~Apoyo~
—¿¡Qué haces?! —vociferé, después de entrar a la fuerza al cuarto de Fhilip.
El azabache estaba tirado a los pies de su cama, su espalda descansa en el borde de ésta: de tal forma que, no puedo evitar compararlo con un muñeco de trapo olvidado por algún niño en su habitación triste y oscuro. Está hipnotizado por las flamas del yesquero en su mano derecha, ni se inmutó por mi grito de segundos atrás. Lo único que no está apoyado en algo es su mano derecha, la cual mantiene elevada para ver mejor las flamas.
—¿Qué sucede? —pregunta en ruso Matías, adormilado, entra al cuarto después de mí. Se talla un ojo sin preocuparse del estado del chico en el suelo.
—¿Estas ciego o qué? —espeto antes de verlo—. Fhilip está en el suelo viendo fuego —Me altero debido a que un Matías adormilado es como y medio Matías normal, y eso es... ¡nada!
—Y ¿Qué quieres que haga? El chico hace lo que quiere, déjalo —Intentó sonar fastidiado, pero no le funcionó ya que soltó un bostezo.
—Esta bien... pero sí recae y quema algo; haré que sea a tí —señalo con un movimiento de mano como amenaza—... Ya no creo que podamos hacerlo volver, pero hay que intentarlo antes de que quiera quemar algo por su cuenta.
—Bien... —acepta fastidiado, pero murmura antes de salir del cuarto. —Iré a buscar las bolsas con hielo.
Un segundo. ¿bolsas con qué?...
Arg, ya no importa
Lanzó una mirada llena de confusión a la puerta, por la cual acaba de huir Matías antes de proseguir con mis pasos dirigidos al cuerpo casi inerte de Fhilip. Aún no ha notado mi presencia en el cuarto, o por lo menos, no me presta atención ya que no le importa. Es raro verlo de esta manera, nunca me acostumbraré...
¿Yo también me veré así?
Observó sus ojos buscando algo... no sé qué exactamente, sin embargo sé que debe haber algo allí. El único brillo en ellos es el que refleja la llamas, están opacos y la pupila está muy dilatada. Me agacho y muevo mi mano frente a su rostro, en búsqueda de alguna reacción. No sucede nada. Le doy unos golpes en la mejilla derecha con el dorso de mi mano para hacerlo reaccionar. Nada. Aún mirando sus ojos atenta a cualquier; reacción, expresión, queja o lo que sea que pueda pasar... acerco mi mano izquierda al yesquero.
Estando a centímetros de él, no ha movido ni un músculo; no hay reacción. Estoy a punto de tomarlo... la calma en mi cuerpo desapareció; mis manos están sudadas por el nerviosismo. Siento como mi corazón aumenta los latidos por minutos y mis ojos sensibles a cualquier movimiento, mi cuerpo en general está listo para ser coaccionado por alguna cosa...
Mi mano izquierda ya está encima de la suya delicadamente, sin causar presión, pero firme. Mis dedos suben hasta tocar con las yemas el cuerpo del yesquero... Fhilip se levanta rápidamente, alejándolo de mi toque tan rápido que me asusto, me levanto de igual manera en dirección contraria, golpeándome así la cadera con la mesa de noche.
Matías aparece en la puerta con un saco de hielo colgando de su hombro, antes de poder preguntarle para que es: la abre, vacía el saco lanzándolo con dirección a Fhilip, quién ya había comenzado a caminar en círculos, no obstante al sentir el hielo en su cuerpo; se paraliza completamente procesando lo que acaba de suceder. Su espalda se ve tensa, no se mueve un milímetro; incluso en el momento en que Matías sacude el saco para vaciarlo completo. El hielo en el suelo llega a chocar contra mis zapatos, eso me saca del corto trance en el que entré, me acerco a ellos pendiente de no resbalar por el hielo en el suelo.
A unos cortos dos metros, el mayor de ellos se voltea despacio, como si quisiera detenerse; sin lograrlo. La expresión fría hacía el menor; me dice que no va a pasar nada bueno. Sólo logro una zancada cuando el puño de Fhilip entra en contacto con el rostro de su contrario, Matías cae atrás debido al golpe sorpresivo. Intenta levantarse del suelo antes de que Fhilip se le vaya encima golpeándolo, sin sincronía, ni tiempo.
Matías esquiva el primero, sin embargo el segundo le da fuerte en el estómago sacando el aire de él. Consigue devolverle alguno de sus golper, y así es como terminan peleándose en el suelo de la habitación, muchas veces se resbalan a causa de algunos hielos derretidos sobre el suelo.
— Maldita sea... —siseo entre dientes tratando de encontrar el control dentro de mi.
Fue difícil hacer que pararan de pelearse entre sí; se negaban a escuchar, tuve que meterme para separarlos por cuenta propia. No es fácil tratar con chicos que parecieran niños pequeños. Al final, siempre deben hacerme caso en el segundo de amenazarlos, saben de sobra que no lo hago en vano, puesto que; con eso, advierto que mi escasa paciencia no soporta más.
—Saben que yo no quería esto... pero ustedes me obligaron —les cuento al par de chicos amarrados a unas sillas frente a frente, ambos se lanzan cuchillos con los ojos sin pronunciar palabra. Dado gracias que los amordacé igualmente. —. Tú vas a ayudarme con lo que tengo planeado... y tú, Fifi, te vas a quedar quieto hasta que volvamos.
Dictamino terminando de desatar a Matías de las muñecas, para continuar a la cinta adhesiva de la boca: la arranco haciéndolo soltar un quejido por lo bajo. Ya curé las heridas de ambos con el mínimo cuidado posible anteriormente, en cambio; el hielos lo recogerán ellos al volver.