—Por fin solos —Sonríe Chucho con la boca torcida y una sutil mirada maliciosa, apunta al sillón con su pequeño índice para que la chica tome asiento, ella parece entender y le obedece.
Chucho cruza el comedor con su característico andar de las personas pequeñas y se pierde por la puerta de la cocina, para luego regresar hasta la sala empuñando uno de los dos machetes, desarrolla frente a la joven una suerte de movimientos de kung fu, muy a tono con lo petrificado de sus facciones faciales, mientras ondea armoniosamente la hoja que provoca un momentáneo paro respiratorio en la chica, que anonadada, contiene el aliento cuando, éste, le pasa la punta del machete apenas a unos centímetros de la nariz, para después blandirlo cual espada frente a la atónita mirada de Melanie.
—Bella doncella, que aunque vulnerable a la borrascosa mano dura de esta turbada tarde de verano, me tiene a mí, princesa del bosque de Fangorn, no hay motivo por el cual temer, que para brindarle la protección debida, qué mejor que el favor de la seguridad y el cobijo de su humilde servidor, mas no cualquier vulgar vasallo, sino un verdadero guerrero Dwerf, engendrado de la imperiosa voluntad del padre Aulë, el gran Valar, que en contra de la melodía de Eru, dotó a la Tierra Media, y a esta Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey, de una raza fuerte y excepcional, capaz de luchar incansablemente en las más cruentas batallas. La ausencia de mis barbas, mi señora, no merma mi linaje, ni mi orgullo de peleador, ni mi áspera reputación para servirle con lealtad. Pongo a sus pies mi escudo y mi armadura, pongo también el mortal filo de mi hacha, armas forjadas en las lejanas tierras de Erebor y recuperadas, junto con los más preciados tesoros, de las garras del temible Smaug, que, por siglos, permanecieron cautivos bajo su gigante barriga y bajo la vigilancia de su eterno ojo atento. Arrebatadas gracias al coraje de valientes guerreros, legadas de generación en generación hasta llegar a mí, el último bastión de aquella honorable estirpe. Dicha hacha, mi señora, cuenta con un vasto historial de enemigos doblegados por su filo, ¿Cuánta sangre ha esparcido ya, desde la antigua Arda hasta la bella Sultana del Norte? ¿Cuántas cabezas de despiadados orcos y tontos trolls han rodado, desde la cima hasta las faldas del majestuoso Cerro de la Silla? Todas estas bestias, sedientas de sangre, entre los más aborrecibles rufianes, todas abatidas por el filo de esta hacha.
La mirada furiosa de Chucho al levantar la voz y maldecir a los orcos, trolls y demás criaturas fantásticas, atemorizan a la chica que, llena de terror, se siente amenazada por el filo del arma punzo cortante que el hombre sostiene ante ella. Se le viene a la mente una imagen, una especie de pesadilla kafkiana en la que un enano la ataca con un raro cuchillo grande, al que los mexicanos llaman «machete», con el que le corta la garganta, y si con degollarla no basta, la hace picadillo, con la misma paciencia de un artista que construye enormes obras con palillos de dientes, con todo el tiempo del mundo para hacer de ella muchos y muy pequeños pedacitos de carne, acto seguido, es horriblemente devorada en «tacos», un platillo mexicano que apenas hace menos de dos días conoció, pero que por la consistencia en que se imagina que acabará su cuerpo, lo relaciona con una orden de tacos de suadero. «¿Qué carajos me vas a hacer, pinche enano de mierda?», dice para sus adentros, atemorizada por los movimientos del arma, que ondea frente a sus ojos azules.
—Nie zabijaj mnie, proszę, nie zabijaj mnie.[i]
Algo en toda esta farsa comienza a cobrar sentido, el hombre está aprovechando la ausencia de los dos amigos, para así poder llevar a cabo su fechoría. Para ella, todo lo que le decía, mientras le pasaba la hoja del arma cerca de su rostro, significaba una advertencia, acompañada de una amenaza, él, a pesar de ser mucho más pequeño que ella, tiene un arma, y ella no, un arma con la cual someterla y hacerla presa de sus más perversas intenciones, «si es que este enano no me mata, entonces me quiere hacer suya por la fuerza», pensó, «este enano me quiere violar».
