Nico y Diego entran altivos en el elegante salón donde se llevaba a cabo el nombramiento del nuevo presidente de Ortopedia del Noreste, S.A. De entre los invitados, Diego distingue a un par de chicas de veintitantos años que platican nadeces cerca de la entrada, pero no desaprovecha la oportunidad de guiñar un ojo a la chica que da la vista de frente a la puerta. Sin embargo, dentro de su mente, la deja para después, considera que es preciso, evaluar antes todas las opciones de cortejo.
Al fondo del salón se encuentran, reunidos en círculo, un grupo de hombres de edad oscilante entre los sesenta y setenta años, entre ellos, el padre de Nico, quien levanta la mirada indiferente para ver a los dos que llegan. Sin emoción, gira de nuevo su cabeza para seguir platicando sus chistes sobre ingenieros, abogados y diseñadores. Sólo uno muestra emoción al advertir la entrada de ambos jóvenes, Don Simón Rodríguez, un hombre de setenta y dos años de edad, vestido con un fino traje negro, él es el gerente de ventas de la empresa, quien siempre ha sentido agrado hacia Diego, él dice que le recuerda a sí mismo cuando era joven. En realidad, el agrado es mutuo, Don Simón es un hombre muy agradable, que va por el mundo derrochando, involuntariamente, la simpatía de la que carece el padre de Nico. Levanta la mano desde donde se encuentra para atraer la presencia de Nico y Diego que, sin más alternativa, acuden a su llamado.
—Precisamente estábamos hablando de ustedes.
—¿De veras?
—Claro, tu papá dijo, «Ahí viene ese par de putos».
Todos se echan a reír, incluso los dos jóvenes, a quienes les parece muy divertido Don Simón.
—No se crean —dice Don Simón—, de hecho, yo los estaba defendiendo.
—Ah, ¿sí? —Pregunta Diego, queriendo saber más sobre su defensa.
—Les digo a esta bola de ancianos, que si consideramos que son putos sólo de la cintura para abajo, y de la mitad para atrás, entonces serían un setenta y cinco por ciento machines, —todos ríen de nuevo—, y si nos vamos a más detalle, el porcentaje de superficie del exterior corporal, que ocupan sus secos y plegados culos, estaríamos hablando de menos de un uno por ciento, por eso le digo a mi compadre —toca el hombro del padre de Nico, refiriéndose a él, por supuesto—, no seas gacho compadre, mi ahijado es puro macho, digo, para efectos de redondeo de decimales...
—Y redondeo de asteriscos, Don Simón —complementa Diego.
Todos echan a reír de nuevo, menos el padre de Nico, quien siempre finge que no le caen en gracia los chistes de Diego.
—Exactamente, Diego —comenta Don Simón—, tú y yo siempre en la misma sintonía, por eso te quiero de asistente personal para las ventas —luego dirigiéndose al padre de Nico completa—. A ver si un día de estos me apruebas esa vacante, compadre.
El padre de Nico sonríe, coincidiendo con la llegada de uno de sus distribuidores más activos en ventas, a quien corre a recibir.
El resto del grupo se desintegra, cada quien para su lado, el único motivo que los reunía era el de estar cerca del dueño de la empresa para adularlo, a excepción de Don Simón Rodríguez, quien siempre ha sido amigo muy cercano del padre de Nico. Los dos crecieron en el mismo barrio y asistieron a las mismas escuelas, para después pasar de simples amigos a compadres, en el bautizo de Nico.
Al desintegrarse el grupo, quedaron en el sitio sólo Don Simón y los dos jóvenes.
—¿Dieguito, ya fuiste a donde te recomendé?
—¿A dónde, Don?
—Al veintiuno diecisiete.
—No, yo paso.
—De lo que se pierden, muchachos, ahí voy de vez en cuando a liberar tensiones.
—¿Apoco todavía se le para, padrino?
—Un hombre no deja de ser hombre hasta que se le cae la lengua, por eso a mi edad el caldo de res y el café son un gran peligro cuando están muy calientes.
Los dos jóvenes ríen.
—Por cierto, ahijado, ahí se movería muy bien tu aparato, ese que estás diseñando —Don Simón hace una mueca de molestia—, carajo, ni cómo convencer a tu papá para que le entre a ese negocio, tú sabes, siempre tan mocho, mi compadre, ¿cómo vas con tu invento, Nico?
Nico no había pensado en Gina en esos últimos minutos, y la pregunta lo hace recordarla.
—Está en etapa de pruebas, padrino.
—Anda, manda a Diego a conseguir a las conejillas de Indias, que para eso él se pinta solo, y vaya que tiene buen gusto, ¿cómo dices que se llama la cosa esa?
—Perreador —se entromete Diego.
—Luego lo platicamos, ahí viene tu papá.
Nico y Diego avanzan para ir a saludar a la madre de Nico, que está al fondo del salón platicando con otras dos señoras copetonas, mientras el padre de Nico se reúne de nuevo con Don Simón Rodríguez, lo que causa que de nuevo se acerquen los aduladores a platicar con ellos. Después de un pequeño rato de charla con las señoras hurracas, los dos jóvenes se retiran a picotear trozos de jamón y queso de la mesa de los bocadillos. Nico se acerca a la mesa de los vinos y coge una copa con vino blanco, mientras Diego regresa junto a la entrada del salón para buscarle plática a una chica que le gustó desde que llegó, que platica con otras dos, las tres son hijas de ejecutivos de la empresa.