Piedras rodantes

El reencuentro.

Estoy en uno de esos momentos en los que quiero dejar de hacer lo que quiero y dormir o distraerme, pero no puedo. Frente a mí se halla un documento Word en blanco. Debería haber estado por la mitad de mi tesis, pero no. ¡No se me viene nada a la mente! Las ideas van y vienen, no me decido por una coherente para plasmarlo.

—¡Hasta aquí! —cierro el documento y apago la computadora—. Necesito despejarme.

Agarro mi pequeño bolso metiendo, a la vez, mi monedero de flores y las llaves de mi departamento. Al salir, los rayos del sol iluminan despiadadamente mi rostro haciéndome cerrar los ojos de inmediato. Menos mal que traje conmigo mis lentes de sol. Sigo con mi camino hacia donde mis pies me lleven, admirando las áreas urbanas que construyen en la ciudad.

Es tan pequeña mi ciudad, que siento que me encontraré con quien menos me espero. La mayoría de lugares por las suelo pasear, las he visitado en algunas citas con mis dos anteriores parejas, con amistades, familiares. En fin, se podría decir que estos lugares están llenos de recuerdos.

Decido entrar a una heladería la cual, para mi suerte, tiene pocos clientes. No hay cola, así que hago señas al chico en frente mío para que me atienda.

—Un helado en cono, por favor —pido amablemente.

—¿De dos o tres soles? —me dice el joven mirando la pantalla.

—De tres soles —sé que no terminaré el helado, pero es bueno darme mis gustos—. Menta chips y chocolate.

El joven asiente tecleando algo indescifrable. De la pequeña impresora, sale la boleta que me la entrega para pagar antes de consumir mi helado. Al revisar mi bolso, veo que dentro de mi monedero sólo tengo un billete de cien soles.

Pero, ¡¿qué?!

—¿Tendrá vuelto de cien? —pregunto sin quitar la vista de mi bolso, aun guardando las esperanzas de encontrar tres monedas de un sol.

—Uhmm, no —comienzo a desesperarme. Temo subir la vista y recibir una mala mirada de parte del joven por hacerle perder el tiempo—. ¿Va a pagar o no? —pregunta toscamente. Levanto la vista indignada por la brusquedad de sus palabras y antes de que le responda, alguien interviene en nuestra conversación.

—Sí —dice una voz masculina detrás mío—. Yo pagaré por ella, tenga —el nuevo chico le entrega los tres soles, a la vez que recibo mi helado por parte del joven quien me atendió.

—Gracias —me doy la media vuelta, agradeciéndole al nuevo chico que pagó por mí. Al poder verlo, casi se me cae el helado al saber de quién se trataba. Literal, me quedé de piedra unos segundos. ¿Por qué hoy tenía que encontrarme con él? Justo hoy, en el mismo lugar, en el mismo momento después de diez años.

Anderson me sonríe, pero no es una sonrisa burlona o divertida por la situación. Él me sonríe como si se reencontrara con una vieja amiga y para mí sólo es mi primer amor quien se halla frente a mí.

Siento algo frío recorrer por mis dedos, dándome cuenta que es el helado derritiéndose. Dios, qué torpe. Quito la servilleta que envuelve el cono para limpiar mis dedos que ahora se encuentran pegajosos.

—Selene, cuánto tiempo —dice con cuidado, temiendo que reaccione mal a sus palabras.

Recuerdo cuando tenía catorce años y cada vez que oía de sus labios decir mi nombre lo hacía especial, diferente, extraño. Todo junto como un fenómeno dentro de mí. Ahora, después de años, es como escuchar la voz de mi viejo amigo saludándome. El reencuentro, pienso.

—Diez años —suspiro.

—¿Paseamos? Si no estás ocupada, claro está —propone aun manteniendo su sonrisa.

—Por supuesto —le sonrío por primera vez en nuestra conversación.

Me abre la puerta de la heladería cual joven caballeroso, de aquellos que pocos se encuentran hoy en día. Nos dirigimos hacia el parque más cercano para rodearlo y sentarnos en la pileta de agua.

—¿Cómo has estado? —me pregunta curioso. Se sienta en el borde de la pileta junto a mí, observando las ondas que se marcan en el agua.

—Como una montaña rusa —respondo con sinceridad—. Durante seis años sufriendo por aprobar y salir invicta cada semestre, y ahora sufriendo por la tesis —río por mis desgracias—. ¿Qué tal tú?

—Ha sido duro, pero todo sacrificio tiene su recompensa —esto último me hace imaginar que ha encontrado un buen trabajo como arquitecto. No me esperaba menos, desde la secundaria él estaba en el cuadro de honor y destacándose cada año en las olimpiadas de matemáticas—. Y, ¿tienes pareja?

Su expresión serena me transmite confianza. Sus ojos no están llenos de celos, envidia o rencor, y no mentiré que me sorprende que haya tocado el tema más pronto de lo que pensé. Sin previo aviso, sin anestesia para digerirlo bien.

—Sí, me siento afortunada con él —acaricio el agua con mis dedos, formando círculos de varios tamaños—. ¿Sabes? Siempre pensé que no encontraría a alguien, hasta que empecé a ver las cosas de diferente manera. Alguien me aconsejó que debía amar mis defectos. Creía, erróneamente, que si esa persona amaba eso de mí, entonces yo me sentiría segura y la verdad es que no es así. Comencé a amarme, a cuidarme, a quererme. Es ahí cuando lo conocí, en el momento justo.



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En el texto hay: primeramor, superacion, amor

Editado: 05.08.2018

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