Menos mal que era un día precioso, pensó Holly mientras cerraba el coche y se dirigía al jardín trasero de casa de sus padres. El tiempo había cambiado drásticamente aquella semana y había llovido sin cesar. Ciara estaba histérica por lo que iba a pasar con su barbacoa y había estado de un humor insoportable toda la semana. Afortunadamente para el bienestar de todos, el tiempo había recuperado su anterior esplendor. Holly estaba bastante morena, ya que llevaba un mes tomando mucho el sol (una de las ventajas de no tener trabajo) y le apetecía lucir su bronceado. Por eso se había puesto una falda tejana muy corta que había comprado en las rebajas de verano y una camiseta blanca muy simple pero ceñida, que resaltaba aún más el moreno.
Estaba orgullosa del regalo que le había comprado a Ciara, pues sabía que le encantaría. Era un aro para el ombligo con forma de mariposa que tenía un cristal rosa en cada ala. Lo había elegido para que combinara con la mariposa que su hermana se había tatuado hacía poco, y con el rosa de su pelo, por descontado. Siguió el sonido de las risas y se alegró al ver el jardín lleno de familiares y amigos. Denise ya había llegado con Tom y Daniel y los tres se habían tumbado en el césped. Sharon había llegado sola y estaba sentada junto a la madre de Holly enfrascada en una conversación, sin duda comentando los progresos de ésta en la vida. Bueno, había salido de casa, ¿no? Aquello era un milagro en sí mismo.
Holly puso ceño al advertir que, una vez mas, Jack no estaba presente. Desde que la había ayudado a vaciar y limpiar el armario ropero de Gerry, se había mostrado inusualmente distante. Incluso de niños, Jack siempre había comprendido mejor que nadie las necesidades y los sentimientos de Holly sin que ésta tuviera que manifestarlos, pero cuando le dijo que necesitaba un poco de espacio después de la muerte de Gerry no se refería a que deseara verse completamente ignorada y aislada. Era impropio del carácter de Jack que llevara tanto tiempo sin ponerse en contacto con ella. Los nervios le provocaron un retortijón de tripas y rezó para que su hermano preferido estuviera bien.
Ciara se hallaba en mitad del jardín gritando a diestro y siniestro, encantada de ser el centro de atención. Lucía un biquini rosa a juego con el pelo y unos pantalones cortos vaqueros.
Holly se acercó a ella con su regalo, que le fue arrebatado de inmediato y abierto sin miramientos. No debería haberse molestado en envolverlo tan cuidadosamente.
—¡Oh, Holly, me encanta! —exclamó Ciara, y abrazó a su hermana.
—Pensé que te gustaría—dijo Holly, feliz de haber acertado en la elección, ya que de lo contrario su querida hermana sin duda se lo habría hecho saber.
—Voy a ponérmelo ahora mismo —dijo Ciara, arrancándose el aro que llevaba en el ombligo y clavando la mariposa en su piel.
—¡Oh …! —Holly se estremeció—. No me hacía ninguna falta ver esto, muchas gracias.
Flotaba un delicioso aroma a carne asada en el aire y a Holly se le hizo la boca agua. No se sorprendió al ver a los hombres apiñados alrededor de la barbacoa, su padre ocupando el sitio de honor. Los cazadores tenían que proporcionar alimento a sus mujeres.
Holly divisó a Richard y se dirigió resueltamente hacia él. Haciendo caso omiso de la charla sobre temas triviales arremetió directamente.
—Richard, ¿has arreglado tú mi jardín?
Richard levantó la vista de la barbacoa con expresión de desconcierto.
—Perdona, ¿que si he hecho qué?
Los demás hombres dejaron de hablar para escuchar, expectantes.
Has arreglado mi jardín? —repitió Holly, los brazos en jarras. No sabía por qué se comportaba como si estuviera enojada con él. Quizás era la fuerza de la costumbre, pues si Richard lo había arreglado, le había hecho un inmenso favor. Sólo que resultaba molesto ver otra parte del jardín limpia y despejada cada vez que llegaba a casa y no saber quién estaba haciéndolo.
—¿Cuándo? —Richard echó un vistazo a los demás, agobiado como si lo hubiesen acusado de asesinato.
—Yo qué sé —le espetó Holly—. Durante estas últimas semanas.
—No, Holly—replicó Richard—. Algunos de nosotros trabajamos, ¿sabes? Holly lo fulminó con la mirada y su padre decidió intervenir.
—¿Qué ocurre cariño? ¿Alguien está trabajando en tu jardín?
—Sí, pero no sé quién —murmuró Holly, frotándose la frente y tratando de pensar con calma—. ¿Eres tú, papá?
Frank negó rotundamente con la cabeza esperando que su hija no hubiese perdido el juicio.
—¿Has sido tú, Decían?
—Tú qué crees, Holly?
—¿Has sido tú? —preguntó a un desconocido que estaba al lado de su padre.
—Yo… no. Acabo de llegar a Dublín… para pasar… el fin de semana —farfulló con acento inglés.
Ciara se echó a reír.
—Deja que te ayude, Holly. Alguno de los presentes está trabajando en el jardín de Holly? —gritó a los demás. Todos interrumpieron lo que estaban haciendo y negaron con la cabeza perplejos—. ¿No ha sido mucho más fácil? —Ciara rió socarronamente.
Holly miró a su hermana con expresión de asombro y se reunió con Denise, Tom y Daniel en el otro extremo del jardín.
—Hola, Daniel.
Holly se agachó para saludar a Daniel con un beso en la mejilla.
—Hola, Holly, cuánto tiempo sin verte.
Le tendió una lata de las que tenía a su lado.
—¿Todavía no has encontrado a ese duende? —preguntó Denise, sonriendo.
—No —dijo Holly estirando las piernas delante de ella y apoyándose en los codos—. ¡Y resulta tan extraño!
Explicó lo ocurrido a Tom y Daniel.
—¿No es posible que lo organizara tu marido? —soltó Tom, y Daniel lanzó una mirada a su amigo.
—No —repuso Holly apartando la vista, enojada de que un desconocido conociera sus asuntos privados—. No forma parte de eso.
Puso mala cara a Denise por habérselo contado a Tom.
Denise hizo un ademán de impotencia con las manos y se encogió de hombros. Holly se volvió hacia Daniel, ignorando a los otros dos.