El viento azotaba a la hierba que se agitaba formando olas. Las plantaciones llegaban hasta el borde de la meseta. El azul del cielo hacía juego con el verde, convirtiendo el horizonte en un paisaje digno de pintar.
Coyote lo miraba desde su lugar entre las plantas de hierba estrella. Estaba inmóvil, esperando, apenas respiraba. Entonces algo llamó su atención y aspiró profundamente. El chico estaba a veinte metros a su derecha. Era bueno pero le faltaba experiencia. Las otras dos por el contrario no lograba encontrarlas. Se preguntó si se habían escondido a contra el viento a propósito o fue pura suerte. Decidió que de momento no importaba, el único que podía encontrarlo era el chico y a él ya lo había detectado. Volvió a relajarse. Dejó caer la cabeza en la tierra blanda y se quedó mirando el cielo.
El chico daba vueltas buscándolo, no se preocupaba por nada pero algo cambio. No supo que fue, solo sintió que su instinto gritaba una advertencia. Se levantó como impulsado por un resorte y al instante siguiente un gato negro y enorme cayó donde estaba descansando. Volvió a aspirar buscando olores y percibió otra presencia a su izquierda. Giró retrocediendo un paso y otra figura paso como un borrón frente a su cara.
En un momento las dos gatas lo atacaban con las garras haciéndolo retroceder. Él esquivaba como mejor podía aunque estaba consciente de que eso era lo que buscaban. Volvió a aspirar con la nariz, el chico corría hacia él para atacarlo por la espalda. Se tiró al suelo como respuesta y los tres perseguidores chocaron entre sí. Se levantó con el mismo impulso de la caída y se puso en guardia. Los dos gatos y ahora también el perro negro y grande que se les acababa de unir, se dispusieron a atacarlo.
Los animales avanzaron, el hombre retrocedió, pateó a un gato en el hocico y se quitó al perro con manotazo rápido y bien colocado. El gato restante se abalanzó sobre él y le arañó la cara, por un pelo no le sacó un ojo. Ambos cayeron al suelo y rodaron aplastando las plantas de hierba estrella. El hombre pensó que era un desperdicio pero aún tuvo cabeza para empujar a su atacante con ambos pies. Luego rodó hacia atrás y quedó en cuatro patas, esperando. No creía que esos tres chamacos lo obligarían a convertirse pero no estaba de más prevenir.
Se recuperaron en poco tiempo y los dos felinos comenzaron a rodearlo. Los músculos de sus patas se movían bajo la piel rayada a cada paso. Cargaban esos cuerpos robustos de manera elegante. Quién los viera pensaría que eran livianos como plumas pero la realidad era todo lo contrario.
El perro, enorme como un toro y negro como la noche, le gruñía amenazando con atacarlo de frente. En cuanto salieron de su campo de visión uno de los gatos atacó, ni siquiera tuvo que olerlo, lo había hecho de manera torpe y apresurada; un error de novato. Coyote se lanzó al frente al mismo tiempo del ataque y arrolló al perro negro. Sus compañeras se quedaron mordiendo el polvo mientras le apresaba el cuello ahorcandolo. Con un gemido agudo, el perro fue reduciendo su tamaño y su hocico dejó paso a una cara humana de piel cobriza y ojos marrones. Las otras dos se quedaron paradas mirando sin saber que hacer. El chico, de escasos quince años, aferraba los brazos de coyote desesperado por la falta de aire. La cara le cambio de color e incluso hizo ademanes en señal de rendición pero el hombre no lo soltaba.
Las gatas volvieron a ser humanas. Dos menudas adolescentes cuyas figuras comenzaban apenas a parecer femeninas. Ambas corrieron hasta los contendientes rogándole a coyote que soltara a su compañero pero éste siguió apretando. Solo cuando el chico estuvo a punto de desmayarse el hombre lo liberó dejándolo jadeando en el suelo.
—¿Qué hicieron mal? —Preguntó coyote mientras se levantaba y se sacudía la ropa, Una de las chicas negó con la cabeza, estaba arrodillada a un lado del chico. La otra se dirigió a aquel hombre y respondió furiosa.
—No te matamos, hijo de la chingada. Eso es lo que hicimos mal.
El hombre la detuvo con una mano en la cabeza y la obligó a retroceder pero asintió.
—Exacto. En una pelea real un enemigo no tendrá piedad. Su única oportunidad si capturan a alguno es atacar. Obligar al enemigo a soltarlos o morir. Cualquier otra cosa solo los llevará al fracaso. Siempre que tengan una ventaja usen la.
La chica cayó al suelo, y se le quedó mirando como si quisiera matarlo. Era gemela de la otra pero aún así eran muy diferentes. Estaba enumerando sus diferencias, como el carácter, la manera en que lidiaban con el fracaso cosas así, cuando escuchó voces lejanas. Giró buscando el origen y lo encontró en un guerrero plumas muy esbelto acompañando a un chico vestido de franela. Aspiró el aire y solo entonces reconoció el olor de la sobrina del tlatoani: Toh Cima. Al otro no lo reconoció. Aunque al principio le pareció familiar, mientras se acercaban se dio cuenta de que no era así. Supuso entonces que era aquel chico ladrón de cielo. Tampoco había muchas más opciones.
—Podríamos haber llegado volando. Los pies me están matando. —Ese era el chico aunque su acompañante tampoco era mucho más grande. Toh tenía veinte años, casi veintiuno. Apenas se le podía considerar adulta.
—Me crees pendeja. —Respondió ella.
—Que conste que tú lo dijiste.
Toh no volvió a responder, coyote no supo si fue porque no tenía que decir o porque llegaron frente a él. Agitó la cabeza a modo de saludo y esperó a que hablara.
—Don Coyote. Le traje a otro.
—Solo Coyote. Ya te lo he dicho. —Ella asintió aunque seguramente seguiría llamándolo Don. —¿Qué sabe hacer?
Antes de que Toh pudiera contestar el chico se le adelantó.
—Seguro es capaz de arrancarle la cabeza. Pero pregúntele a ella, que también tiene boca para responder.
Coyote le dirigió la mirada. El chico lo veía directo a los ojos, altanero. Esa mirada tenía algo, no supo el qué pero le dio la sensación de querer girar para ver qué tenía detrás. Lo ignoró y siguió hablando.