[Fhilip]
~fuego~
Una acuarela en tonos cálidos brillando entre escombros de una olvidada cabaña.
Las llamas consumen todo a su paso, los colores del atardecer jugando a separarse y volverse a unir sin preocuparse de perder su belleza, el calor reconfortante dentro de toda ésta helada montaña y el olor casi dulce que embriaga a cualquier espectador de la obra.
Cerezo.
Me maravilla el fuego; tiene la capacidad de ser libre y desenvolverse sin temor a ser refrendado, de ser un faro que atrae la atención de todos y cada uno de los seres a su alrededor. La adrenalina al escuchar el segundo tope donde las chispas incrementan hasta crear estás flamas de extranboticos colores, mi obra de arte.
Mía... Mía, y sólo mía.
Un ruido me saca de la hipnosis temporal a la cual fui sometido, donde aprecié con devoción mi faro. A mi derecha, Kia sostiene entre sus brazos un conejo blanco, o bueno, casi blanco. Tierra y pedazos de hojas se pegadas a sus patas, lo observo con curiosidad un momento ladeando un poco mi cabeza, es tierno. De manera inconsciente, acerco mi mano por el frente de la cabeza para acariciar su pelaje esponjoso, sin embargo, me muerde.
—¡Ay! maldito conejo... —farfullo alejando mi mano de la bola sucia.
—No te quiere, no lo toques. —demandó Kia sin apartar la mirada del conejo que acaricia con serenidad.
—Que lindo. —murmuró Matías detrás de mí. —¿Te lo quedarás... o lo matarás?
—Por supuesto que me lo quedaré. —Kia fulmina a Matías, sus ojos se oscurecen dándole más intensidad a ese color azul en sus ojos. —Es una criatura linda e inocente, no tiene maldad dentro.
—Me atacó. —acuso señalando a la bola peluda con una expresión molesta muy infantil. —Sí eso no es maldad, no sé qué será...
—Y ya volvió el idiota, —anuncia Kia volteando los ojos con fastidio. —creo que no hubiera sido tan malo dejarte inconsciente...
Fijo mi vista en la estructura incendiada, la atención de mis ojos grises siendo atraídos hacia el fuego como un imán.
El sonido se escucha muy lejano y las voces de las personas junto a mi: se sienten ajenas a mi alrededor. Las llamas no solo consume los restos de esa vieja construcción, sino que también se lleva toda mi concentración y percepción de la realidad. Me dejó embobar por el fuego, no sé cuánto tiempo; solo sé que la satisfacción es inmensa. Y un corto recuerdo me absorbe, mi mente aprovechándose de la familiaridad de la escena y sentimientos.
—Fhilip, ¿Qué haces?
La melodiosa voz de una versión aniñada de Kia llega a mis oídos, y me desconcentra de mi trabajo. La línea de pólvora en la tierra se esparce por el respingo que dí a causa del susto, fulminó con la mirada a Kia; quién con una expresión curiosa se acerca unos pasos.
El recuerdo se esfuma escupiendo mi conciencia hacia la realidad a causa de una pregunta proveniente de mi izquierda.
—¿Cuánto tiempo nos queda? —averigua Matías, el acento grueso en su voz usualmente suave es desconcertante.
—Según la cantidad de ese humo, el espesor, el volumen de la explosión, y... —sopesó Kia con sus ojos azules perdidos en algún punto del suelo terroso, el volumen en su voz se fue apagando hasta que su boca quedó realizando movimientos sin dejar salir un sonido.
No creo que sepa que hace ese tipo de cosas...
»Alrededor de cuarenta y siete minutos restantes antes de que aparezcan los primeros personajes de los servicios públicos, es decir, los bomberos.
—Está bien.
—Fhilip, no te quedes más de veinte minutos aquí. —sentenció Kia. —Yo me llevaré a Rushi y me iré al departamento dónde me estoy quedando.
—¿En serio le pusiste "Rushi"? ¿Cómo nuestro a...
—¿Solo veinte minutos?. —interrumpo la estúpida pregunta de Matías con mi vista al frente.
—Sí. Y el lunes retomas la universidad aquí, no quiero quejas ni berrinches... —advirtió Kia, por lo menos no habló de meterme en problemas.
»Mucho menos llames la atención o te metas en problemas.
La sonrisa que había aparecido en mis labios se esfumó. Bufé molesto, esto va a ser demasiado aburrido para ser verdad. Un momento, ¿Cuándo me inscribió a una universidad?. Con el ceño fruncido me volteo a ella, pero su silueta ya estaba muy lejos para escucharme, y tampoco me tomaré la molestia de gritarle.
—Matías, vete a casa. Yo iré después. —ordeno, él se encoge de hombros aaburrido antes de girar sobre su eje y seguir los pasos de Kia.
Escucho un motor encenderse y el auto alejándose a través de la carretera, minutos después el mismo proceso anunciando la llegada de la paz y tranquilidad.
Permanezco otros diez minutos admirando mi obra antes de realizar estiramientos para trotar hasta llegar al pueblo. No había caído en cuenta del frío mortal por causa de mi recaída y el calor de las llamas que cubría mi cuerpo, pero al alejarme del sitio la brisa gélida quiso convertirme en paleta.
Una paleta con mal sabor, cabe resaltar.
Tantas cosas han pasado en tan corto tiempo, la vida dio muchos giros durante esos pocos años tras el suceso que detonó la bomba. Colmó nuestra paciencia, era como el envase que se fue llenando de pólvora hasta que se llenarse por completo para que esa pequeña chispa destruyera nuestro infierno en instantantes. Los recuerdos de las escenas pasadas cruzan con velocidad mi cabeza y me hace darle demasiadas vueltas. A diferencia de los otros, a mí no me importa recordar, no me importa volver a esos tiempos tan llenos de falsa felicidad. De alguna forma me hacen sentir fuerte, poderoso. Es estimulante saber y retarme a mí mismo cuanto puedo aguantar, cuantos recuerdos dolorosos y felices intercalados puedo resistir antes de desboronarme en mil pedazos. Asfixiarme con los sentimientos y emociones impregnados en esas imágenes al llegar al límite de mi propia resistencia, me hace sentir fuerte, me da control de mi mismo.