Pinturas y Acuarelas.

Capítulo 2

- No puedes hacer nada. – Abrí los ojos notando que ya no me encontraba en el sitio anterior, escuchando si, esa misma frase, ya dicha y pronunciada en otra entonación y con una voz similar pero diferente la cual busque desesperada hasta que la halle atrapada en los labios de Leonel, (el medio hermano de Oriol) quien en el momento hablaba con su padre. – No puedes hacer nada. – Seguía diciendo encolerizado mientras el señor hablo tan bajo que no alcance a escuchar lo que decía. Ambos notaron que ponía atención a la plática así que Leonel la acabo e intento disimular el descontento que tenia con su padre. Su rostro aun lucia pálido y sus ojos denotaban que había estado llorando toda la madrugada; el señor Vilverg en cambio estaba sereno, con un aspecto más de arrepentimiento que de tristeza, pero nunca dejando el amargo y serio semblante que lo caracterizaba. – Ya es hora, An – Dijo Leo, mientras yo hacía el intento de entender precisamente de qué era hora. Hasta que entendi el punto de partida en el me encontraba sumergida antes de haberme puesto a dormir con el fin de olvidarlo todo. Había despertado y lo racional era que al hacerlo despertase también la cruda verdad. Era hora de sepultar a quien no tuvo la más mínima amabilidad de despedirse. Cuando esas palabras se cruzaron por mi mente entendí mi estado real, estaba mas cabreada que triste. – An – Reincidió Leonel viniendo hacia mi – Vamos – Me impulso a pararme cuando noto que no estaba poniendo atención. – Preguntale a Oriol si también el vendrá .- Respondí inconsiente. - ¡No hagas esto mas difícil, por favor! – Suplico ya con ojos llorosos. Dándome cuenta que habían salido palabras de mi boca las cuales no pude encarcelar, me asusto no saber que estaba pasando por mi cabeza cuando las dije ya que en el instante solo podía determinar que a corto plazo perdía lucidez y sentía encontrarme eclipsada en recuerdos bagos de Oriol hablando conmigo, Oriol sentado pintando aquellos paisajes que se habían quedado sin terminar, o lo que era peor, a Oriol tirado en el suelo yaciendo en un charco de sangre. – Perdón – Me disculpe viendo el daño que habia causado en Leo, quién me ayudaba a levenarme del asiento. – Yo tambien sigo asustado, Ani, no tienes porque disculparte. Estoy asustado y triste.

Fui hacia la salida de la funeraria sujeta del brazo de Leonel y pensaba si por mísera clemencia la suerte me diera un segundo para ser a Oriol a quien tuviese de tal forma. Fue ahí cuando me sentí parte de aquella frase entrelazada en el poema de Eduardo Galeano. - La buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte. - Aciaga me vi convertida en nadie, en nada. Mal bailoteaba al compás de una absurda frusleria que el ser humano por uzansa tiende a llamarle vida. Ambos subimos al carro, Leo arranco y siguiendo el camino el vehículo veía por la ventana del copiloto como los autos de los demás iban detrás de nosotros entorno al mismo punto con el mismo fin. Silenciosa contemplaba  todo lo que se supone que es la representación material de nuestro mundo sensible, que todo ello tiene bien escondida la fecha de caducidad: las flores, los animalillos que posaban en los árboles, seres que desconocían la palabra caducar. Que jamás comprenderían el sin sentido sujeto a su existencia, movidos tan solo a seguir la misma línea de su animalidad, depredador a caza, dormir, depredador a caza, comer, defecar, reproducirse para conservar la especie, depredador a caza y finalmente morir sin poder jamás romper los mismos esquemas, las mismas azañas y los mismos rasgos que los caracterizaban y los hacían ser lo que eran. Su mente diminuta se conformaría por los siglos de los siglos con un júbilo que nunca podrían comprender, sometidos y expuestos siempre a ser hoy el que mata o es matado y con suerte o desfortunio repetir y repetir sin poder entender que jamás llegarían a vivir ya que su existencia estaba acotada a ser solo eso, existencia en sí.
El carro iba a una velocidad moderada, no tando para que notase que poco a poco todo iba perdiéndose de vista, cualquier cosa: postes, casas, porta correos, los monolitos que colgaban en las entradas de algunos hogares. Todo se alejaba en un fragmento corto, sin embargo había alguien quien no me abandonaba, y ese era aquel sol en su momento opaco tras ir acompañado de un roció de agua limpia. Este majestuoso, que en sus años beatitudinales llegó a ser por mero mito dios hasta que el logos lo despidió del trono del hombre, no pudo ni por un segundo perderme de vista. Y retome el antiguo pensamiento: todo tiene terminación, todo concluye en el siclo universal, ¿pero cuando este magnate de luz?



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En el texto hay: tragedia, poesia, tristeza romance

Editado: 25.12.2018

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