Por todas las canciones que No eran para mí

C I N C O

Acordes.

Llegaron a mi oído de forma tan lejana que incluso llegué a creer que eran producto de mi imaginación.

Pero entonces volvieron a sonar.

Esta vez de una manera tan fluido y melodioso que hicieron vibrar mi corazón mientras caminaba por los largos y vacíos pasillos de la preparatoria aquel lunes por la tarde.

Parecía que comenzaban a tener un efecto magnético dentro de mí, y de pronto, me vi siguiendo la música, como si un hilo imaginario me estuviera conduciendo hasta ella.

Con cada paso me iba perdiendo más y más en las notas sincronizadas que proyectaban un sonido amortiguado, hasta que finalmente llegué a la última puerta, justo al final del pasillo, y cuando miré por la ventanilla del salón instrumental, mis latidos se detuvieron por apenas un segundo, antes de retomar su ritmo de una manera brutal y acelerada.

Mis ojos se iluminaron con esa imagen tan sublime que se revelaba en el interior del lugar.

Todo estaba sumiendo en la oscuridad, a excepción de ese halo de luz que se colaba por la ventana. Iluminándolo.

No había nadie más hermoso.

No había nada más perfecto.

Su espalda tan varonil estaba ligeramente encorvada hacia delante, su pierna flexionada se apoyaba en una de las sillas que había frente a él, su cabello alborotado caía sobre su frente, y sus ojos se encontraban completamente cerrados, sumamente concentrado en la melodía que se producía cuando sus manos entraban en contacto con esa preciosa guitarra que sostenía.

Ezra sabía tocar, y lo hacía maravillosamente bien.

Pero solo fue cuando separó sus labios y comenzó a acompañar las hermosas notas con su voz, que lo supe:

Estaba totalmente perdida. 




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