“Arrogante imaginación”.
Por ver tantas películas y series cuando era un pequeño, no puedo evitar imaginarme una cámara que estaba frente a mí grabando todo lo que hago. Les puede parecer algo creepy, pero sentía que mi vida se estaba contando, aunque desconozco el público al que va dirigido.
Tal vez esté asociado a las creencias judeocristianas que terminaron por envolver mi subconsciente cuando tenía esa edad:
«De seguro los ángeles están mirando este nuevo episodio… “Hoy, a Arturo se le hizo tarde, y tendrá que saltar la barda de la escuela para entrar… ¿Podrá lograrlo?”...» O cosas por el estilo.
Y es curioso porque, gracias a mi carrera me he enterado sobre lo que abarca una producción cinematográfica, por lo que esta clase de pensamientos se tecnifica cada vez más; inconscientemente me creo un Two Shot en plano americano, mientras sostengo una charla con mi jefe; un Plano Detalle de cuando me abotono la camisa; un Plano General de cuando lloro en el sofá de mi casa...
La diferencia hoy en día es que tengo una palpable noción de que se trata de una proyección mental, y que el único público de esta magna obra soy yo—descarto a las personas a mi alrededor, que seguramente lo aprecian todo desde una perspectiva indiferente—. Es decir: Estoy protagonizando mi propio drama.
Entonces, de alguna manera me paso la vida pensando que mi historia merece ser contada; que de alguna manera soy el centro y todos los demás obran para que esta historia culmine de la mejor manera. Pero, pensando con cordura, esto parece un fuerte complejo de escritor (pseudo-escritor). Porque, a veces creo que la vida se trata con el mismo proceso de crear historias: Siempre un inicio, un desarrollo y una conclusión; Acto I, Acto II, Acto III, Acto IV…
Como que juego a ser el dios de mi propio universo, y quiero llevarlo a la vida real… Oh, sorpresa, no funciona así realmente. ¿Inicio, Desarrollo, Clímax y Conclusión? No creo que haya nada de eso aquí. La vida es una plasta revuelta, donde a veces podemos encontrar el hilo de los hechos, y en otras ocasiones nos topamos con sorpresas desagradables, que ni de chiste colocaríamos en una novela.
También existen los días en los que no sucede absolutamente nada interesante. Esos días en los que nada aporta a la “trama”… ¿Será porque en nuestras vidas no hay trama? La vida son infinidades de caminos a la azar, y nosotros decidimos hacia dónde nos vamos a dirigir. Una elección, tras otra, tras otra, tras otra, tras otra…
Si tienes en mente que existe un creador, creo que sólo nos proporcionó el entorno, porque no he visto que nos visite a la puerta de la habitación para decirnos los diálogos de cada día. Alguna vez leí por ahí, que Dios era un niño, y nosotros las hormigas de su hormiguero… Y si no crees en nada de eso, todo es aún más fácil de comprender: Nuestras acciones crean nuestra historia. Ni más, ni menos.
«No eres tan importantes, así que… Relax» pensé. Nuestra historia se contará por quienes vieron nuestras acciones.
Cuando reflexioné esto, dejé de escribir mis diarios. En algún momento pensé que, si moría repentinamente, me gustaría que todos en casa supieran lo que pensaba en determinadas fechas y se dieran cuenta de quién era. Pero a veces, es mejor buscar ayuda y vivir en el exterior, que está lleno de sorpresas. ¿Buenas, malas? Jamás lo sabremos, eso es lo interesante de la vida…
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Por cierto, algunos amigos del sector salud me han contado que escribir tus emociones y vivencias resulta terapéutico, así que es una solución bastante buena—y barata, no todos podemos pagar un psicólogo—. Por lo tanto, no dejes de escribir. Vive, escribe. Vive, escribe. Vive, escribe…
Gracias por leer, que tengan una buena vida.