Querencia

Capítulo 4

Una noche de sábado regresaba a la casa. Eran las ocho. Aun temprano, pero ya oscuro. Caminaba sin voltear a mi alrededor. La droga que había ingerido por primera vez me estaba mareando. A veces chocaba, pero no sentía dolor. Cuando llegué, pude sentir cómo mi cerebro volvía a reaccionar y a percatarse de todo. Tal vez fue la ira que me despertó. Simplemente al abrir la puerta la vi a ella al lado de un tipo. El mismo tipo que siempre la traía, y que me la había arrebatado.

Se levantaron y ella comenzó a reñirme de la hora. Yo me quedé paralizado observándolo. Era alto, delgado pero corpulento, tenía barba, tez clara y la pinta de alguien adinerado, ojos color miel y semblante serio. Con tan solo verlo quería golpearlo. No solo me la robaba, ahora me quería despojar de la casa. Ese tipo quería que yo saliera de su vida.

Oía sus gritos, pero no la entendía. Mi mirada permanecía recta. Él comenzó a hablar y al escuchar su voz no lo soporté más. Fue más mi tristeza que mi coraje. Salí corriendo de aquella casa entre lágrimas. Miré su coche y me grabé sus placas. Después, corrí y corrí hasta llegar con mis amigos. Ellos supieron consolarme dándome más droga. Marihuana. Así le decían. Caí en depresión. Tan solo me di cuenta de que había perdido todo por mi impotencia de no luchar y ese remordimiento que me pulsaba todo el tiempo recordando su rostro cada vez que cerraba mis ojos. Un tremendo dolor de saber que era demasiado débil.

Fueron dos semanas. La primera no salí en absoluto. Permanecía en una casa de mi amigo y le ayudaba a hacer unos churros de marihuana para que los demás los fueran a vender. En la siguiente semana seguí con los negocios de robo.

Los dejé cuando ella me encontró. Ya estaba enterada de todo lo que hacía. Al verme me abrazó y lloró. Me suplicó perdón y me rogó volver a casa. Se culpó por haberme metido en esos actos y al regresar a casa me suplicó de rodillas que dejara de hacer esas cosas. Me dijo que me pondría más atención y que quería regresar a nuestros tiempos cuando solo éramos ella y yo.

Le creí.

Más tarde me contó sobre la relación que había tenido con ese tipo. Él había sido su esposo, pero a causa de algo todo se había acabado entre ellos, hasta ahora que había regresado rogándole volver con ella de nuevo. Ella lo rechazó por mí.

Las cosas volvieron a tranquilizarse. Me costó separarme de aquellos amigos y más porque se molestaron conmigo. Al principio me amenazaron, pero se controlaron al saber que podría denunciarlos. Es gratificante tener a alguien que te pueda sacar de la basura de donde te encuentras. Tener a alguien que te da la fuerza para lograr cosas que no lo harías por ti mismo.

Cuando por fin la paz abundaba y nosotros nos habíamos arreglado, otro problema surgió.

Regresaba de la escuela y la encontré a ella recostada en forma fetal abrazando sus rodillas. Estaba llorando. Cuando me vio se limpió las lágrimas y me pidió que me recostara a su lado. Permanecimos así en silencio abrazados. No me dijo el porqué de su lamento.

Otra vez comenzaba a deplorarse. Ahora solo era tristeza y llanto. Se la pasaba llorando y llorando. No sabía qué hacer. Me pedía estar a su lado. Le decía que me dijera y no salía palabra de su boca. Su madre comenzó a venir. Y con lo mal que me caía me largaba nuevamente. Al volver me decía que me tratara de llevarme bien con ella y me abrazaba durmiéndose con una tristeza enorme que me transmitía sin quererlo.

Una vez la escuché vomitando. Era de madrugada. Me acerqué al baño y al ver sangre salir de su boca me paralicé de miedo. Ella no estaba bien de salud.

Al día siguiente su madre me dijo entre llanto que a ella le quedaba poco tiempo de vida. Mi corazón se hundía en mil pedazos. Una enfermedad me la arrebataría. Agarré fuerzas cuando me explicaron que si ella tomaba un tratamiento su vida se alargaría. Por ahora ella había rechazado eso. Yo le rogué para que lo hiciera. Y entonces así cambió de idea.

La acompañaba día a día a la clínica y la esperaba sonriéndole y diciéndole que todo mejoraría. Sin embargo, en su espera, me escondía detrás de las paredes y lloraba recordándola en el estado que se veía. Tan delgada que sus huesos se marcaban, ojeras profundas y con el cabello tan corto como el de un niño. Se veía fatal, aunque aún trataba de tener ese encanto que la caracterizaba.

Para mí seguía siendo tan hermosa como el primer día que la vi. Solo que, el pensar que me dejaría realmente me dolía. ¿Por qué todo en mi vida era una mierda? ¿Por qué creí que alguien me amaría y podría estar a mi lado para siempre? ¿Por qué mi luz se apagaría? ¿Por qué me la quitaban? Mi vida era una completa pesadilla.

El tipo y su madre la ayudaban económicamente. Además, la clínica la apoyaba mucho.  Yo me la pasaba a su lado todo el tiempo. Y dos años estuvimos así. La ayuda en verdad funcionaba. Se estaba recuperando. Me alegraba porque sabía que tal vez sí estaría a mi lado por muchos años más. Su cuerpo se había vuelto normal y su sonrisa la había recuperado. Además, poco a poco pude llevarme bien con su madre e incluso con el tipo.

Mi vida dio un giro completo cuándo pasó aquello.

Era la tarde de un sábado 12 de diciembre. Íbamos su madre y yo caminando a la clínica por causa del tráfico y la cantidad de gente que estorbaba por la fecha festiva. Su madre le llamó y le dijo que llegaríamos tarde, sin embargo, ella dijo que también iba caminando y que entonces nos encontraríamos. Su madre la regañó y dijo que nos esperara en la clínica, sin en cambio, ambos sabíamos que no haría caso.



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En el texto hay: celos, soledad tristeza y amor

Editado: 21.12.2019

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