Oh, Sharon, le odio —se lamentó Holly a su amiga aquella noche por teléfono.
—No le hagas caso, Holly. No puede evitarlo, es un idiota —contestó Sharon, molesta.
—Eso es lo que más me fastidia. Todo el mundo dice que no puede evitarlo, que no es culpa suya. Es un hombre adulto, Sharon. Tiene treinta y seis años. Debería saber cuándo mantener la boca cerrada. Dice esas cosas deliberadamente —insistió Holly, irritada.
—Me resisto a creer que lo haga a propósito, Holly—dijo Sharon con voz tranquilizadora—. Creo sinceramente que fue a verte para desearte un feliz cumpleaños…
—¡Claro! ¿Y a santo de qué? —vociferó Holly—. ¿Desde cuándo viene a mi casa a darme regalos de cumpleaños? ¡Nunca! ¡No lo había hecho ni una sola vez!
—Bueno, cumplir treinta es más importante que…
—¡Para él no! Hasta lo dijo durante una cena hace unas semanas. Si no recuerdo mal, sus palabras exactas fueron… —Hizo una pausa y añadió imitando su voz—: «No me parecen bien estas celebraciones estúpidas bla bla bla, soy un infeliz bla bla bla.» Es un auténtico plasta.
Sharon rió ante la bufonada de su amiga.
—Vale, ¡es un monstruo maligno que merece arder en el infierno!
—Bueno, yo no iría tan lejos, Sharon… Sharon volvió a reír y luego dijo:
—Veo que no hay forma de tranquilizarte, ¿verdad?
ºHolly esbozó una sonrisa. Gerry sabría exactamente cómo se sentía, sabría exactamente qué decir y qué hacer. Le daría uno de sus famosos abrazos todos los problemas se esfumarían. Agarró una almohada de la cama y !a abrazó con fuerza. No recordaba la última vez que había abrazado a alguien, abrazado a alguien de verdad. Y lo más deprimente era que no se imaginaba abrazando de nuevo a nadie de la misma manera.
—¿Holaaa? Planeta Tierra llamando a Holly. ¿Sigues ahí o estoy hablando sola otra vez?
—Perdona, Sharon. ¿Qué decías?
—Decía si habías vuelto a pensar en el asunto ese del karaoke.
—¡Sharon! —exclamó Holly—. ¡No hay nada más que pensar sobre ese yema!
—¡Bueno, bueno! ¡Cálmate, mujer! Sólo estaba pensando que podríamos alquilar una máquina de karaoke y montarla en tu sala de estar. ¡Así harías lo que él desea ahorrándote la vergüenza! ¿Qué te parece?
—No, Sharon, es una gran idea pero no dará resultado. Él quiere que lo haga en el Club Diva, dondequiera que esté.
—¡Ay, qué tierno! ¿Eso es porque tú eres su Disco Diva? —Creo que ésa era la idea—admitió Holly, desconsolada.
—Pues me parece una idea encantadora. Pero ¿Club Diva? Nunca lo he oído.
—Por eso no hay más que hablar. Si nadie sabe dónde está, simplemente no puedo hacerlo, ¿verdad? —dijo Holly, satisfecha de haber encontrado una escapatoria.
Ambas se despidieron y, en cuanto Holly colgó, volvió a sonar el teléfono.
—Hola, mi vida.
—¡Mamá! —exclamó Holly con tono acusador. —Dios mío, ¿qué he hecho esta vez?
—Hoy he recibido una visita de tu hijo malvado y no estoy muy contenta. —Vaya. Lo siento, querida. Intenté llamarte antes para avisarte de que iba de camino, pero no paraba de salirme ese puñetero contestador. ¿Alguna vez contestas al teléfono?
Ésa no es la cuestión, mamá.
—Ya lo sé, perdona. Dime, ¿qué ha hecho?
—Ha abierto su bocaza. Ahí radica el problema.
—Oh, no, estaba muy entusiasmado con la idea de hacerte un regalo.
—Bueno, no niego que el regalo era muy bonito y considerado y codas esas
cosas maravillosas, ¡pero me ha hablado de forma insultante sin pestañear! —¿Quieres que hable con él?
—No, no pasa nada. Ya somos niños y niñas mayores. Pero gracias de todos modos. Dime, ¿qué estás haciendo?
—Ciara y yo estamos viendo una película de Denzel Washington. Ciara cree que algún día se casará con él. —Elizabeth rió.
—¡Y lo haré! —exclamó Ciara al fondo.
—Bueno, siento romperle la burbuja, pero resulta que ya está casado.
—Está casado, cielo —dijo Elizabeth a Ciara.
—Esas bodas de Hollywood… —farfulló Ciara. —¿Estáis solas? —preguntó Holly.
—Frank ha ido al pub y Declan está en la facultad.
—¿En la facultad? ¡Pero si son las diez de la noche!
Lo más probable era que Declan hubiese salido a hacer algo ilegal sirviéndose de la facultad como excusa. Holly no pensaba que su madre fuese tan crédula como para creerle, sobre todo habiendo criado a otros cuatro hijos.
—Es muy trabajador cuando se aplica, Holly. Está enfrascado en no sé qué proyecto. No sé de qué se trata, la mitad de las veces no presto atención a lo que me cuenta.
—Mmm… —susurró Holly sin creer una sola palabra.
—Además, mi futuro yerno vuelve a estar en la tele, así que tengo que colgar —bromeó Elizabeth—. ¿Te apetece venir a ver la película con nosotras?
—No, gracias. Estoy bien aquí.
—Como quieras, cariño, pero si cambias de Idea, ya sabes dónde estamos. Adiós, mi vida.
De vuelta a la casa vacía y silenciosa.
A la mañana siguiente Holly despertó completamente vestida encima de la cama. Advirtió que estaba volviendo a caer en sus viejos hábitos. Los pensamientos positivos de las últimas semanas iban desvaneciéndose poco a poco cada día. Resultaba tan enojosamente agotador intentar estar contenta todo el rato que ya apenas le quedaban energías. ¿A quién le importaba que la casa estuviera hecha una pocilga? Nadie más iba a verlo, y desde luego a ella le traía sin cuidado. ¿A quién le importaba que llevara una semana sin lavarse la cara ni maquillarse? Por supuesto, no tenía la menor intención de impresionar a nadie. El único chico a quien veía regularmente era el repartidor de pizza, y tenía que darle una propina si quería verle sonreír. ¿A quién puñetas le importaba? El teléfono vibró a su lado, anunciando un mensaje. Era de Sharon.
CLUB DIVA N 36700700 PIÉNSALO. SERIA DIVER. ¿LO HARÁS X GERRY?
Gerry está muerto y enterrado, tuvo ganas de contestar. Sin embargo, desde que había comenzado a abrir los sobres ya no tenía la sensación de que estuviese muerto. Era como si simplemente se hubiese marchado de vacaciones y estuviera mandándole cartas, así que en realidad no se había ido. En fin, lo menos que podía hacer era llamar al club y tantear la situación. Eso no la comprometía a nada.