Lo miro en silencio, porque de verdad no sé qué decir. Lo último que a mi mente iba a llegar es que él sea el hijo de mi jefa. El chico que me vio en el momento más vulnerable de mi vida. La misma persona que, sin quererlo, desató todos esos recuerdos oscuros que preferiría mantener enterrados. Mi mente se estremece ante la idea de que él pueda saber lo que realmente ocurrió. Si le cuenta a Eva, ella me llevará directo a un psicólogo, y si Benjamín se entera, no quiero ni imaginar lo que podría hacerme.
Siento que mi mundo se tambalea. Estoy atrapada en un círculo vicioso del que no puedo escapar. Trato de levantarme, pero él lee mis intenciones con una precisión escalofriante y su mano queda en mi brazo. De inmediato, mi cuerpo se llena de tensión, el pánico me invade, y por un momento quiero huir de allí. Sin embargo, él me suelta con una rapidez que me sorprende. Vuelvo a sentarme, mis ojos se llenan de lágrimas, y todo dentro de mí grita que quiero irme de allí, que quiero desaparecer. Pero no puedo. No sé a dónde ir.
—Déjame —mi voz sale como un murmullo, quebrada por la angustia.
—¿Por qué? —me pregunta, y su tono es suave, casi como si intentara entenderme.
Sé a qué se refiere. Su pregunta me llena de vergüenza. Mis ojos, que ya no pueden contener las lágrimas, se fijan en el suelo. ¿Por qué traté de matarme? La respuesta se arrastra por mi mente como un susurro doloroso. Porque estoy cansada. Cansada de luchar. Cansada de todo el dolor que me persigue, de no encontrar luz en este túnel oscuro. Cansada de que cada golpe me derrumbe más. Cansada de él. Cansada de todo. Cansada, esa sería la respuesta.
—Eso no tiene por qué importarte —respondo con molestia, sintiendo cómo mi semblante se endurece. Mi voz se alza, más firme, más segura, aunque no lo esté en lo absoluto. —Haga o no haga, es mi asunto, no el tuyo.
Un silencio incómodo se extiende entre nosotros. Sé que mi reacción lo sorprende. La expresión que aparece en su rostro es la misma que la de aquella noche. La misma mirada de sorpresa, de incredulidad, como si no pudiera entender por qué soy así. Y, en parte, yo tampoco lo entiendo.
—¿Por qué estás tan a la defensiva? —pregunta finalmente, y agradezco que no insista más. No ha tratado de acercarse o invadir mi espacio personal, lo que me permite respirar un poco más tranquila.
—Porque sí —respondo con simpleza, como si esa fuera la única explicación válida. —Te agradecería que este tema quede zanjado. No quiero volver a repetirlo.
Él suspira, y luego una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro, como si no le importara mi renuencia a hablar sobre el tema. Como si supiera que algún día, tarde o temprano, lo sabría todo. Algo en esa sonrisa me desarma un poco, pero me niego a pensar en ello. No quiero que nadie sepa la verdad. No quiero que nadie vea la vulnerabilidad que trato de ocultar bajo una capa de indiferencia.
—Algún día sabré la verdad —dice, seguro de sus palabras.
—Ese día nunca llegará —le respondo, levantándome de la mesa. Mis piernas tiemblan un poco, y el nudo en mi garganta parece no querer soltarme. Camino hacia el baño con pasos lentos, deseando que la tierra me trague. Mi mente está llena de pensamientos confusos, y el dolor me consume.
Al entrar al baño, el silencio es abrumador. Me encuentro con mi reflejo en el espejo. ¿Quién es esa mujer que me mira? La mujer que veo ahora no soy yo. No reconozco mi rostro. Estoy tan marchita, tan rota por dentro, que no puedo evitar llorar. Mis piernas flaquean y caigo de rodillas en el suelo frío y desolado. El dolor me ahoga, me consume. Quiero saber por qué. ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Por qué siempre soy yo la que termina llorando, la que termina destrozada?
Me levanto lentamente, y como un reflejo automático, echo agua en mi rostro. El agua fría me ayuda a calmar los latidos desbocados de mi corazón. Pero no puedo evitar ver las manchas en mi piel, esas huellas de los golpes que he tenido que ocultar durante tanto tiempo. Siento cómo el maquillaje cubre las imperfecciones, pero no puede ocultar el dolor que llevo dentro, ese dolor profundo que se ha quedado en mi alma. Me gustaría poder borrar todo esto, hacerlo desaparecer, al menos por un momento. Pero sé que no puedo.
Puedo escuchar las voces del pasado diciéndome que "todo se supera", pero nadie entiende realmente lo que significa ser una mujer que ha sido golpeada, que ha sido tratada como si su cuerpo no valiera nada. Nadie entiende cómo te sientes cuando te tocan en contra de tu voluntad. Ese golpe no solo marca tu piel, sino también tu alma. La mujer que yo era ha muerto. Y con ella, la persona que más amaba: yo misma.
Termino de aplicar el maquillaje, con la esperanza de que, al menos por fuera, la gente no vea lo que soy por dentro. Salgo del baño, pero me sobresalta la figura de Jasper en la puerta. Lo veo de pie allí, con los brazos cruzados sobre su pecho. Me observa con esa mirada profunda y preocupada que me desarma.
Respiro profundo, intentando calmarme, aunque mi corazón late con fuerza. Sus ojos me siguen, y no puedo evitar sentirme vulnerable. Levanta una mano, y me tenso al principio, pero luego la deja caer, y en un gesto inesperado, me acaricia lentamente el rostro. Sus dedos recorren mi piel con suavidad, y una corriente cálida recorre mi cuerpo. Cuando se aparta, me mira con una intensidad que no sé cómo interpretar.
—Algo te atormenta. Espero que eso no sea tan fuerte como tú. No dejes que te destruya. No lo vuelvas a hacer. La vida es grandiosa, aunque ahora no lo parezca. Puede que en este momento todo esté mal, pero sé que cosas buenas llegarán a ti. No te rindas. Eres una guerrera, no un soldado caído.
Sus palabras son sencillas, pero de alguna manera me llegan al fondo. No sé por qué, pero siento que algo dentro de mí se quiebra. Como si, por primera vez en mucho tiempo, alguien realmente entendiera lo que siento. Pero, al mismo tiempo, me molesta. ¿Cómo puede decirme eso si no sabe lo que es vivir con el peso del dolor cada día?
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Editado: 09.12.2024