Préstamo para antes de Dormir

IV: Lamentos y Conjuros

 

Es mi hermana – se refirió Isaías al retrato que Graciela sostenía.

En él se visualizaba a dos niños sentados sobre el césped de un jardín, con algunas mariposas volando a los alrededores. Isaías debe haber tenido como ocho o nueve años, la niña unos dos años menos. Ambos con exacto mismo color de cabello y ojos –aunque los de la niña resplandecían un poco más-.

La colocó de vuelta sobre el escritorio.

- Si se parece a ti debe ser igual de insoportable – opinó -. ¿Tiene mi edad ahora?

- La tendría, pero murió hace muchos años.

- Oh – volvió a dirigir la vista hacia la foto -, pero no por eso es más buena ahora. Ese es un error que se suele cometer con los seres queridos, santificar su recuerdo.

- ¿Tú qué sabes? – le reclamó Isaías -. ¿Acaso has perdido a alguien?

Ella lo miró de reojo, sin muchas ganas de responder.

- A mi madre, cuando tenía cuatro años. Es extraño que mi padre no te lo haya comentado.

Isaías miró el retrato. En aquel entonces todo estaba bien.

Graciela salió sigilosamente, pues comprendía cuando se necesitaba un momento a solas. Había mucho trabajo para esos días, y aún debía escoger las promociones por el aniversario del local. Afuera estaban todos muy ocupados.

La ciudad fue cubriéndose de nubes. Primero eran blancas y bastante inquietas, luego fueron tornándose oscuras y quedándose en el mismo lugar. Jamás empezó a llover, pero para los que presenciaron el comportamiento del cielo, quedó un vacío sin respuesta.

En casa resonaba El Danubio Azul de Strauss. Las notas se filtraban desde el exterior. Graciela permaneció inmóvil un instante, escuchando, y después abrió la puerta.

Dentro Henry bailaba con Carol. Eran tan felices que tardaron en ver que ya no estaban solos.

- Hola hermana – paró él para saludar.

- ¿Cómo estás Graciela? – preguntó Carol cortésmente -. Disculpa por este espectáculo.

- No hay problema, pero ¿a qué se debe?

Henry y su novia se miraron, como esperando que el otro tome la palabra.

- ¡Vamos a casarnos! – coincidieron en decir.

Graciela se aguantó las ganas de preguntar. Corrió a felicitarlos. Por supuesto que le alegraba la noticia, sin embargo, no quería imaginar el instante de quedar a vivir sola con su padre. Estuvo un rato con ellos, opinando -por petición de Carol- sobre los preparativos de la boda. Le tocó la gracia de ser la primera en saberlo, y el honor de ser dama.

Domingo sin misa y con varias culpas pendientes. Las calles se despejaban con lentitud, mientras los faroles se iban encendiendo. El anochecer cubrió las nubes que aún se veían. La brisa fría se las llevó posiblemente, al igual que ese sentimiento de vacío. En su lugar fue apareciendo la soledad, que no es lo mismo. El vacío es un “jamás”; la soledad es un “se acabó”. De este tipo eran los pensamientos que viajaban por la mente de Hilda. Dio una larga caminata por su barrio antes de tomar asiento en la banca de un parque. Llevaba el cabello suelto, que –tan largo como era– se extendía hasta un metro más allá al ser revuelto por la brisa.

En silencio observó jugar a los niños, hasta que sus padres los fueron llamando para volver a casa. Las parejas tardaron en marcharse, e incluso algunas llegaron con el caer del día. Hilda prefirió ignorarlas, pues algo dentro le provocaba rabia al ver su felicidad. Llamó su atención un joven tocando una canción para su novia, en una guitarra similar a otra que vino a su memoria.

- Ese idiota – pronunció en voz alta.

Ni siquiera notó en principio a quién hacia referencia el comentario. Después echó a andar, para no seguir escuchando la canción. Todavía le indignaba el recuerdo de aquel tipo, aunque no sabía exactamente por qué. Lo peor fue que a todo el mundo le pareció genial.

“Ricardo” – recordó su nombre -. Quizá debería divertirme un poco con él. Estoy segura que volverá.

Con esta decisión caminó más ligera, y llena de expectativas.

 

“Camina al borde del abismo si lo que quieres es ver su fondo, pero ten cuidado de no caer en él. Descubrir una verdad es riesgoso, pues en el camino puedes perderte entre las mentiras. ¿Cómo hacer para volar? Ir más alto que los problemas es la forma segura y única de revelar un misterio; hay que ser ágil y suspicaz. Pero… es imposible hacerlo cuando tú eres parte de él.”




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.