La mañana del lunes Dolores no se sintió muy bien. Ella decidió quedarse acostada un poco más. La noche anterior, cuando al fin se hizo la calma en el hogar y ella se fue a la cama, se quedó largo rato mirando el techo cubierto de sombras, después, en parte por impulso, en parte por una necesidad impostergable, Dolores tomó la almohada de quien había sido su compañero y se cubrió el rostro con ella. Nadie podía oír su desahogo y de se ese modo su pecho se agitó en la penumbra hasta que fue suficiente para pensar en conciliar el sueño.
—¿Abu, estás bien? —Mariana miró a su hermana parada a su lado, las dos habían sido las primeras en acudir a su puerta—. ¿Necesitas algo?
Dolores tosió para aclararse un poco la garganta.
—No, amor, estoy bien, pero todavía no me voy a levantar.
Las dos se volvieron a mirar, Brenda levantó sus manos con las palmas hacia arriba.
—¿Podemos pasar?
Dolores revisó la ropa de cama a su alcance para acomodarla alrededor de su cuerpo y luego se pasó las manos por el rostro. No podía quedar ninguna evidencia.
—Sí, pasen —autorizó.
Las dos encontraron la habitación un tanto oscura al entrar; si bien ya era de día, las persianas tenían pequeños orificios rectangulares que no dejaban entrar demasiada luz. Mariana fue la primera en llegar a su lado, sentándose a su par. Luego agarró el interruptor del velador en la mesa de noche y encendió la luz. Brenda rodeó la cama y se subió por el otro costado, quedando a la derecha de Dolores.
—¿Te sentís mal o algo? —insistió Mariana.
—¡Qué no! ¿Cuántas veces se los tengo que decir? —gruñó la abuela al tiempo que golpeaba a costados de su cuerpo dejando subir y volver a caer bruscamente sus brazos.
Reacción que hizo a Mariana moverse con el pensamiento y el propósito de esquivar un posible golpe.
—Mi diagnóstico es que está bien, cascarrabias como de costumbre —declaró Brenda levantando su dedo índice, en la actitud que imitaba a quien divulga un hecho científico.
Mariana rio con la ocurrencia de su hermana y luego volvió su atención a la mujer.
—¿Y entonces por qué no te levantaste? Se siente raro despertarse sin ser amenazado.
—Tengo cincuenta años, mi amor. Si quiero me puedo quedar todo el día acostada y nadie me puede decir nada.
—¿Cincuenta? —Mariana la miró con los ojos entrecerrados, actitud que imitó su hermana—. No sabía que habías tenido a mi papá a los cinco años.
—¡Cállate, tarada! —declaró Dolores simulando darle una cachetada, las tres se rieron—. Me voy a quedar un ratito más acostada, nada más. Y ustedes mejor que se preparen para el colegio.
—Pero, abu. No nos podemos ir y dejarte sola si te sentís mal.
—¿Ah sí? Y eso por qué, si se puede saber.
—Bueno... Porque vamos a estar toda la mañana pensando si estarás bien y por eso no vamos a entender nada en clase.
Mariana observó a su hermana, algo le olía mal, pero no dijo nada. Brenda era bastante aplicada para el colegio, y aunque ella no llegaba al mismo nivel de notas perfectas de su hermana mayor, de todos modos hacía todo a su alcance para no ser la oveja negra en el ámbito escolar. Kevin... Bien, él sí que era otra historia.
Entonces, mientras seguía la charla, Dulce y Candela entraron a la habitación, todavía con la puerta abierta. Las niñas fueron directo sobre su abuela atropellando de paso un poco a sus hermanas. Dolores se reía y les decía que bueno, que ya estaba mientras ellas la besaban y la abrazaban para darle los buenos días, casi como cachorros incapaces de contener su júbilo. Cuando la cuestión se calmó, Mariana y Brenda habían quedado un poco más lejos después de que ellas se habían hecho lugar, acostándose a los lados de la abuela.
—A mí no me vengan con estupideces. Se van al colegio y nada más. La única que se va a quedar conmigo, como siempre, es la Cande porque ella todavía no tiene jardín. ¿No es cierto, bebé? —Dolores vio como su pequeña nieta asentía y después volvía a acomodar la cabeza encima de su pecho—. ¿Y su hermano?
—¡Me estoy lavando los dientes —gritó Kevin desde el baño, en un balbuceo apenas entendible—. Por cierto, tu libro ya va por el capítulo tres, Mariana. Leen bien rápido los culos acá.
—¿Qué dice? —Dolores miró a Mariana con cierta sorpresa, pero ella solo negó con su cabeza al tiempo que tenía una sonrisa dibujada en los labios—. Bueno, cómo sea, se van al colegio y nada más.
Todos asintieron y se retiraron, la única que permaneció con la abuela, como ya había sido previamente dicho, fue la pequeña Candela.
Ya iban dos días sin llover así que por suerte no tenían riesgo de ensuciarse las zapatillas rumbo al colegio. Apesar de ser una escuela pública, la directora podía ser bastante exigente con la apariencia de los alumnos y Mariana, que tenía más fácil ser amonestada que callarse, no quería otro encontronazo con ella.
—Uno más y te voy a tener que suspender —amenazó la directora la última vez.
Esa mañana, Kevin había estado jugando al fútbol con sus compañeros y había quedado hecho un desastre, algo que la mujer le mencionó en tono de reprobación cuando todos se formaban para salir. Y sí, eso no había terminado aunque fuese una escuela secundaria. Mariana, un par de filas más allá, observó toda la situación y no pudo evitar acercarse para ponerse al tanto de lo que estaba sucediendo. La directora repitió sus palabras con un tono todavía más energético y Mariana no pudo evitar reaccionar. Su hermano había bajado la cabeza, avergonzado ante los murmullos de risas a su alrededor y eso fue suficiente para desatar lo peor de su hermana. Frontal como ella sola, miró a la mujer directo a los ojos y le aclaró los tantos.
—Si no quiere que se ensucien jugando ya debería empezar a usar la plata de tantas rifas para que no haya más pisos de tierra en los patios.
Los ojos de la directora se inyectaron de sangre, más que furiosa por lo que había escuchado, pero aún así, en medio de ese intenso momento en cólera ella supo reconocer el límite. Tratándose de cualquier otro alumno ya le hubiera agarrado la oreja y así arrastrado hasta la dirección, pero con Mariana no. Ella sabía muy bien que si se atrevía a eso con esa alumna, iba a tener que pensar en extensiones para los pocos cabellos que le iban a quedar o directamente en una peluca.