Arnold. 26 de mayo 2019.
Dejó a Reggie en una calle antes de su casa, me agradece nuevamente y tambien me dice lo siento a causa de la muerte de su mejor amiga.
Veo a Tai, está en el asiento trasero, sus pequeños y rasgados ojos están tratando de cerrarse, pero se que no quiere dormir.—Si quieres puedes dormirte, de hecho te dejaré en casa para que descanses.
—No, Kaia irá por mi, y quiero estar despierto para eso, ademas Amery prometió hacerme galletas.—Tai, Kaia no irá por ti hoy, te quedarás con nosotros un tiempo.
Nunca había sido alguien más que dejara derramar una sola lágrima ante alguien más. Pero con los frágiles hermanos Wetterling era distinto. El niño de tres años no me juzgaría, y mi pequeña tampoco, ella recostaría mi cabeza en sus piernas, haría que me desahogara para luego darme una frase motivadora.
Paso por la gran casa de mi madre, veo un coche aparcado junto al de Amery y me quedo un rato en el coche para decidirme si entrar o irme de una vez.
Decido mandarle un mensaje a Amery para que salga.
Estoy afuera, ven por Tai.
Arnold.
Veo las dos palomitas azules que me dicen que lo ha leído. Posteriormente, me fijo en la puerta esperando a que salga la cuarentona. Una mujer delgada y alta sale. Miro su atuendo negro, otro cuervo más. Salgo del coche, desato el cinturón de seguridad, cargo al pequeño para acelerar las cosas.
—¿Por qué no entraste?
—¿Por qué ese sujeto está aquí?—ella entiende que en estos momentos ese señor es la última persona a la cual quiero tener enfrente.
—Se entero de la noticia. Además quería verte—otra vez excusándolo.
Le tiendo al niño y ella entiende que no voy a pasar a la casa estando el adentro. Lo sostiene, él la saluda con un beso en la mejilla y recuesta todo su peso sobre el hombro de mamá.
—No ha querido comer nada desde ayer, hazlo entrar en razón por favor. Abro la puerta del coche y entro en el, no me despido de Tai y es bueno no quiero verme dolido frente a ella.
Enciendo al coche y manejo al centro. Aparco en uno de los cafés más conocidos de la ciudad, gracias a su gran localización, justo al lado de la Galería Carletti.
Acomodo mi saco negro, y entro a la cafetería, el intenso aroma al cafe recién hecho me recibe junto al de el pan dulce que está en un mostrador. Las mesas de madera barnizada a un color como el chocolate y las pequeñas extensiones de luces en el techo me dan la sensación de estar en el lugar acogedor como los brazos de ella.
Giro mi cabeza hacia los lados buscando al tipo rubio de ojos verdes que me debe estar esperando. Lo encuentro en una de las últimas mesas justo al vidrio que da a la calle.
—Hola—digo y me siento sin darle la mano, no es que no me caiga bien, bueno en realidad si me cae algo mal, pero entre la desvelada, y el mal trago de hace rato, el poco buen humor que tenia se desapareció.
—Hey, ¿como te sientes?
—De la mierda.
Saco la hoja de papel que me dieron cuando nos entregaron el cuerpo de ella, leí la carta tratando de entender. El porqué de que todo parecía premeditado. Por qué ella escribía en un tono de resignación.
—Ten y explícame.
Deslizo la hoja doblada por la mesa. Y espero a que la lea completa.
Kaia. 16 de noviembre 2018
Había estado pensando sobre cómo hacer esa sombra, no era cosa de técnica, era más allá de la percepción que quería dar a la persona que viera esa obra.
Miro las lágrimas cayendo en el rostro que sale de la oscuridad en el lienzo blanco. No soy una Frida Khalo, pero una noche oscura en la que la pesadilla se repitió vi mi reflejo iluminado por la luz de la luna en uno de los espejos de mi habitación.
En ese mismo momento les juro que no me vi a mi, vi a una niña triste y desolada, una niña de catorce años con miedo, con impotencia de no poder detener lo que se avecinaba por que no tenía el suficiente coraje para hablar... por qué el monstruo estaba detrás de mí dispuesto a atacar.
El día estaba soleado, el salón olía horrible a causa de los chicos que habían regresado de la clase de educación física. Hoy precisamente una persona estupida rompió la línea del agua hacia los vestidores en el gimnasio, así que todos nos tuvimos que aguantar el hedor de los chicos.
La pizarra en color verde estaba ocupada por las actividades escritas con una tiza. Trabajo social. Tarea. Y eso es consecuente a trabajo en equipo. Pero no me mal entiendan, no soy asocial. Digamos que prefiero disfrutar de la soledad, vaya dilema ¿no?
Escribo mi nombre... Kaia Wetterling, en un trozo de papel, lo doblo con mis dedos pálidos y lo llevo al escritorio, lo deposito en el bowl en el que dice la actividad en la que quiero trabajar.
Todos pasan por turnos y cuando el profesor se levanta todos nos quedamos en silencio.
—Bueno chicos, voy a empezar con los chicos del primer tazon... que es... servicio en la playa. Conforme diga sus nombres se levantan, miran con quien les toco y luego se sientan; al final les daré quince minutos—agarra un papel y lo extiende—Reggie Cavalier.
El pelirrojo y robusto chico de la butaca de a lado se levanta.
—Ruth Hamilton—la chica de cabello negro que está junto al escritorio se levanta.
Dos chicas más se levantan cuando dicen su nombre. Chanel Abbadie y Barbara Meyer, unas castañas, una de tez blanca y la otra más morena respectivamente.
Y luego entra el, justo a tiempo cuando el profesor termina de decir su nombre, alto, pálido, algo delgado, con el cabello rizo revuelto y las mejillas sonrosadas. Signos de que se agito al venir de la oficina hasta el salón.
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Editado: 22.06.2021