Pre-destinados

LA FIESTA DE GRADUACIÓN

Se llegó la noche y María José, era incapaz de conciliar el sueño. Después de llegar del centro comercial, corrió de inmediato a su habitación y trató de quitarse aquella pulsera, pero por más esfuerzo que hizo, esta no cedió. El recuerdo de lo ocurrido aquel día rondó toda la noche en su mente, ahuyentando todo rastro de sueño e impidiendo que su subconsciente pudiera descansar. Para cuando sus ojos por fin pudieron cerrarse, el reloj marcaba las cinco de la mañana. Lo cual, solo la dejó con una deprimente hora de descanso, dado que Carlota acostumbraba a hacerla despertar desde las seis de la mañana. Una mucama, entró sigilosamente en la habitación, y con cuidado quitó la sábana que le cubría el rostro.

──Señorita, es hora de levantarse ──le dijo con voz queda. Ella solo gruñó de mala gana y jaló las sábanas volviendo a cubrirse con estas──. Señorita, por favor, su tía la espera abajo. Recuerde que hoy es su fiesta de graduación.

Se despertó de mala gana y se recostó sobre la cama, viendo con profundo rencor a la pobre mucama que no hacía más que cumplir con su trabajo.

──La única razón por la que no te despido, es solo porque ni siquiera sé tú maldito nombre. Además, tu patético rostro es tan común y corriente, que bien podría confundirlo con el de alguna otra de ustedes ──le dijo con desprecio. Apenas terminó de hablar, aquella extraña pulsera que aún permanecía en su brazo, le apretó con un poco más de fuerza la muñeca. Era como si la reprimiera por semejante acto por parte suya──. ¡Lárgate de aquí! ──ordenó a la mucama quien salió cohibida del lugar, mientras hacia una pronunciada reverencia──. No es mi culpa, yo solo quería dormir un poco ──le dijo a la pulsera, cómo sí esta pudiera escucharla.

Giró un poco la cabeza y vio el hermoso vestido que aquella anciana le había obsequiado. Torció la boca con algo de burla y se puso de pie hacia el baño. Se dio una ducha y al salir se encontró con su querida tía Rosalinda, sentada a la orilla de la cama.

──Veo que adoptaste la costumbre de Carlota ──le dijo con amargura──. Menospreciar a las personas solo por el trabajo que poseen, no es algo que a tus padres les gustaría verte hacer.

Bajó la mirada y se llevó las manos a la espalda, un poco avergonzada.

──Lo siento ──dijo──, es solo que he estado algo estresada.

──¿Estresada? ──expresó la mujer mientras se ponía de pie y se acercaba a su sobrina──. Puedo comprenderlo, después de todo hoy es el día de tu graduación. 

La chica levantó el rostro, un poco azorada.

Con todo lo que había ocurrido, olvidó por completo su fiesta de graduación. Volteó y vio de nuevo aquel hermoso vestido que colgaba a un costado. Tragó saliva y vio de reojo la pulsera que aún permanecía en su muñeca. Se llevó la mano sobre esta y levantó el rostro, tratando de volver a su acostumbrada actitud de siempre.

──Elegiste un hermoso vestido ──comentó Rosalinda, mientras volvía a sentarse a la orilla de la cama. Marijo sonrió forzadamente y se sentó junto a ella.

──Ayer dijiste que tenías una sorpresa para mí, ¿de qué se trata? ──Rosalinda sonrió y la tomó de las manos.

──Dime, querida, ¿aun tienes deseos de convertirte en una bailarina, igual que mi hermana? ──le preguntó entusiasmada. La chica abrió los ojos de golpe y sonrió ampliamente. Aquel había sido su sueño desde que era mucho más pequeña, y el hecho de que su tía lo mencionara, la emocionaba demasiado.

──¡Claro que sí! ──expresó, momentos antes de entrar en razón y darse cuenta de que ese sueño, era prácticamente inalcanzable──. Pero bien sabes que eso no pasará ──dijo mientras soltaba a la mujer y volteaba cabizbaja. Conocía muy bien a su tía Carlota, y era consciente de que ella jamás consentiría que ese sueño pudiera volverse realidad.

──Eso es lo que tú crees, pero tu querida tía va a cambiar eso. ──exclamó la mujer, con una sonrisa cómplice, la cual, le contagió.

──¿Es verdad lo que me dices, tía? ¿No estás jugando conmigo?

──Por supuesto que no. Yo jamás jugaría contigo mi niña… Bueno, al menos no con algo como eso. ──respondió, mientras le frotaba la cabeza como si fuera una niña pequeña──. Tendrás más detalles después de la fiesta, por lo pronto debes cambiarte y ponerte aún más hermosa que de costumbre. Te esperaremos abajo.

Salió de la habitación dejándola sola. Se vistió y arregló su largo y ondulado cabello.

Dudó un poco en sí debería o no, haber puesto un poco de maquillaje en su rostro, pues su tía Carlota podría molestarse por ello, y no quería darle motivos para que arruinara su tan anhelado día. Terminó por usar un poco de brillo labial y rimen. Bajó las escaleras despacio, pues tenía la impresión de que abajo la esperaría su temida tía y la reprimiría usando cualquier excusa. Su sorpresa fue grande al ver no solo a sus tías, sino también a todos los empleados de aquella enorme mansión, quienes esperaban abajo con grandes carteles con distintas frases de felicitación, aplaudiendo y lanzando serpentinas al aire. Carlota permanecía seria, con ambas manos sobre un finísimo bastón de plata que, en ocasiones acostumbraba a llevar solo como un accesorio más. Vestía un elegante vestido negro, cuyas mangas llegaban hasta sus codos y tenía gruesos y elegantes encajes como en la era victoriana. A menudo acostumbraba a usar esa clase de vestimenta, la cual, según ella, era una de las más bellas en la historia de la moda. La chica llegó al final de las escaleras y se posó frente a las mujeres con la cabeza baja, a la espera de alguna clase de reprenda por parte de Carlota, quien solo le entregó un ramillete con flores rojas, las cuales resaltaban perfectamente con el vestido blanco que usaba en ese momento.

──Póntelo, se hace tarde. ──ordenó secamente mientras daba la vuelta y salía de ahí.

Rosalinda le sonrió e imitó a la mujer. María José giró hacia los empleados quienes le sonreían. Vio a la mucama que había entrado a su habitación aquella mañana y le sonrió, acercándose a ella. Era consciente de que la forma como le había hablado hace un momento, no era la correcta y debía disculparse por ello.




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