ADAM.
Subo a mi oficina. desde que salí del apartamento de alemania tengo una maldita migraña, a parte de todo. odio sentirme mal en cualquier aspecto, ya que invalida mis capacidades y lo que puedo lograr estando bien.
El escritorio de la secretaria está vacío, el lugar parece muy silencioso no hay nadie fuera y solo hay dos sitios para asistentes, las cuales no están. las blancas paredes iluminan demasiado que me molestan más en mi particular migraña.
¿Nadie trabaja aquí?
Entro a mi despacho, huele a nuevo, mande cambiar los muebles por cuestiones de higiene, todo está en orden como lo pedí, tengo una ligera obsesión con que todo debe estar ordenado, TOC; creo que le llaman los especialistas. el olor a cuero me hace aspirar, son de esos olores que son adictivos, como el olor a tierra húmeda, cosas nuevas, o al pasto recién cortado.
—¿Señor Hoffmann? —llaman a fuera, una voz tímida femenina.
—Supongo que sí.— contesto sin voltear siquiera y a los pocos segundos escucho sus pasos acercarse.
—Mucho gusto, soy su asistente— me tiende la mano, pero la ignoro, con pena la recoge y la esconde tras de su espalda.
—¿A qué hora empieza a laborar?— cuestiono.
—A las ocho ¿por qué?
—es la Una con dieciséis. Y hasta a hora se presenta. —me rasco una ceja, es una señal de que estoy tratando de no explotar.
—No había llegado...
—Tú lugar de trabajo es estar en tu escritorio por si te necesito, este o no.
—per...
—¡Nada! —grito impaciente, —Duré más de media hora afuera, porque nadie contestaba el maldito teléfono. —la miró mientras me quito los guantes, es una señora de edad, por lo que procuro ser menos duro. —Llame al ingeniero que esta en este piso y a Bruno.
—sí señor.—Ignoro su cara de pánico y el sudor que ahora brota de su frente.
El sitio tiene una increíble vista, me gusta admirar de vez en cuando, es precioso el poder disfrutar de la belleza de la vida, a veces la ignoramos tanto que no nos damos cuenta de esos pequeños destellos que nos causan un escalofrío en la piel, eso que nos recuerda que estamos vivos, o que al menos sobrevivimos una vez más…
mi mente trae esos malditos recuerdos:
una jodida vez más... No vales nada Adam, tu único valor es lo que tienes en el banco, pero como persona no vales nada, a nadie le importarás, porque ni con todo tu dinero has podido retener a nadie, ni siquiera yo que soy tu padre y que estaba destinado a quererte lo hice...
—sé escuchaban gritos en este piso tan tranquilo y deduje que ya habías llegado. —me sacan de mi maldito abismo, toma asiento frente de mí sin ninguna preocupación y por las medias lunas que se encuentran debajo de sus ojos, deduzco que ha pasado una increíble noche de fiesta.
—Qué perspicaz. —tomo mi silla y me siento, es cómoda.
—No tienes ni una hora aquí y ya estás de malas. —me muestra su dentadura al reír, — se acabo la diversión...
—Odio la incompetencia y lo sabes. — no lo dejo que termine.
—¿por qué llegaste tarde? —me ignora.
—problemas, muy estúpidos de hecho. —solo me mira y no cuestiona de más, sabe que odio los interrogatorios.
—Quieren café? —se asoma mi asistente, después de varios minutos.
—se supone que una secretaría de abajo me lo traería. —me reclino en la silla. —¿Dónde está la ingeniero Cooper? —quiero saber a quién carajos le estoy confiando tanto, Bruno la sugirio como encargada de muchos proyectos, yo no tengo idea de quién sea, ni como es que sea, pero confió en mi mano derecha.
pasan los minutos y la joven no viene a mí, de mi bolsillo saco el frasco de pastillas y me trago una.
—¿Migraña?— pregunta con un ligero toque de preocpación.
—Odio admitirlo, pero sí.
—Adam, debes de relajarte más, soltar esos hombros, respirar y vivir... —se pone de pie y se posa detrás de mí, coloca sus manos en mis hombros. —Joder, estás más duro que un pan de tres días. te voy a recomendar un sitio para que te hagan un masaje.
—Mi trabajo no es sencillo...
—el de nadie, hermano, sin embargo la vida sigue y hay que disfrutarla, sé que ser tú no es fácil, pero deberías intentar serlo.
asiento levemente.
—por eso vine acá, quiero experimentar cosas nuevas, otros aires y otros paisajes.
—Y mujeres, no lo olvides, esas hermosuras.
vuelvo a asentir. miro mi reloj y no aparece la ingeniero.
Tal parece que Bruno es un Jefe amable, ya que aquí hacen lo que se les da la maldita gana.
—Eres tan tolerante, tanto como yo soy de impaciente. —me quito los lentes y miro mal a mi amigo.
—No soy tolerante, solo que yo si los trato como seres humanos y no como robots... —levanta los brazos.
Llaman a la puerta y aparece la secretaría que le pedí el café hace más de quince minutos, probablemente dure menos yo despidiendo la.
—Señor disculpe, aquí esta su café; tuve que atender una llamada importante. —me tiende la taza humeante.
—No se preocupe, un minuto más y casi me lo trae para mañana. —contesto sarcásticamente.
—Un gracias no estaría de más. —sonríe genuinamente.
No le contesto, bebo de la taza y veo que la irrespetuosa sigue aquí.
—¿Qué sé le ofrece? — digo tajante.
Bruno y ella se miran.
le hago señal con la cabeza de que se marche, me molesta que me quiten mi tiempo.
—Adam, ella es la Ingeniero Caroline Cooper. La que estás esperando.
—Mucho gusto, señor Hoffmann. —me tiende la mano y la ignoro.
de hecho, suelo ignorar más cosas de las que debería.
—¿Por qué carajos traía una agenda, Si no es una asistente? —pregunto con ironía.
—Supongo que era porque estaba organizando mis días. ya sabe, uno que trabaja tanto, debe estar bien organizado, para que no hayan malos entendidos, con respecto al tiempo de las personas.
Tiene razón, idiota.
—Bien, por una taza de café que haya servido no se le caerá su título.
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Editado: 04.03.2024