Posdata: te quiero

30

Holly llegó al restaurante a las ocho y veinte, ya que había pasado horas probándose distintos conjuntos. Finalmente escogió lo que Gerry le había indicado que se pusiera el día del karaoke, para así sentirse más próxima a él. Las últimas semanas no habían sido fáciles, los momentos malos habían prevalecido sobre los buenos y le estaba costando trabajo recobrar la entereza. Mientras se dirigía a la mesa del restaurante el corazón le dio un brinco. Vivan las parejas.

Se detuvo a medio camino y se hizo a un lado, ocultándose tras la pared. No estaba segura de poder enfrentarse con aquello. Le faltaban fuerzas para mantener a raya sus sentimientos. Echó un vistazo alrededor en busca de la mejor vía de escape; desde luego no podía marcharse por donde había entrado, ya que sin duda la verían. Vio una salida de emergencia al lado de la puerta de la cocina, la habían dejado abierta para mejorar la ventilación del local. En cuanto respiró aire fresco, se sintió libre otra vez. Atravesó el aparcamiento pensando qué excusa daría a Sharon y Denise.

—Hola, Holly.

Se quedó de una pieza y se volvió lentamente al comprender que la habían sorprendido in fraganti. Vio a Daniel apoyado contra un coche, fumando un cigarrillo.

—Qué tal, Daniel.

—Fue a su encuentro—. No sabía que fumaras.

—Sólo cuando estoy nervioso.

—¿Estás nervioso? —Se dieron un abrazo.

—Me estaba armando de valor para reunirme ahí dentro con el Sindicato de Parejas Felices.

Daniel señaló hacia el restaurante con el mentón. Holly sonrió.

—¿Tú también? Daniel se echó a reír.

—Bueno, si quieres no les diré que te he visto.

—¿Vas a entrar?

—De vez en cuando hay que apechugar —dijo Daniel, aplastando la colilla del cigarrillo con el pie.

—Supongo que tienes razón —convino Holly con aire reflexivo.

—No tienes que entrar si no te apetece. No quiero ser el causante de que pases una mala velada.

—Al contrario, será agradable contar con la compañía de otro corazón solitario. Somos muy pocos los que quedamos de nuestra especie.

Daniel rió y le ofreció el brazo. —¿Vamos?

Holly se apoyó en su brazo y entraron lentamente en el restaurante. Resultaba reconfortante saber que no era la única que se sentía sola.

—Por cierto, tengo intención de largarme en cuanto terminemos el segundo plato —aclaró Daniel.

—Traidor —contestó Holly, dándole un codazo en broma—. En fin, yo también tengo que marcharme pronto si no quiero perder el último autobús. —Hacía unos días que no tenía dinero suficiente para llenar el depósito del coche.

—Pues entonces tenemos la excusa perfecta. Diré que tengo que irme pronto porque te acompaño a casa y que tienes que estar de vuelta a… ¿qué hora?

—¿Las once y media? —A las doce tenía previsto abrir el sobre de septiembre.

—Perfecto.

Daniel sonrió y se adentraron en el comedor, sintiéndose más valientes gracias a su complicidad.

—¡Aquí llegan! —anunció Denise cuando se aproximaron a la mesa. Holly se sentó al lado de Daniel, pegándose como una lapa a su coartada. —Perdonad el retraso —se disculpó.

—Holly, éstos son Catherine yThomas, Meter y Sue, Joanne y Paul, Tracey y Bryan, a John y Sharon ya los conoces, Geoffrey y Samantha y, por último pero no por ello menos importantes, éstos son Des y Simon.

Holly sonrió y saludó con la cabeza a todos.

—Hola, somos Daniel y Holly —parodió Daniel con agudeza, y Holly tuvo que aguantarse la risa.

—Ya hemos pedido, espero que no os importe—explicó Denise—. Pero traerán un montón de platos distintos que podemos compartir. ¿Os parece bien?

Holly y Daniel asintieron con la cabeza.

La mujer de al lado de Holly, cuyo nombre no recordaba, se volvió hacia ella y le habló en voz muy alta.

—Dime, Holly, ¿tú qué haces?

Daniel arqueó las cejas mirando a Holly.

—Perdona, ¿qué hago cuándo? —contestó Holly con seriedad. Detestaba a la gente entrometida. Detestaba las conversaciones que giraban en torno a lo que la gente hacía para ganarse la vida, sobre todo cuando se trataba de perfectos desconocidos que acababan de presentarle. Advirtió que Daniel temblaba de risa a su lado.

—¿Qué haces para ganarte la vida? —preguntó la mujer otra vez.

Holly se había propuesto darle una respuesta ingeniosa y un tanto grosera, pero de pronto cambió de idea al ver que las demás conversaciones se apagaban y todos se fijaban en ella. Miró alrededor un tanto incómoda y carraspeó con nerviosismo.

—Yo… bueno… ahora mismo estoy sin trabajo —confesó con voz temblorosa.

La mujer torció la boca y se quitó una miga de entre los dientes con un gesto de lo mas vulgar.

—¿Y tú qué haces? —preguntó Daniel, levantando la voz para romper el silencio.

—Oh, Geoffrey dirige su propio negocio —contestó la mujer, volviéndose con orgullo hacia su marido.

—Estupendo, pero ¿qué haces tú ? —insistió Daniel.

La señora se mostró desconcertada al ver que Daniel no se daba por satisfecho con su respuesta.

—Bueno, ando todo el día ocupada haciendo un montón de cosas distintas. Cariño, ¿por qué no les cuentas lo que hacéis en la empresa?

Se volvió otra vez hacia su marido para apartar la atención de ella. El marido se inclinó hacia delante.

—No es más que un pequeño negocio.

Dio un mordisco a su panecillo, masticó lentamente y todos aguardaron hasta que se lo tragó para poder proseguir.

—Pequeño pero exitoso —agregó su esposa por él. Geoffrey por fin acabó de comerse el bocado de pan. —Hacemos parabrisas de coche y los vendemos a los mayoristas.

—Uau, qué interesante—dijo Daniel secamente.

—¿Y tú a qué te dedicas, Dermot? —preguntó la mujer, dirigiéndose a Daniel.

—Perdona, pero me llamo Daniel. Tengo un pub.

—Ya. —Asintió con la cabeza y miró hacia otra parte—. Qué tiempo tan malo estamos teniendo estos días, ¿verdad? —preguntó a la mesa.

Todos reanudaron sus conversaciones y Daniel se volvió hacia Holly. —¿Qué tal las vacaciones?




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