Holly llegó a Hogan's y se abrió paso entre la clientela de hombres mayores del pub para subir al Club Diva. La banda de música tradicional tocaba muy animada y el público coreaba sus canciones irlandesas favoritas. Sólo eran las siete y media de la tarde, así que el Club Diva aún no estaba abierto oficialmente. Echó un vistazo al local vacío y le pareció muy distinto de aquel en el que había estado aterrorizada unas pocas semanas antes. Fue la primera en llegar Y ocupó una mesa justo enfrente de la pantalla gigante para tener una visión perfecta del documental de su hermano, si bien no era de esperar que acudiese tanta gente como para que alguien se plantara entre las mesas y la pantalla.
El ruido de un vaso al romperse la sobresaltó y Holly se volvió para ver quién había entrado en la sala. Daniel salió de detrás de la barra con una escoba y un recogedor.
—Vaya, hola, Holly. No me había dado cuenta de que había entrado alguien —dijo Daniel, mirándola sorprendido.
—Sólo soy yo, he venido temprano para variar.
Holly se dirigió a la barra para saludarlo. Daniel presentaba un aspecto distinto aquella noche, pensó ella mientras le pasaba revista.
—Temprano es poco —dijo Daniel, mirando la hora en su reloj de pulsera—. Los demás empezarán a llegar dentro de una hora más o menos.
Un tanto confusa, Holly también consultó la hora.
—Pero si son las siete y media. ¿No empieza a las ocho el programa?
Daniel puso ceño.
—No, a mí me dijeron a las nueve, pero igual lo entendí mal… —Cogió un periódico del día y buscó la página con la programación de televisión—. Sí, nueve en punto, Channel 4.
Holly puso los ojos en blanco.
—Oh, no. Lo siento, iré a dar un paseo por la ciudad y regresaré más tarde —dijo Holly, saltando del taburete.
—Eh, no seas tonta. —Esbozó una radiante sonrisa—. Las tiendas han cerrado a esta hora y puedes hacerme compañía, siempre que no te importe…
—Bueno, no me importa si a ti no te importa…
—No me importa —aseguró Daniel con firmeza.
—Muy bien, pues entonces me quedo —dijo Holly, encaramándose de nuevo al taburete, llena de alegría.
Daniel apoyó las manos sobre el surtidor de cerveza en una pose típica de camarero.
—Y ahora que ya estamos de acuerdo, ¿qué puedo servirte? —inquirió sonriendo.
—Vaya, es fantástico esto de no tener que hacer cola ni pedir la bebida a gritos —bromeó Holly—. Tomaré un agua con gas, por favor.
—¿No quieres algo más fuerte? —Daniel arqueó las cejas. Su sonrisa era contagiosa.
—No, más vale que no o estaré borracha cuando lleguen los demás.
—Bien pensado —convino Daniel, y se volvió hacia la nevera que tenía detrás para sacar el botellín de agua. Holly cayó en la cuenta de qué era lo que le confería un aspecto tan distinto: no iba de negro como de costumbre. Vestía tejanos gastados y camisa azul celeste desabrochada, con una camiseta blanca debajo que hacía que sus ojos azules centellearan más de lo habitual. Iba arremangado hasta justo debajo de los codos. Holly se fijó en sus músculos a través de la tela fina. Apartó la vista enseguida cuando Daniel le sirvió el vaso de agua.
—¿Puedo invitarte a algo? —preguntó Holly.
—No, gracias. Ésta corre de mi cuenta.
—No, por favor—insistió Holly—. Me has invitado a un montón de bebidas. Ahora me toca a mí.
—Muy bien, pues entonces tomaré una Budweiser, gracias. Daniel se apoyó en la barra sin quitarle el ojo de encima.
—¿Cómo? ¿Quieres que la sirva yo? —preguntó Holly. Saltó del taburete y rodeó la barra. Daniel se apartó y la observó con aire divertido—. Cuando era pequeña, siempre quise trabajar detrás de una barra —dijo Holly, cogiendo una jarra de cerveza y abriendo el tirador. Lo estaba pasando muy bien. —Pues hay un puesto vacante si andas buscando trabajo —dijo Daniel, observándola trabajar con detenimiento.
—No, gracias. Me parece que trabajo mejor al otro lado de la barra—bromeó Holly, llenando la jarra de cerveza.
—Bueno, pero si alguna vez buscas empleo, ya sabes dónde tienes uno —dijo Daniel, y bebió un sorbo de cerveza—. Lo has hecho muy bien.
—Hombre, tampoco es neurocirugía. —Sonrió y regresó al otro lado de la barra. Cogió el bolso y le dio unos billetes—. Quédate con el cambio.
—Se echó a reír.
—Gracias —aceptó Daniel, sonriendo. Se volvió para abrir la caja registradora y Holly se despreció por fijarse en su trasero. Aunque lo encontró bonito y firme, no era como el de Gerry, decidió—. ¿Tu marido ha vuelto a abandonarte esta noche? —preguntó Daniel en broma mientras rodeaba la barra para reunirse con ella.
Holly se mordió el labio y se preguntó qué debía responder. No era el mejor momento para hablar de algo tan deprimente con alguien que sólo pretendía ser amable, pero no quería que Daniel siguiera preguntándole por él cada vez que la viera. Tarde o temprano descubriría la verdad y el pobre se vería en una situación embarazosa.
—Daniel —susurró—, no quisiera incomodarte, pero mi marido falleció. Daniel se paró en seco y se ruborizó levemente.
—Oh, Holly, lo siento. No lo sabía —dijo con sinceridad.
—No pasa nada, sé que no lo sabías. —Sonrió para demostrarle que todo iba bien.
—La otra noche no llegué a conocerle, pero si alguien me lo hubiese dicho habría ido al funeral a presentar mis respetos. —Se sentó en el taburete contiguo al de Holly.
—No, no. Gerry murió en febrero. No estaba aquí la otra noche, Daniel. —Pero creía que habías dicho que estaba aquí… —susurró pensando que quizá se trataba de un malentendido.
—Y lo hice. —Holly se miró los pies avergonzada—. Verás, él no estaba aquí —dijo mirando alrededor— pero sí aquí —concluyó llevándose una mano al corazón.
—Comprendo —dijo Daniel al cabo—. En ese caso, la otra noche aún fuiste más valiente de lo que creía, teniendo en cuenta las circunstancias —agregó con amabilidad.
A Holly le sorprendió que Daniel no diera muestras de incomodarse. Normalmente la gente balbuceaba y tartamudeaba al recibir la noticia y, o bien divagaba, o bien cambiaba de tema. En cambio, se sentía a gusto en presencia de Daniel, como si pudiera hablarle con franqueza y sin miedo a llorar. Holly sonrió, negando con la cabeza, y le refirió sucintamente la historia de la lista.