entre el perímetro del sardinel hasta formar un pequeño remolino que le hace perder la noción del tiempo. Pone agua en la cubeta, sólo hasta la mitad, y enjuaga un trapeador que se encuentra cerca, entra cargando la cubeta y el trapeador hasta el comedor, donde se encuentran el trío de amigos viendo el partido, ninguno de los tres emite una sola palabra, ni tampoco voltean a verla, están hipnotizados por el futbol.

La chica pasa el trapeador por donde antes estuvo la mancha de sangre, lo mete en la cubeta, lo exprime con la sagacidad de una profesional de la limpieza, le da otra pasada y se retira de nuevo a la lavandería.

—¿A qué huele? —Pregunta Chucho, olfateando como perro.

—No lo sé, parece Pinol —contesta Diego.

—Sí, huele a Pinol —confirma Nico.

—¿A Pinol? ¡Con una chingada, dije que nada de olor!

—¿Crees que ella te entendió?

Voltean los tres a donde estaba la mancha, advierten que el piso está totalmente pulcro, y no sólo en la superficie de la mancha, por estar más pendientes del partido no se han dado cuenta que todo el comedor está limpio y perfumado, que no hay botellas de cerveza vacías, ni rastros de Melanie por ninguna parte.

—¿Y ahora qué va a pasar?

—Yo qué sé, el chaparro y sus cosas, que sirva de algo la muchacha.

—Ya qué importa, no debía parecer que recogimos lo que para la policía pudiera significar una evidencia, se supone que hubo una fiesta, y aunque una mancha de sangre no siempre forma parte de una fiesta, estaremos de acuerdo los tres, que las botellas siempre toman parte entre las huellas de esa cruenta batalla —dice Chucho.

Los dos sólo asienten sonriendo ligeramente, siempre se les ha imaginado que Chucho es varios años mayor que ellos, lo escuchan con la misma admiración que a un maestro, les inspira la credibilidad, sin cuestionamientos, que se le tiene a cualquier perorata expuesta por un catedrático, sin dar lugar a discusión, además que, su voz gruesa de locutor de radio contribuye a que parezca más seguro y maduro al decir su discurso, en verdad es menor que los dos por algunos meses.

—Qué le vamos a hacer, el olor se va en un rato, sirve que no apesta tanto a los pies de Diego. Por lo pronto vamos a tener que devolver un poco del desorden en que se encontraba este tugurio. ¿Nico, queda más cerveza?

Nico levanta los hombros dando a entender que no sabe, ninguno de sus amigos deja de ver el futbol para ir a revisar en el refrigerador.

«... la tiene Jesse Palacios, que la toca larga buscando a Jimmy Lozano por la izquierda, éste la toca de primera intención hacia donde se encuentra Gaitán, bien en la barriada de Paulo Serafín, que no deja que llegue el balón a los pies de Walter Gaitán, sabemos que este hombre es peligrosísimo en esa zona del campo, el balón rueda cerca de donde viene Rojas, el cuadro de la pandilla de Monterrey parece estar controlando mejor el partido, atención a esto, buena robada de Chamagol a Baloy, corre hacia dentro del área, tira, el balón sale flojo hacia las manos de Cristian Martínez, que se apodera del esférico, sin dificultad alguna, para calmar los ánimos del equipo felino que, por momentos, trata de tocar de manera más ordenada la pelota...»

—Pinche Chamagol, sólo vino a vender camisetas del Chapulín Colorado, debería de jugar bien, el muy cabrón, cuando estuvo en el Atlante, cada que venía, nos clavaba dos goles, ahora no mete dos goles ni en cinco partidos, el muy culero.

«... atención con el número diez de la escuadra universitaria, se lleva a Rojas, le llega Serafín, Gaitán se quita a Serafín, pisa el balón, sale de lujo, toca a Aldo Denigris, éste hace la pared, Gaitán saca el tiro, bombazo…»

—Go... —Se corta la frase de Diego, que se levanta del asiento con ansias de gritar el gol.

«... palo, el balón sale rebotado por la línea de meta, estuvieron cerca los felinos de abrir el marcador...»

Chucho y Diego se llevan las manos a la cabeza con frustración, uno para disimular, ya las tenía levantadas, listo para cantar el gol, y el otro lamentándose porque casi les anotan.

Melanie se sienta de lado en uno de los brazos del sillón individual que se ubica perpendicular al televisor, parece gustarle el futbol, es notoria su exaltación al ver rebotar el balón en el marco, además de su emoción, sin saber qué equipos juegan, acompaña la jugada apretando un puño, en la otra mano sostiene una cerveza, la levanta para darle un trago de vikingo, dejando el nivel a dos tercios del volumen de líquido que contenía la botella, luego eructa sin pena, para el asombro de los tres tipos que, momentos atrás, veían en ella a una musa de Neruda.




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