Carl Donovan recorrió el pasillo pobremente iluminado, por donde minutos antes había acompañado a Tim Rogers a llevar el cuerpo de Joe Materson, hasta la limosina fúnebre que lo transportaría a la funeraria para sus exequias. Iba empujando la camilla vacía y cuando dobló a la derecha, pensó que escucharía encenderse el motor del auto fúnebre, pero no le llegó ningún sonido. Algo había retrasado a Rogers y por un momento sopesó la idea de regresar a ver qué había sucedido, pero se arrepintió al instante. Ya no era su responsabilidad y el empleado de la funeraria tendría que arreglárselas solo. Donovan, lo pensó mejor, y una vez que quedó fuera de la vista de Rogers, se detuvo un instante, para analizar las cosas con más calma, y dar un poco más de tiempo, para escuchar encenderse el auto y no sentirse un poco culpable, por aplicar la de Poncio Pilatos y lavarse las manos, así sin más.
En retrospectiva, la autopsia había sido un desastre, según su opinión. Aunque el procedimiento llegó a un dictamen concluyente, sobre la causa del fallecimiento del occiso, y aunque había entregado el cuerpo a la funeraria en el plazo establecido, cumpliendo la orden perentoria de Samuel Dean; nada, absolutamente nada, fue normal. Los movimientos antinaturales del cuerpo, los cambios multicromáticos del cadáver, que parecía más un arcoíris de colores, que un muerto propiamente dicho, la falta de coagulación en la sangre, y al final, aquella danza macabra, observando como el cadáver “bailaba” sobre la plancha de procedimientos, y como acto final, aquel brazo doblado y sostenido en el aire por varios minutos, y por el que intentaba asociar al rigor mortis, recurriendo a toda la teoría aprendida en tantos años de experiencia, y en la que no lograba encontrar una explicación científica y lógica a cada uno de los sucesos, que acababa de repasar, buscando entender el por qué.
Continuó unos segundos más recordando el procedimiento, y repitiendo mecánicamente cada uno de los pasos y cortes que fue ejerciendo sobre el cadáver, buscando encontrar alguna pista que lo llevara a la luz. Cuando escuchó a lo lejos que la carroza fúnebre había recobrado vida, y que por supuesto, no podría ser otro que Rogers quién había encendido el auto, se tranquilizó un poco, y concluyó, que lo que hubiera retrasado al empleado de la funeraria para emprender la marcha, ya había desaparecido, y que si algo grave hubiese pasado, no dudaba que Rogers hubiera regresado corriendo, bajando su propio registro personal en 100 metros planos, y estableciendo un nuevo record. Una vez que escuchó que el auto se alejaba, hecho que le arrancó un suspiro de alivio, recobró la marcha recorriendo la morgue, mientras iba empujando la camilla.
Cuando llegó a la sala de procedimientos, donde había practicado la autopsia, se detuvo de nuevo bajo el marco de la puerta, y le dio un vistazo escaneando cada rincón del recinto. En uno de los mesones adheridos a la pared de la sala, descansaba la cámara fotográfica y la grabadora de voz, donde había dejado consignado todo lo que había practicado en el cuerpo. Por suerte, Mike Rase, no tenía la cámara en sus manos, cuando casi pierde el sentido, y tuvo que ir hasta él, para evitar que cayera en el suelo; sino, la cámara se hubiera hecho añicos. El hecho de recordar ese suceso, también trajo a sus pensamientos la salud de su asistente y decidió ir a visitarlo, antes de encerrarse en su oficina a redactar el informe, que le había solicitado el director de la morgue con tanto ahínco.
Donovan entró en la sala y se dirigió hasta el mesón, para tomar la cámara y la grabadora de voz. Una vez que la tuvo en sus manos, se enfiló hacia la salida, pero un sonido le hizo detenerse al instante. Se dio vuelta, para identificar de dónde había provenido, pero no encontró nada fuera de sitio. Observó una vez más la sala con sumo detalle, y ubicó el cerebro y el corazón del cuerpo de Joe Materson, uno al lado del otro y en diferentes recipientes, aunque el cerebro si estaba parcialmente cubierto por formol. Justo al lado de los órganos de Materson, descansaba la libreta de notas, en donde Rase había consignado el peso de los órganos y otros datos del procedimiento. Donovan caminó hasta el lugar donde estaba la libreta, viendo a un lado y a otro, y en constante alerta, procurando que sus pisadas no hicieran mucho ruido, por si el sonido que lo había detenido, volvía a aparecer, pero no lo volvió a escuchar. Cuando llegó al lugar, tomó la libreta y observó detenidamente los órganos, concluyendo, que tendría que solicitarle a Samuel Dean, que coordinara la recogida de los mismos, para que los llevaran a uno de los laboratorios de la ciudad, para estudios más profundos. Se dio la vuelta y caminó hasta la salida, pero esta vez nada detuvo sus pasos.
Una vez que el forense salió de la sala, puso la cámara, la libreta, y la grabadora de voz sobre la camilla vacía, y se dirigió hasta el cuarto donde se almacenaban. Cuando llegó al lugar, dejó el armazón rodante en el cuarto y sujetó los tres objetos, tomando rumbo hacia la enfermería para ver cómo se encontraba su asistente.
Donovan encontró a Mike Rase, recostado en una cama y recibiendo los cuidados de la enfermera.
— ¿Cómo estás, chico? — Le preguntó.
Mike Rase, trató de levantarse de un salto, como si considerara a Donovan, una especie de general militar, al que había que rendirle honores con el saludo marcial.
— No, no, quédate así, muchacho —. Le dijo el forense, mientras la enfermera con su mano, trataba de evitar que Rase se pusiera en pie.
— Estoy mejor, doctor, pero ¿Qué pasó con el cuerpo?
Editado: 15.09.2024