Psicópata

Capítulo 1. Oscuridad

“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. 2 Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, 3 sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, 4 traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, 5 que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita. 6 Porque de estos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. 7 Estas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. 8 Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también estos resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe. 9 Mas no irán más adelante; porque su insensatez será manifiesta a todos, como también lo fue la de aquellos.”  2 Timoteo  3:1-10

El resplandor de la Luna creaba sombras que se proyectaban sobre el suelo del bosque. El terror que se dibujaba en el rostro de su nueva víctima daba tintes de realidad a sus sádicas fantasias, le gustaba jugar con sus presas como juega un gato con un ratón, darles esperanzas, hacerles creer que existe la mínima posibilidad de piedad para luego ponerlas de frente con su destino: el ser una presa sin importancia  en manos del cazador, un mero juguete destinado a gratificar su necesidad de torturar y dañar.

Si algunos nacen para ser luz y desde pequeños muestran su inclinación hacia el bien, otros nacen para ser oscuridad y él era uno de ellos.

Los juegos de poder, la manipulación, la tortura física y psicologica eran su droga, el sexo a diferencia de muchos no era su debilidad, odiaba las aberraciones sexuales, le parecían  primitivas, propias de seres inferiores que se volvían esclavos de sus deseos. Y él no había nacido para ser esclavo, sino amo. 

Dio un golpe fuerte a la cabeza de la  mujer que se debatía en medio del horror realizando esfuerzos inútiles por zafarse y cargó su cuerpo hasta llevarlo a una gruta oculta por la vegetación que conducía a una serie de cuevas y tuneles subterráneos que habían sido usados en el pasado por sus ancestros para esconderse de los nazis. Después de dejar el cuerpo asegurado  con cadenas al suelo rocoso de la caverna se dirigió rápidamente a la parte del bosque donde había dejado oculto su auto, lo encendió  y puso rumbo a la mansión familiar.

El recuerdo de su madre rodando por la escaleras aún lo llenaba de gratificación pese al paso del tiempo más aún cuando ese día descubrió lo fácil que sería quitar del camino a todos aquellos que le estorbaran. Pero a pesar de haberse deshecho de ella aún tenía que lidiar con las consecuencias de su absurda generosidad. Odiaba a las personas que al igual que su madre se consideraban el épitome de la virtud y el verdadero espíritu cristiano, especialmente si sus valores entorpecian su camino. 

La  mansión de los Palermo destilaba riqueza pero del tipo que va unido al dinero viejo, la fortuna de su familia habia sido amasada durante dos siglos y varios de sus miembros habían sido leales servidores de la realeza, lo que había dotado su apellido de gran peso e influencia dentro del país y ciertas distinciones que habían allanado el camino a sus empresas. 

Al llegar a casa visualiza todo el poder que conlleva ser el heredero de los Palermo al tener en su  jardín y en uno de los salones principales la crema innata de la sociedad, arruga el ceño al ver cómo camina apresuradamente hacia él Maricella Belluci, una hermosa pero insípida italiana, que se llevaba a la cama cada cierto tiempo solo por el placer de fastidiar al “recogido”.

—Fabricio, amore mío, pensé que jamás llegarías.

— Tenía  asuntos muy importantes que atender, preciosa. ¿Pero mi hermano y tu marido no te acompañan acaso?

—Ninguno de ellos es como tú. 

—Mi hermano te considera una víctima en mis manos y tu marido una esposa y madre abnegada sin saber lo que disfrutas que te sometan en la cama y que una sola palabra mía bastaría para que dejaras a tu esposo enfermo y al mocoso que tienen por hijo.

—Fabricio, tú sabes cuanto te amo,  pero no puedo abandonar a Lucíano, significaría su muerte y mucho menos puedo abandonar a mi pequeño.

—¿Estás  segura? —la conduzco discretamente por uno de los pasillos y hundo un botón estrategicamente escondido que abre uno de los tantos pasadizos que esconde la mansión  y la jalo sin miramientos para luego pegarla a una de las paredes, subirle el vestido y romperle las bragas. Llevo tres dedos sin ningún miramiento a su vagina y aunque al principio escucho un quejido de dolor inmediatamente su intimidad se humedece y empieza a suplicar que mueva mis dedos, pero me limitó a bajar el frente de su vestido y apartar la lencería de encaje que viste sus senos y muerdo uno de ellos con saña al punto de llenar sus ojos de lágrimas para luego lamento con delicadeza y subir a su boca— ¿me detengo, cara?

—No, por favor, no —suplica excitada.

—Preciosa, conmigo es todo o nada, exijo absoluta rendición, o te sometes a mi voluntad o vete en busca de tu marido a ver si el tanque de oxígeno le permite darte el sexo duro que tanto te gusta —saco mis dedos de su interior y  observo por una mirilla que me permite ver si el pasillo está vacío y luego la empujo fuera del pasadizo dejándola con las ganas que sé que la harán masturbarse infructuosamente.

Un buen cazador analiza a sus víctimas y no fue difícil para mí identificar detras del carácter afable y apacible de Maricella, una mujer sumisa dispuesta a entregarse al dominio de un amo y tocar los límites del dolor y del placer.

Recorro el pasadizo a ciegas sin necesidad de iluminar el camino hasta llegar al otro extremo ubicado en el despacho de mi padre. Sobre su escritorio reposa un retrato familiar que fue tomado unos meses antes de la muerte de mi madre y de la llegada a casa de Rafael, con excepción de esa fotografía, no aparezco en ninguna de los otros portaretretratos o cuadros que se exhiben dentro del despacho. Hago a un lado el escozor por el evidente desprecio de mi padre y dejo que una sonrisa socarrona se tome mi rostro al meditar en cada uno de los pasos que he dado en el último año para lograr el control de los negocios familiares porque aunque mi padre sienta un rechazo instintivo hacia mí, no tiene nada de que acusarme para poder retener bajo su mando el liderazgo de la familia.




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