Durante el primer día de mi larga y agotadora jornada tratando de salir de aquel lugar me concentre sobre las bisagras de la puerta, tratando hacer un agujero el la puerta para que de esta forma se pudiera retirar la puerta de un solo empujón. Esta labor me llevó todo el día y cuando al final de jornada el sueño me atacó, no había logrado sino socavar la pintura de aquella fría puerta que impedía mi libertad. Cuando no pude más busqué una hendidura donde poder guardar mi herramienta de trabajo y caí dormido. Al despertar Mauricio se encontraba de pie junto a mí con un plato de sopa.
Me recosté en forma fetal tratando que Mauricio me pudiera observar muy bien, ya que siempre es conveniente que el enemigo este más confiado de lo que debe. Mauricio salió de la habitación dejando el plato de comida en el suelo a mi lado. Una vez estuvo lo bastante lejos me levanté y comencé a trabajar nuevamente.
Más o menos dos horas después coloque mi herramienta en su escondite y me acerque al plato de alimentos, definitivamente Mauricio era un ser maquiavélico, mis dulces alimentos consistían de una ración de engrudo mezclado con trozos de pan blanco, claro sin ninguna clase de cubierto que pudieran facilitar mi escape, y sin duda ese “delicioso” bocadillo tenia como su ingrediente principal, un fuerte tranquilizante para caballos, no toque nada. Pero de algo me sirvió, ese y los demás alimentos que día tras día trajo a mi celda, ya que en ellos colocaba todos los desechos de mi excavación en una puerta que ya había consumido la mitad de mi herramienta de trabajo y que no tenía la menor intención de ceder ante mis constantes ataques a su integridad.
No fue sino a la tercera semana de excavación que Mauricio se percató nuevamente de mi existencia, cuando me pregunto por que no comía nada de lo que él me servia, rápidamente le respondí que no me gustaban los sueños forzados, ni mucho menos las excursiones en sillas de ruedas guiadas.
Mauricio sonrió, retiro el plato de alimento de mi celda y se alejó hacia las profundidades de aquellos pasillos en los cuales solo el silencio reina. Poco después reanude mis labores como “termita” humana. Al siguiente día no podía esperar que Mauricio pasara por mi celda para garantizar la continuidad del servicio de recolección de desechos. Es día Mauricio se tardó en pasar por mi sector, pero igual que todos los días anteriores y posteriores siempre pasó y se llevaba en mi plato de comida restos de puerta y roca. Debo confesar que de echo el “engrudo” que me servían todos los días llegó a ser bastante agradable, claro una vez te acostumbras a comerlo, de lo único que aun reniego de aquel servicio es de la falta de cubiertos, y no solo por la utilidad para mi tarea sino por el hecho que eso me hubiera evitado tener que untar mis dedos con el “pan francés” cosa que me dolía en el alma no solo por el hecho de ser mala educación sino por que a estas alturas del partido mis pobres dedos se encontraban totalmente destruidos a causa del continuo horadar sobre la puerta, mis dedos tenían un aspecto rojizo a causa de las continuas cortadas que sufrían en su diaria labor, y el hecho de sumergirlos en el tazón de “engrudo” para retirar los delicados trozos de pan no ayudaban en su recuperación, inclusive en varias ocasiones tuve que tomar el “engrudo” con un delicado sabor a sangre.
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Editado: 20.03.2020