Querencia

Capítulo 2

- ¡Oye!, ¿Acaso no sabías que una mujer siempre llega tarde?, es típico de nosotras. -     escuché una voz agitada detrás de mí.


Su respiración estaba tan ajetreada como cuando uno corre y se le acaba el aliento. Sus manos posaban en sus rodillas.

Ella estaba en frente de mí

Por favor perdóname, en verdad lo siento, lo siento tanto. - decía entre jadeos
- Está bien, no hay problema, lo bueno que llegaste.
- Pensé que ya te habrías ido, pero aun así me decidí a venir con la esperanza de que siguieras aquí.
- Bueno, no hay problema, es típico de las mujeres.
- Sí, ¿verdad?

Ambos nos reímos.

- ¿Qué te parece si en vez del helado me compras una botella de agua?
- está bien

Fuimos a la tienda que se encontraba cerca y le compré el agua, después regresamos al parque y nos sentamos en mi banca.

- Oye, yo invito los helados
- ¿Por qué?
- Porque creo que te hice esperar mucho tiempo y no es justo que no te lo recompense
- Pero yo te invité, además…
- Ven, vamos, ahí está el señor
Me jaló de la mano.

Cuando acabamos de comprar su helado de vainilla y mi helado de chocolate, empezamos a caminar alrededor del parque.

- Oye, ¿Qué es lo que haces?- me preguntó.
- ¿A qué te refieres?
- Sí, ¿Qué es lo que haces en tu tiempo?
- Bueno, pues estudio
- ¿Y tú?
-  Soy empleada de una empresa
- ¿Ya no estudias?
- No, ya no quise seguir estudiando desde segundo de preparatoria y empecé a conseguir empleos
- ¿Y por qué ya no quisiste seguir estudiando?
- Pues... simplemente no me gustaba la escuela, no quería seguir perdiendo mi tiempo para después no conseguir un empleo que realmente valga la pena tanto estudio.
- Y ¿Te gusta tu empleo?
- pues la verdad es que no mucho, pero gano bien, no me quejo, tal vez me salga de éste trabajo más después.
- Y ¿Qué es lo que harás si te sales del trabajo?
- seguiré trabajando- sonrió.

Pasó una hora de que estuvimos hablando de cosas, de su vida y un poco de la mía. Gracias a ese momento logré enterarme de su biografía. Ahora sabía cosas e historias divertidas.

Me contó que cuando ella estaba en segundo de secundaria se peleó con su compañera de clase ya que se había robado su almuerzo, así que le pegó hasta que le empezó a salir sangre por la nariz, ese día causó mucho alboroto, la suspendieron por una semana y sus padres la regañaron mucho.
Desde ese día no volvió a lastimar a nadie más porque realmente se sentía mal por haberle sacado sangre.

Esa historia y algunas otras me estuvo contando; ese momento fue tan divertido.

 

Recuerdo exactamente el día en que me dijo que me fuera a vivir con ella. Eran las dos de la tarde de un jueves. Me esperaba en la salida del aula. Corrí apresuradamente y la abracé y besé como de costumbre.

Empezamos a caminar por el patio y los árboles gigantes y viejos que nos cubrían bajo su sombra refrescante. Me sonreía mientras le platicaba las travesuras que había hecho y después de un rato bajo ese aire frio del otoño me preguntó si me gustaría vivir con ella. Me paralicé. Ella mostró angustia y desvió su mirada mientras esperaba mi respuesta. Empezó a tartamudear y decir cosas que no quería escuchar. Agarré sus manos y le dije que desde que la vi anhelaba pasar toda mi vida a su lado. Sonrió y me besó.

Fue extraño mudarme con ella. Sin embargo, estaba fascinado. Su casa era tan hermosa y acogedora. A pesar de que se había independizado desde los 18 años dejando a sus padres y rentando una casita para ella sola todo se encontraba en perfectas condiciones. Si no me hubiera platicado su vida pensaría que ella había nacido en esa pequeña y linda casa. Tenía de todo. Dos sillones largos y uno más chico. Su cocina con estufa y cantidad de vajillas. Una lavadora que se encontraba en la azotea junto con los tendedores. Dos cuartos. En el más grande se dormía ella. En la habitación tenía una cama cubierta con colchas agua-verdosas; sus colores favoritos. Del lado izquierdo una mesa pequeña de madera. Y en frente de la cama un ropero espacioso. Encima de éste se encontraba una televisión de pantalla plana. Todo quedaba perfecto. 

Cuando me enseñó la otra habitación le sonreí por su preocupación. Me pidió perdón por no haberla arreglado mejor. Yo sentía que estaba perfecta. Una cama con un pequeño Buró y una mesa.

Al lado de esta habitación se encontraba un pequeño baño con regadera.

Se avergonzó por no ofrecerme algo mejor. Sin embargo, para mí era todo lo que yo quería. Es más, me estaba ofreciendo algo que nunca pensé llegar a tener. La amaba por completo y ahora me daba un nuevo hogar alejándome de esa porquería de mundo donde yo había nacido. Tenía todo lo que deseaba. Una mujer maravillosa que me amara.

Al siguiente día preparó un desayuno delicioso: Papas fritas, hot cakes, licuado de fresa y jugo de naranja. Incluso me ofreció más para preparar. Sin embargo, decliné. Era domingo. Los fines no trabajaba, así que nos las pasábamos viendo películas. Nuestro día iba perfecto hasta que llegó su madre. Una señora de cincuenta años, con cabello blanco y negro. Con la piel llena de arrugas. Era robusta y más baja que su hija. Cuando llegó lo primero que hizo fue observarme de arriba a abajo. Fue cuestión de segundos para decir que yo era un vago que no le traería nada bueno. Solo problemas.



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En el texto hay: celos, soledad tristeza y amor

Editado: 21.12.2019

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