- MEGAN Y DYLAN -
Cuando el leve clic sonó advirtiendo que la puerta estaba abierta, los chicos no pudieron evitar exhalar de la emoción. Megan Smith y Dylan Siorra estaban intentando abrir esa cerradura vieja desde hace minutos, sintiéndolo como horas por la presión.
Dyl ayudó a pararse a Megan y abrieron la puerta con suma cautela. No habían oído voces, tampoco ruidos, en estos últimos instantes y desde que habían escuchado una puerta sonar fuertemente. Pensaban que realmente los habían dejado, sacando conclusiones creían que Philip Courtney era el encargado de vigilarlos.
— Puede que Tom Ways quiera aparecer en el operativo para tener una coartada — Había dicho la rubia en su momento.
Y, sin lugar a duda, eso parecía correcto. Como también lo parecía tener el terreno tan sombrío y vacío, no podía ser así de fácil escaparse de estos tipos. Pero, al parecer, la suerte estaba de su lado porque la casa se mantenía impoluta y en silencio.
Caminaron paso por paso, Dyl manteniendo el brazo de Meg sobre su cuello y tomándola de la cintura para ayudarla a caminar. Las maderas chirriaron en el pasillo oscuro, el polvo era el único compañero y solo volvía más tétrica la casa. Poco a poco llegaron al barandal de la escalera, ahora tocaba bajar las escaleras.
Megan suspiró fuerte sin darse cuenta, sabiendo lo que costaría esa bajada si lo hacía a pie. La anestesia aún la tenía baja en fuerzas, además de ese dolor latente en el estómago. No le importaría dormir una semana entera seguida después de esto, pensó.
Dylan se dio cuenta del esfuerzo que suponía para ella y directamente volvió a alzarla en sus brazos y comenzó a bajar con cuidado. Cuando los últimos cinco escalones faltaban por recorrer, escuchó el sonido de un auto y no pudo evitar mascullar en voz baja. Estaban tan cerca de la salida, de la libertad, que esto tenía que ser una broma de algún tipo. Una broma pesada que los hacía desesperar.
El muchacho terminó de recorrer los últimos escalones cuando el motor se apagó y ni siquiera pensó en asomarse por la ventana para ver quién era cuando ya estaba a la carrera.
Tiene que haber una puerta trasera, se dijo.
Pero, así como lo pensó, hizo que esa posibilidad se esfumara al escuchar el sonido de la puerta del vehículo cerrarse y pasos en dirección a la casa. No llegarían, debían ocultarse.
Miraron para todos lados, la rubia señaló una puerta desde sus brazos y ellos se dirigieron ahí rápidamente. La dejó en el piso con cuidado de que las tablas no rechinen, abrieron la puerta y entraron al pequeño espacio debajo de la escalera.
Dylan poco a poco fue cerrando la puerta, tan despacio como esa gota de sudor que caía desde su frente. Giró el pomo lo más lento que pudo y, cuando la puerta estuvo cerrada, lo soltó al mismo tiempo que la puerta delantera se abría.
Los chicos no podían ver nada en ese pequeño espacio, ellos se mantenían aferrados el uno al otro y tratando de que el tacto los reconforte de alguna manera.
Escucharon la voz te un hombre, no sabrían muy bien decir de quién. Parecía estar enojado y mascullando para él mismo. Comenzó a recorrer el tramo de escaleras, las tablas crujieron sobre sus cabezas y Megan tuvo que refregar sus ojos cuando el polvo cayó.
Una vez que el sonido cesó, los chicos no estaban muy seguros de qué hacer. Si trataban de escapar y el ruido los delataba sería realmente peligroso, Dylan sería el único que podría defenderlos si algo llegara a ocurrir y necesitarían correr. Megan sabía que él no podría correr con ella a cuestas, era un peso muerto.
Y sus secuestradores tenían claro que ninguno se iría sin el otro, así que, que Dyl se adelantara para conseguir ayuda, en realidad no serviría de mucho si comenzaban a buscar por toda la casa por ella y se la llevaban a otro lugar.
Megan suspiró sabiendo que sus opciones eran bastante reducidas, se movió unos centímetros hacia atrás cuando un ruido fuerte provino del ruido de arriba, como algo cayéndose y estrellándose contra el piso. Quien sea que estuviera en esa casa ya se había enterado de que ellos no estaban.
Pero al ir hacia atrás, se encontró cayendo. Su pie se deslizó en el desnivel y sus manos se tensaron alrededor del brazo de Dylan. Él la apretó y tironeó hacia él cuando sintió que estaba a punto de caerse.
Hasta que no estuvo estable, un pie en el desnivel y otro en la superficie superior, no volvió a respirar. Los chicos estudiaron el vacío y negro espacio, Dyl tanteó con un pie hasta darse cuenta de lo que estaba pasando.
— Una escalera — Le susurró — Ocultémonos abajo, pensará que ya escapamos.
La rubia se aferró a él y siguió sus pasos lo más lento y cautelosa que pudo ser. Las tablas crujían cada tanto sobresaltando sus corazones y la calma tan tensa y mortífera amenazaba con romperse a cada segundo.
No podían estar pendiente de los ruidos ajenos y los suyos, pero lo intentaron. A mitad de escalera escucharon como la persona desconocida bajaba a toda velocidad y comenzaba a serpentear por la casa de forma apurada. Ellos se detuvieron un momento y volvieron a descender cuando el peligro parecía haber pasado, los últimos escalones parecían ser los más dañados porque el ruido que hicieron cuando Dylan apoyó su peso en ellos resonó en toda la casa.
La persona que estaba en la planta baja también pareció escucharlo, fue un crujido sordo y muy lejano a él. Pero le dio las esperanzas que necesitaba para aferrarse de que aún podría librarse de todo ello, de todo aquel embrollo en el que se había metido años atrás al ocultar el cuerpo, presuntamente falso para él, de una niña.
Comenzó a caminar despacio, sin apuro, tentando a su presa a delatar su posición ante la expectativa de la amenaza.
Los chicos realmente desearon que el hombre haya pasado por alto el ruido y siguieron hasta la base de la escalera, Dylan tanteó el espacio con una de sus manos hasta encontrar la rugosa textura de la madera y, con ella, la perilla de la puerta.
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Editado: 05.08.2020