Para cuando entré a la secundaria mi madre estaba decidida a no dejarme ensayar tanto ballet. Inventaba reuniones familiares, salidas de fin de semana, horas de ayuda a la iglesia, entre otras cosas. Haciendo que me preguntara su motivo para que me alejara del ballet. No comprendía, ¿acaso no tenía frente a mí, a una bailarina modelo? No obstante, ella jamás hablaba del ballet, de su ballet.
Mi padre era un arquitecto reconocido en la ciudad. En su juventud había sido guitarrista y un gran compositor. Algunas de sus letras sonaban de vez en cuando en la radio. Solía contar chiste para todos en las cenas, y despertarnos en nuestro cumpleaños con alguna canción; de él aprendí apreciar las estructuras, el arte, las técnicas. Siempre decía que cuando diseñaba alguna casa o edificio se imagina componiendo una canción
"Lo que sueñes, lo que veas, es solo una composición de notas sin sentido que conforman la grandiosa canción de tu vida".
Nunca vi a nadie sonreír tanto mientras hacía dos cosas totalmente diferentes.
Ya te extraño, papá...
Por otro lado mis hermanos, dos terribles "angelitos" que siempre trataban de darme motivos para gritar "¡Mamá!" dos o tres veces al día. El poder de aquellos gemelos me hacía enfurecer, y amarlos al mismo tiempo.
Tal vez debí hacer que mis padres les dieran más atención a ellos, debí decirles que fueran a sus partidos de fútbol en vez de a mis actuaciones.
Debí estar ahí para cuando ganaran sus primeras medallas, o metieran sus primeros goles.
Debí hacer que mis padres lo llevaran al cine, al parque de diversiones y no a ver mis ensayos.
No debí ser la egoísta, ellos merecían mucha más atención, más tiempo de risas, más apoyo. Más noches de televisión viendo algún partido de fútbol en vez de ver recitales aburridos.
No era justo para nadie que los envolviera en mi mundo.