Nos vamos de vacaciones de verano! —cantaban las chicas en el coche camino del aeropuerto. John se había ofrecido a acompañarlas al aeropuerto, pero ya se estaba arrepintiendo. Se estaban comportando como si nunca antes hubiesen salido del país. Holly no recordaba la última vez que había estado tan excitada. Se sentía como si estuviera otra vez en la escuela y hubiesen salido de excursión. Llevaba el bolso lleno de paquetes de caramelos, chocolainas y revistas, y las tres amigas no podían parar de cantar canciones horteras en el asiento trasero del coche. El vuelo no salía hasta las nueve de la noche, de modo que no llegarían a su alojamiento hasta bien entrada la madrugada.
Llegaron al aeropuerto y saltaron del coche mientras John sacaba sus maletas del maletero. Denise atravesó la calle y entró corriendo en el vestíbulo de salidas, como si así pudiera llegar antes. En cambio, Holly se apartó un poco el coche y esperó a Sharon, que se estaba despidiendo de su marido.
—Tendréis cuidado, verdad? —preguntó John, preocupado—. No hagáis ninguna tontería mientras estéis allí.
—John, claro que tendremos cuidado. Él no la escuchaba.
—Porque una cosa es hacer el indio aquí, pero uno no puede portarse de este modo cuando está en otro país.
—John —dijo Sharon, rodeándole el cuello con los brazos—, sólo voy a pasar una semana de relax, no tienes que preocuparte por mí.
—John le susurró algo al oído y ella asintió.
—Lo sé, lo sé.
Se dieron un interminable beso de despedida y Holly contempló el abrazo de sus amigos de toda la vida. Palpó el bolsillo delantero del bolso para asegurarse de que llevaba la carta de Gerry correspondiente al mes de agosto. Dentro de unos días podría abrirla tumbada en la playa. Menudo lujo. El sol, la arena, el mar y Gerry, todo el mismo día.
—Holly, ¿querrás vigilar a mi querida esposa por mí? —preguntó John, interrumpiendo los pensamientos de Holly.
—Así lo haré, John. Aunque sólo estaremos fuera una semana. Holly rió y le dio un abrazo.
—Ya lo sé, pero después de ver las locuras que hacéis cuando salís de noche, es normal que me preocupe un poco. —Sonrió—. Disfruta mucho, Holle, te mereces un buen descanso.
John las siguió con la mirada mientras cruzaban la calzada arrastrando las maletas y entraban en el vestíbulo de salidas.
Holly se detuvo un momento al cruzar la puerta y respiró hondo. Le encantaban los aeropuertos. Le encantaba el olor, el ruido y la atmósfera en general, con todo aquel gentío que iba de un lado a otro portando equipajes, deseosos de comenzar las vacaciones o regresando a casa. Le encantaba presenciar el entusiasmo con que eran recibidos los recién llegados por sus familiares y observar la emoción con que se abrazaban. Era un lugar perfecto para ver gente. El aeropuerto le provocaba siempre una sensación de expectativa en la boca del estómago, como si se dispusiera a hacer algo especial y asombroso. Haciendo cola en la puerta de embarque, se sentía la emoción infantil de estar aguardando para subir a la montaña rusa de un parque de atracciones.
Holly siguió a Sharon y ambas se reunieron con Denise hacia la mitad de la larguísima cola de facturación.
—Os dije que teníamos que venir antes —se quejó Denise.
—Ya, pero entonces tendríamos que esperar el mismo rato en la puerta de embarque —razonó Holly.
—Sí, pero al menos allí hay un bar —explicó Denise—, y es el único sitio en todo este estúpido edificio donde los monstruos fumadores como yo podemos fumar —murmuró.
—Eso es verdad —convino Holly.
—Bueno, me gustaría dejaros bien claro a las dos una cosa antes de salir, no pienso dedicarme a beber como una loca ni a salir todas las noches hasta las tantas. Lo único que quiero es descansar al borde de la piscina o en la playa con mis libros, disfrutar de la comida y acostarme temprano —dijo Sharon, muy seria.
Denise miró a Holly con cara de pasmo.
—¿Es demasiado tarde para invitar a otra persona, Hol? ¿Qué opinas? Las maletas de Sharon aún no se han facturado y John no puede andar lejos.
—No, esta vez estoy de acuerdo con Sharon —dijo Holly—. Sólo quiero descansar y no hacer nada demasiado estresante.
Denise hizo pucheros como una chiquilla.
—No te preocupes, cielo —susurró Sharon con dulzura—. Seguro que habrá otros niños de tu edad con quienes podrás jugar.
Denise la amenazó con el dedo índice.
—Oye, si al llegar allí me preguntan si tengo algo que declarar, diré a todo el mundo que mis dos amigas son unas viejas cascarrabias.
Sharon y Holly rieron con disimulo.
Tras media hora de cola, por fin facturaron el equipaje y Denise salió despavorida hacia la tienda, donde compró un cargamento de cigarrillos para toda una vida.
—¿Por qué me mira tanto esa chica? —preguntó Denise entre dientes, observando a una muchacha que había en el otro extremo del bar.
—Probablemente porque no le quitas el ojo de encima—respondió Sharon, y comprobó la hora en su reloj—. Sólo faltan quince minutos.
—No, en serio, chicas. —Denise se volvió hacia ellas—. No son paranoias, os aseguro que no para de mirarnos.
—¿Y por qué no vas y le preguntas qué quiere? —bromeó Holly con picardía, y Sharon soltó una risita.
—¡Viene hacia aquí! —susurró Denise, alarmada, dando la espalda a la desconocida.
Holly alzó la mirada y vio a una chica rubia muy delgada, de grandes tetas postizas, que se dirigía hacia ellas.
—Más vale que te pongas las nudilleras de metal, Denise, parece bastante peligrosa —se mofó Holly, y Sharon, que estaba bebiendo, se atragantó.
—¡Hola, qué tal! —saludó la muchacha.
—Hola —dijo Sharon, procurando no reír.
—Perdona si he sido grosera mirando de esta manera, pero es que tenía que acercarme para ver si realmente eras tú.
—Desde luego que soy yo —dijo Sharon con sarcasmo—, en carne y hueso. —¡Ay, lo sabía! —exclamó la muchacha, y se puso a saltar de emoción. Como era de prever, los pechos apenas se movieron—. ¡Mis amigas no paraban de decirme que me equivocaba, pero sabía que eras tú! Son aquellas de allí. —Se volvió y señaló hacia el final de la barra, donde otras cuatro spicegir/s saludaron con la mano—. Me llamo Cindy..