LUNES 5 DE SEPTIEMBRE:
Hoy es el peor día de la semana, un día que todo mundo odia: el lunes. Después de un largo y divertido fin de semana (además de un divertido viaje al campo el sábado) debemos llegar al día siguiente en las horas matutinas a trabajar o ir al colegio. ¡Qué ansiedad!
Me encuentro, junto a mi madre, dentro del vehilar de la familia para ir directo al instituto. Vamos más rápido de lo normal, ya que siempre nos gusta llegar lo más temprano posible y esta vez estábamos atrasadas.
Por tanta velocidad, casi ocurren varios accidentes; pero la alta destreza de mi madre logró que saliéramos ilesas de ese peligroso viaje.
Llegamos sanas y salvas a la preparatoria, a segundos de la entrada de ésta, justo a tiempo.
A todas las personas que estaban junto a mí en el aula de clases, les sorprendió verme llegar tan tarde, ya que siempre llego alrededor de los 45 minutos antes del inicio de las clases.
Las clases fueron las peores que he tomado, nunca me había sentido así de aburrida en un largo tiempo.
Tocó el timbre que marca el tiempo entre las clases y la libertad, al menos hasta terminar el recreo.
El receso ahora dura solo veinte minutos, hace tres o cuatro años, cuando estaba en segundo de secundaria, el recreo duraba 45 minutos; pero por alguna razón que nadie logra comprender, recortaron el tiempo quince minutos "para organizar tiempos". Patético.
Busqué a Bill para comer juntos como siempre, pero no lo encontré. Supuse que había ido al baño.
Tomé asiento en la mesa en la que Bill y yo siempre nos sentamos durante los tiempos libres.
Abrí la bolsa que contenía la comida que mi madre había preparado y me percaté de que traía un sándwich. Pensé "Ay mamá, sabes que los odio a la hora del lunch". Me quedé pensando si comerlo o no, hasta que entendí que mi madre se esforzaba para cuidarnos desde que mi padre se fue, así que comí el sándwich para no tirar su esfuerzo a la basura.
Le di el primer bocado y, tras la ventana del comedor, pude observar a Bill viéndome directamente. Noté que tenía los ojos rojos, pero no con venas retínicas espesas; sino que con los iris rojos, en vez de cafés.
Salí del comedor para ver a Bill.
—¡Bill!
—Hola, tengo que hablarte sobre algo. —Dijo de forma extraña, como si un robot me estuviese hablando.
—Sí, pero debo preguntar. ¿Por qué tus iris tienen color rojo?
—No es verdad.
—Lo es.
—No, mira... —Bill frotó sus ojos con sus grandes manos. —¿Lo ves?
Los iris de Bill volvieron a ser café. ¿Cómo es posible que cambien de color sus iris?
—Pero si... antes era roja.
—Estás alucinando.
—Sí... —Exclamé desconfiada. —Bueno y... ¿De qué querías hablarme?
—Si... em... yo ya no quiero que seamos amigos.
—¡¿QUÉ?! —Grité enojada —¡¿DESPUÉS DE LO QUE HEMOS PASADO?!
—Sí, lo siento, Me voy. —Continuó utilizando su tono con nulo sentimiento en sus palabras.
Bill se alejó de mí, caminando sin preocupaciones.
Tocó el timbre para reanudar las clases. Regresé a mi salón enojada, triste y confundida. ¿Por qué Bill habrá decidido ya no ser mi amigo?
Sentí una sensación de que no era él cuando me lo dijo. Él no habló como normalmente.
Regresando a mi aula de clases me encontré a Bill, le pregunté con más calma la razón por la que no quería ser mi amigo. Él me respondió:
—¿De qué hablas, yo nunca te dije eso?, ¡siempre he querido ser tu amigo!
—Eso es mentira.
—¡No lo es!
—¡SÍ LO ES!, tú mismo me dijiste en el receso: "Ya no quiero ser tu amigo".
—Yo estaba en mi aula en el recreo, ¿De qué estás hablando?
—Sabes que... te diviertes con tus otros amigos.
Me voy del colegio, ya no quiero seguir tomando clases ese día.
No creo que Bill y yo hablemos de nuevo o vayamos a la cafetería Luna, esta relación, por la que tanto he trabajado por conservarla, se ha ido al caño por ese imbécil.
Necesito ir al campo el sábado. Necesito procesar todo esto.