El enano se pone en hinojos y coloca el machete en el suelo, a los pies de la chica, ésta permanece inmóvil, estudiando el rostro del hombre, su mirada, sus movimientos, viéndolo bien, no parece tan amenazador. La manera con la que baja el machete se asemeja a la manera en la que los indios depositan sus ofrendas ante los dioses, ella ha visto uno que otro documental de la National Geographic sobre los mayas, los aztecas y sobre alguna tribu africana y, regularmente, coinciden en dichos rituales, por lo mismo, lo primero que pensó fue que el enano estuviese interpretando algún tipo de ritual de bienvenida, lo raro, que haya esperado a que los otros dos se hayan ido para darle su recibimiento. Aun así, sigue relacionando este acto con una suerte de fetiche indio, nada de extrañar en alguien venido del antiguo continente, los europeos creen que los americanos tenemos dos siglos de rezago con respecto a ellos, mismo rezago que, desde hace años, unos cuantos sujetos como Bill Gates o Steve Jobs, entre otros, se han encargado de evaporar, adentrando al mundo entero en la era tecnológica, y casualmente, son americanos. Ella, antes de pisar tierra mexicana imaginaba que México sería igual a una postal en color sepia, cuya imagen, estaría plagada de nopales y ejemplares de indios panzones que se rascan los huevos mientras el día avanza, sin más novedad.
—Mi hacha le pertenece, mi señora, al igual que mi cota de malla —dice Chucho con su melodiosa voz, adoptando un acento castellano, como si la extranjera supiera de acentos. También, más le hubiera valido decir espada, en vez de hacha, ya que un machete se parece más a una espada que a un hacha. Pero para él, un hacha es el arma idónea para un guerrero Dwerf. Enseguida, cambiando de discurso, agrega—. Sé lo difícil que es todo este problema para ti, sé que vienes de un mundo distinto —respira hondo, la mira a los ojos, inclina la cabeza un poco, para después, con el gesto tierno del gato de Shrek decir—, no soy quién para compadecerte, yo también tengo mi realidad imperfecta, mi mundo no es este mundo que tú ves, acaso crees que, si éste fuera mi mundo, todo me quedaría grande, al contrario, si éste fuera mi mundo todo les quedaría chico; a ti, a Nico, al pesado de Diego, a todos. ¿De qué se trata esta vida? Te lo diré, se trata de soñar. De soñar que el mundo es a tu medida. De soñar que tu frente es más chica y que tus manos son más grandes. De soñar que las sillas son más bajas, los peldaños menos cansados, los pedales de los coches menos lejanos. De soñar que llegas a la tienda departamental directo al departamento de enanos. Te imaginas, yo llegando a una tienda de deportes a comprarme una elíptica a mi medida, diseñada para las proporciones de mi cuerpo, pero no es así, si acaso somos ciento sesenta enanos en esta ciudad y, probablemente, el movimiento de una elíptica quizás no nos beneficie, seguro que nadie se ha dado a la tarea de estudiarlo en un enano, brazos cortos, torso largo, piernas arqueadas y culo levantado. El otro día llegué a una tienda de abarrotes, desde la entrada vi al tipo de detrás del mostrador, pero él no me vio, llegué hasta el mueble, le solicité ayuda para bajar una lata de lo más alto de un estante, ¿sabes qué me contestó?, «¿Quién habla?». Se giró a todos lados, primero pensó en un fantasma, antes que en un enano, sólo hasta que se trepó al mostrador y se asomó hacia el suelo, fue que advirtió de mi presencia, somos menos realidad que los fantasmas. Me equivoqué de mundo, por alguna extraña razón que desconozco fui enviado aquí, con ustedes los altos, mis padres niegan que así sea, no conciben su mundo sin mí, y a pesar de procurarme una vida más sencilla, con algunos muebles a mi medida, con escalones más bajos y escaleras móviles regadas por toda la casa, al cruzar la puerta y salir a la calle todo aquello desaparece. De todos modos, ellos siempre me vieron entrando en la universidad, obteniendo un trabajo alejado de los circos, de los duendes navideños de Telcel, del lanzamiento de enanos y de las películas de George Lucas, valiéndome por lo que sé y por lo que soy, un guerrero Dwerf, y aquí estoy, contándote todo esto porque sé que no me entiendes, y aunque hablaras español no lo entenderías, mírate, eres alta, muy alta, y yo un enano.