Aunque toda su atención se centró en el transmisor, Mariana aún recordaba partes de la ciudad holográfica. Habían edificios altos y llenos de jardines colgantes similares a los de la antigua Babilonia. Incluso le pareció vislumbrar drones que daban vueltas por el aire. O eso pensaba. Y las personas eran casi iguales a los humanos de la Tierra, solo que creyó ver que poseían ojos enormes y cabellos recogidos en una coleta. Sin embargo, no pudo detallarlos bien, dado que apenas eran hologramas y se la pasó hablando con Asthar.
Volvió a mirar el transmisor, que lo colocó sobre la mesa de luz de su cama. Habían pasado varios días desde su conversación con Asthar.
Cuando regresó a su realidad, fue llevada a la comisaría para ser interrogarla sobre el paradero del meteorito. Ella mintió y dijo que no vio meteoro alguno, que solo se había tropezado y caído en el bache. Y como todavía conservaba el raspón de su rodilla, la policía le creyó y le dejó marcharse.
Las testificaciones variaban. Algunos decían que vieron que ella escondió el meteorito; otros, aseguraron que se cayó; y unos cuantos juraron ver que el meteorito desapareció misteriosamente. Al final, la policía local archivó el caso argumentando que nadie resultó gravemente herido en la zona y el bache de la plaza se debía al ablandamiento de los sedimentos debido a la falta de mantenimiento por parte de la municipalidad.
Pero lo que no sabía ni Mariana ni los testigos era que la policía recibió órdenes de no indagar más en el caso. Y esas órdenes provenían de unidades del extranjero que controlaban todos los estamentos gubernamentales del mundo. Por lo general, solo intervenían en casos extremos de guerras o acontecimientos extraños sin explicación científica. Y lo del meteorito rosa sí era algo de ser investigado.
Casos como el de Mariana ocurrieron en varias partes del mundo. Y lo que más les llamó la atención fue que las personas pertenecientes a instituciones oficiales de investigación científica, empresarios multinacionales y miembros de organismos gubernamentales, no recordaban tener contacto alguno con fragmentos del meteorito. Era como si algo (o alguien) les borrase la memoria. Por lo que decidieron tomar cartas en el asunto y mandaron agentes especiales a investigar a los civiles que, de alguna forma, tuvieron contacto directo con el meteorito y no formaban parte de ningún ente de gobierno, instituto ni centro científico.
Aunque Mariana mintió, tomaron nota de los testigos del hecho y se dieron cuenta de que ocultaba algo por alguna razón. Por lo que fue una de las personas investigadas por el caso.
Intervinieron su celular, correo, historial de navegación y cuenta corriente. Hasta la vigilaban por satélite por si hacía “algo extraño”. Prácticamente la tenían acorralada sin su conocimiento. Solo bastaba detectar un movimiento extraño y automáticamente la llevarían a interrogación.
Nada de eso sabía Mariana. Ella creyó que el asunto terminó con la policía. Y esa última noche de Enero, en que no podía dormir, miró la esfera fijamente. Quería regresar a ese lugar, saber más sobre Asthar y su mundo. Y también conocer a las personas que aceptaron la misión de atrapar a los científicos.
Y entonces pensó: ya que no podía dormir, bien podía viajar a ese mundo y buscar a esos científicos. Y ante esa idea, tomó la esfera con ambas manos, se acurrucó en su cama, cerró los ojos y pensó: “Llévame de vuelta, Asthar”.
No sintió ningún cambio. Al principio creyó que el transmisor se descompuso. Por el temor, abrió los ojos y volvió a toparse con esa ciudad de holograma.
Y esta vez se centró en los detalles. Efectivamente, los edificios eran bien altos y contaban con jardines colgantes. Muchos poseían carteles con signos extraños y pensó que Asthar también debería ayudarla a leerlos. También se fijó que las construcciones estaban conectadas por puentes, donde pasaban las personas trasladándose de lugar en lugar. Y aquello que creía que eran drones no eran más que extraños pájaros, que no paraban de emitir extraños códigos lingüísticos de ultratumba. Pero Mariana no los escuchaba con claridad. Seguro, al provenir de otro mundo, ella no tenía acceso a las conversaciones. Solo podía ver reflejos del lugar.
Las personas que pasaban a su alrededor, efectivamente tenían los ojos enormes, el doble del tamaño de un ojo normal. Todos llevaban los cabellos recogidos en una cola bien larga, que alcanzaba hasta la cintura. En cuanto a la ropa, era similar a los de la Tierra. Solo que muchos de ellos podían cambiarlos de color apretando un botón que tenían en una de las prendas.
En cuanto al medio de transporte, no vio automóviles. Todos iban dentro de grandes trenes que se conectaban en diferentes puntos de la ciudad. No había visto ninguna casa, local u construcción pequeña. Era como si cada edificación fuese un barrio diferente, con sus casas, lugares de trabajo, escuelas, plazas, hospitales, servicios públicos y más.
A lo lejos, vio a un niño de la Tierra. Lo reconoció porque era sólido, de facciones normales para un terrícola y tenía en sus manos el transmisor en forma de canica rosa.
Por el aspecto, vio que era de algún país asiático, quizás japonés. Llevaba un uniforme escolar de marinero, un gorro blanco y una mochila, por lo que supuso que se estaba dirigiendo a la escuela y se le ocurrió utilizar el transmisor antes de que comenzaran las clases.
Se acercó a él para saludarlo.
#8665 en Otros
#1455 en Acción
#1279 en Ciencia ficción
alienigenas y humanos, dimensiones paralelas, dimensiones y universos paralelos
Editado: 31.03.2023