PlatÓnico: Encrucijada

CAPÍTULO 20

La relación entre Nora y Efe se fortaleció con confianza y compañerismo. Ambos cargaban su dolor a cuestas pero el amor estaba por encima de lo que habían vivido y era su mayor fortaleza. Cuando tenían desacuerdos podían enojarse como cualquier pareja pero al final del día se tragaban la furia y el orgullo porque lo que más deseaban era estar juntos. Estaban enamorados y sentían que no les alcanzaría una vida entera para disfrutarse. A diario construían su castillo con cimientos sólidos y profundos.

 

–Sería maravilloso tener otro hijo, Sükri y él se llevarían poco tiempo y serían compañeros de juegos –sugirió Efe.

–No es el momento amor, debemos estar más establecidos como pareja, nos faltan vivencias, por ejemplo, no tuvimos una luna de miel. Además trabajamos mucho para hacer crecer el consultorio. No, definitivamente no –dijo ella.

 

 

Sonaba una música tranquila y había pocas personas en la cafetería.

–Es la última vez que me reúno contigo –expuso Nora a Omer incómoda.

–No entiendo por qué. ¿Me he portado mal? ¿Te he ocasionado problemas con tu esposo? Mi único pecado ha sido amarte –reclamó él viéndola de una manera que contradecía el tono amable de su voz–. Está bien. Respetaré tu decisión –continuó al no obtener respuesta–. Recuerda que tienes en mí a un amigo incondicional con el que puedes contar en cualquier momento.

Omer permaneció callado unos minutos y luego se marchó.

Nora sintió alivio, hacía mucho que deseaba hacerlo.

 

 

–Dije a Omer que no lo veré más –comentó a Efe más tarde.

–Es lo mejor, lo he respetado pero no me agrada, nada bueno podía salir de esa supuesta amistad –dijo él tranquilo.

 

 

En las frecuentes visitas de Efe, Isabel se armaba de valor para hablar de lo que ocultaba pero finalmente no se atrevía. El peso que cargaba ponía una barrera en la relación con su hijo y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar. Decidió escribirle una carta en la cual además de confesarle que su amorío con Omer había desencadenado las demás tragedias le narraba lo difícil que había sido soportar la indiferencia de su esposo, de sus noches solitarias deseando una caricia, la falta de alguien que la tratara como mujer y la escuchara; le pedía perdón por el daño que había hecho y aceptaba que no podía vivir con tanta culpa. Al terminar lloró como nunca arrepentida por su maldad y soberbia.

Al día siguiente recibió la visita de Nora y el bebé.

–Es increíble que nací y crecí en Santiago pero no conocía a su familia –dijo la chica a su suegra para hacer conversación.

–En realidad comencé a pasar más tiempo en la quinta cuando mis hijos crecieron, antes de eso la usábamos para descansar ocasionalmente –respondió Isabel–. Viví siempre en Monterrey. Era muy joven cuando Alejandro y yo iniciamos nuestro largo noviazgo. Los primeros años de casados estuvieron bien. Llegué al matrimonio con una maleta llena de ilusiones, sin embargo después de que nacieron mis hijos él se volvió frío, soberbio y controlador; era exigente con todos, imponía a los chicos una disciplina casi militar y nadie tenía el valor de contradecirlo. Además me abandonó como mujer y de ahí se desataron todas las calamidades.

– ¿Cuáles calamidades? –preguntó Nora.

– ¿Tuviste algún novio en el pueblo? –preguntó Isabel evadiendo la pregunta.

–Sí, tuve un novio por mucho tiempo.

– ¿Y aún tienes contacto con él? –preguntó la señora.

–Dejé de tenerlo por años pero lo volví a ver hace poco, por supuesto Efe lo sabe. De cualquier forma preferí cortar cualquier vínculo. Hay una historia larga de la cual prefiero no hablar.

Nora quedó pensativa. Sabía que Isabel algún día se enteraría que se trataba del chico que dejó cuadripléjico a su esposo. Cuando conoció a Efe y más tarde a ella no tenía idea que eran el hijo y la esposa del hombre que Omer por accidente había puesto en desgracia. Por fortuna Isabel y su esposo no volvieron a saber de Omer.

–Te pido perdón por haber tratado de retener a Sükri –exclamó Isabel interrumpiendo sus pensamientos–. En esos momentos no tenía claridad. Es uno de los tantos pecados que cargo a cuestas. Eres una buena mujer, excelente madre y mi hijo te ama.

Nora tomó sus manos y asintió sonriendo.

 

 

Cuando Isabel salió del centro de rehabilitación, se encontró con una pequeña reunión sorpresa. Hubo cartel de bienvenida, globos, pastel y antojitos. Su hijo, nuera, nieto y consuegra la felicitaron con abrazos sinceros.

– ¡Gracias querida familia! –agradeció conmovida.

Con el paso de los días se fue incorporando a una rutina. Apoyaba en el consultorio médico por las mañanas y pasaba las tardes con su amado nieto. A pesar de la invitación de su hijo de vivir con ellos prefirió mudarse a un pequeño departamento que Efe adquirió para ella. En sus ratos libres hacía yoga y daba largos paseos.

Por las noches, cuando la conciencia la atormentaba deseaba ir por alcohol y beber hasta que los pensamientos e imágenes desaparecieran. Su hijo, su esposo, la familia de Omer, tantas personas muertas, tanto dolor. ¿Existe peor juez que uno mismo? ¿Merecía alguien como ella que tanta destrucción había causado empezar de cero? ¿Podría alguna vez vivir en paz? Su mente era un torbellino y optaba por meterse a la regadera bajo el agua helada tratando de lavar tanta miseria y pecados.




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