—Así que, señor Sebastian Stone, hoy oficialmente cumple veinte años siendo el hombre más rico del mundo...
La mujer, aquélla inexplicablemente jóven y animada todos los días, conocida como Janett Beiroa, se vio privada de poder continuar con su hablar. No tuvo otra opción más que mostrar sus exageradamente blancos dientes y esperar a que los vítores de la audiencia parasen, cosa que llegó a creer imposible. El hombre frente a ella se mantenía sereno, pero el inicio de una sonrisa era expresada en su rostro. Incluso comenzaba a lucir arrogante, ¿pero cómo él podría ser aquéllo?
Si se trataba de Sebastian Stone, a quien, junto a su descendencia, el mundo no merecía.
Y si así fuera, nadie podría decir que no tenía motivos.
—¿Qué puedo decir? Ha sido un duro camino—dijo, quizá algo nervioso. Finalmente, la audiencia cesó su alegría. Una cámara se acerca a él y le dedica una grata sonrisa, adornada por una mirada llena de orgullo.
Una vez más, la cámara se abre para mostrar a ambos en la pantalla, y un poco apresurada, la mujer de dudosa e incierta edad retoma el control. Da una mirada rápida con una ya forzada sonrisa a la cámara, para volverse con gracia al invitado de esa emisión.
—Usted le ha demostrado a un país entero nunca hay que conformarse por más grande que ya crean que eres. Quizá no todos saben cómo fue su ascenso...— ella se detuvo a sí misma, riendo por lo bajo con ironía, para decir con el volumen un poco bajo e intenciones de superioridad—: o lo recuerdan, porque dudo mucho que no sepan cómo se convirtió en este gran, gran, ídolo— luego se reincorporó aunque fuera innecesario, ladeando la cabeza para volver a su tono normal—, ¿le gustaría recordárselo al mundo?
—Heredé a los veinticinco años la empresa familiar, y desde pequeño supe que no sólo quería dedicarme a la joyería, así que desde el día uno me puse a trabajar. Supe invertir estratégicamente... no culpo a quienes dicen que yo no hice nada, que lo heredé y demás, hay cosas que aunque sean evidentes el mundo no esta listo para aceptar— no pudo decir más, el público dentro del estudio hizo de las suyas una vez más con sus ovaciones, así que el rubio hombre decidió que era suficiente, o quizá el público se lo comió. Aún así, ofreció una nueva sonrisa, llena de algún punto medio entre ternura y orgullo—. Siempre soñé con esto, ¿sabes, Janett?
Él habló tan soñador, que arrancó suspiros por doquier.
—¿En ser el dueño del mundo?— le susurró la presentadora, con una mirada que iba más allá de el querer hacer sentir cómodo a su invitado. Su lenguaje corporal pidió aún más ovaciones.
—No quería decirlo así, pero sí— el tono del hombro sonaba poco propio, como si estuviera perdido en el ser reconocido por alcanzar sus metas. Rozó la risa, pero esta no se manifestó como tal.
—Eres un gran hombre, Sebastian— vociferó Janett a la vez que alzaba sus brazos, lo que, gracias a su experiencia, sabía que acallaría al público que ella misma había vuelto a encender momentos antes—. Demasiado inteligente. Se puede decir que tienes un monopolio. Eres el sueño, la aspiración, de cualquier empresario, es asombroso el cómo pasaste de anillos, cadenas, pulseras, etcétera, lo cual no digo que sea un mal negocio... a poseer toda una cadena hotelera, aerolínea, ser dueño de un equipo de fútbol, el dueño del estadio, y un importante inversionista... por decir algo, que me quedo corta y todos lo sabemos.
—Bueno, Janett, uno no tiene por qué quedarse con lo que ya conoce— dice, sonriendo y consiguiendo una ola de aplausos otra vez.
—Además, ¡como si no fuera suficiente!..
eres un hombre de familia. Tus hijos, vaya, que han sido bendecidos con un talento gigantesco, roban trofeos por doquier y son adorados por el público, se han robado el corazón de millones de personas. Es todo gracias a ti, nadie duda en que seas un padre excepcional.
Aquella última ola de aplausos no se había acallado, así que se intensificó tras eso, y en esta ocasión, relucieron los gritos de las personas más jóvenes.
A la esquina del estudio, detrás de las cámaras que enfocaban a la tarima que se mostraban en televisión, cinco figuras se alzan. Simples adolescentes... era imposible de decirse. Irradiaban una energía inexplicable, como si fueran iluminados por las mismísimas estrellas aún cuando ni siquiera era tiempo de que estas hiciesen su diaria aparición. Eran imponentes, casi como quien estaba siendo entrevistado, o inclusive más. Hasta la niña en brazos de uno de sus hermanos mayores poseía un porte altivo, como si lo supiera. Los seis te decían que el mundo les pertenecía con sólo mirarte.
Una cámara les enfocó para el deleite tanto de los televidentes como del público, quienes también les celebraron, con una euforia que hacía que cualquier vitor que les hubieran dedicado antes pareciese una burla. Todos hacen señas de estar sumamente agradecidos por su mera presencia, les miraban con una sonrisa hermosa, llena de amor. Les adoraban.
La escena en televisión los mostraría a ellos con la producción evidenciada detrás, micrófonos, cables, etcétera... y nadie lo notaría, por tan imponentes que eran. Estando los Stone presentes, cualquier cosa pasaría a segundo plano.
—Es un honor que nos recibas, Janett. Papá sabe que siempre lo estaremos apoyando— se apresuró a decir, en el medio de todos, el más alto: un chico rubio y de ojos azules, a quien sus hermanos secundaron inmediatamente con asentamientos de cabeza y sonrisas.
—El placer es nuestro, Drake, de todos los presentes— le guiñó un ojo la mujer del programa—. No dudo en que pronto ustedes estarán sentados en el sofá azul en que su padre está. ¿Dónde está su madre?
—No pudo asistir, hoy teníamos un evento de caridad en sudamérica, y no podíamos dejarlo simplemente así. El dinero debe usarse para obras buenas.
Janett se puso una mano en el pecho como si su corazón se hubiese derretido, acompañado de su expresión y un largo "aaw", que fue secundado por la audiencia. El padre luce orgulloso y les regala una sonrisa a sus hijos.