31 𝔇𝔢 𝔍𝔲𝔩𝔦𝔬.
𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔇𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:
Mis piernas aún temblaban cuando Gabriel me puso de pie, pero eso no me importó, el rodeo mis piernas con su mano y me alzo como un esposo a recien esposa. No me soltó. Me sostuvo con ternura, con esa mezcla perfecta de fuerza y devoción que hacía que todo en mí se rindiera ante él. Su mirada se encontró con la mía y, sin decir palabra, comenzó a subir al segundo piso.
Apoyé la cabeza en su cuello mientras me llevaba por las escaleras sin que el aliento le faltara. El calor de su piel, su olor, el modo en que sus dedos se aferraban a mis muslos me hicieron sentir segura, deseada... suya.
Entramos a su habitación, apenas iluminada por la luz tenue que se filtraba por la ventana. Me recostó con cuidado sobre su cama, como si yo fuera algo valioso, algo frágil que necesitaba ser adorado y no solo poseído. Sus manos se deslizaron por mis costados, como si me redescubriera centímetro a centímetro. Nuestros labios se separaron solo lo justo para que pudiera mirarme, con esa intensidad que me hacía temblar desde el pecho hasta las piernas.
—Quiero saborearte —susurró, mirando directamente mis ojos.
No le respondí con palabras. No podía. Solo asentí, apenas, con la respiración cortada. Gabriel sonrió, casi con ternura, y comenzó a bajar por mi cuerpo con una paciencia reverente. Sus labios acariciaron mi clavícula, luego descendieron por el centro de mi pecho, mientras sus manos se deslizaban por mis muslos, abriéndolos con una suavidad que contrastaba con la tensión creciente entre ellos.
Cuando llegó a mi vientre, lo besó con devoción, como si cada rincón de mi piel fuera un lugar sagrado. Me quitó el short junto con la ropa interior despacio, mirándome todo el tiempo, atento a cada una de mis reacciones. Sentí el aire fresco rozar mi piel expuesta, pero el calor de su aliento pronto la cubrió.
Me abrió con sus manos y me miró como si lo que tuviera frente a él fuera perfecto, algo hermoso, algo suyo.
—Eres perfecta así —dijo con voz baja, y entonces su lengua tocó mi centro.
Un gemido escapó de mi garganta al instante. Era suave, al principio, exploratorio. Como si quisiera aprenderme. Pero luego, poco a poco, fue profundizando el ritmo, lamiéndome con movimientos lentos y circulares que me hicieron cerrar los ojos y arquear la espalda. Mi cuerpo reaccionaba a él como si estuviéramos conectados desde adentro.
Gabriel me sostuvo firme por las caderas, asegurándose de que no pudiera escapar, ni de su lengua ni del placer. Su boca trabajaba con una precisión que solo podía venir del deseo auténtico, de conocer lo que una mujer necesita, de querer darle todo.
Hundió su lengua en mí, luego la reemplazó por el roce insistente en mi clítoris, húmedo y ardiente. Alternaba entre succiones suaves y besos que me robaban el aliento. Me agitaba bajo él, me aferraba a las sábanas, perdida en la sensación, en el calor que se acumulaba más y más en mi interior.
—Gabriel... —susurré, mi voz temblando—, voy a...
—Dámelo —murmuró sin dejar de saborearme—. Quiero sentir cómo tiemblas por mí.
Y entonces, me dejé ir.
El orgasmo me recorrió como una ola densa, quebrándome desde el centro. Grité su nombre entre jadeos, mientras mi cuerpo se arqueaba y temblaba, sostenido por sus manos firmes, su boca aún aferrada a mí, bebiendo cada sacudida con un deleite que me hizo estremecer una vez más.
Cuando por fin me solté, Gabriel subió lentamente por mi cuerpo. Me besó, esta vez en los labios, sin importarle nada más que estar conmigo, completo, cerca.
—Nunca me cansaré de hacerte sentir así —dijo con voz ronca, acariciando mi mejilla—. Nunca.
Asentí deseando que así fuera.
Apesar de que el deseo estaba por completo en mi cuerpo en lo profundo de mi sabía la poca posibilidad de que esto no pasara de nuevo.
Gabriel se incorporó, paso sus mano por detrás de su espalda quitando su sudadera, quedando por el momento solo con el pantalón. Su abdomen marcado me provoco una necesidad de pasar mi lengua sobre él.
—Después —aseguro Gabriel leyendo seguramente mi expresión.
Lo miré frunciendo mis labios lo que provocó una sonrisa de su parte que se convirtió en media cuando comenzó a deshacerse de su pantalón de chándal. Mi mirada se deslizo cada parte de él, por su pecho firme, por su abdomen marcado, por la evidencia clara de su deseo por mi. No tenia conquien comparar, pero Gabriel era justo lo que esperaba, cuando la cinturilla dejo al descubierto su polla esta salto al quedar libre. No parecía enorme como la de Roberto Esquivel Cabrera, pero si lo estaba como para ser actor porno. Se subió sobre mí despacio, apoyándose en los antebrazos para no aplastarme, y me miró con una intensidad que me dejó sin aliento.
—Deja de mirarme o no podre controlarme e ir despacio —santo cielo, pero yo no quería que fuera despacio—. Quiero que lo recuerdes todo, Sophie. Cada beso, cada caricia, cada vez que diga tu nombre —susurró, y luego me besó—. Porque no pienso dejar que esto sea solo una noche.
La promesa en sus palabras me estremeció más que cualquier caricia. Le respondí con un beso desesperado, mis manos buscando su piel, queriendo sentirlo entero.
Me quitó la camiseta con lentitud, lo único que me cubría, como si abrirme para él fuera un ritual sagrado. Se detuvo a besar la curva de mi vientre, luego mis pechos, adorándolos con la boca, con las manos. Mi cuerpo se encendía de nuevo, más rápido esta vez, más profundo.
Cuando por fin se acomodó entre mis piernas, sentí cómo la anticipación y el miedo se mezclaron con una ternura que me sobrepasó. Se alineó a mí, sus ojos buscándome una última vez.
—¿Estás segura?
—Siempre he estado segura contigo.
Se hundió en mí con un solo movimiento suave, lento, lleno de intención. Ambos jadeamos yo de dolor al sentir la extraña intromisión, mis manos fueron a su pecho tratando de apartarlo de mi, pero Gabriel no me dejo, con una de sus manos tomo mi pierna para evitar salir de mi. Me sentía demasiado llena. Me aferré a sus hombros mientras comenzaba a moverse dentro de mí, despacio, lento, dejando que mi cuerpo se acostumbrara a él. No dejo de doler, pero la forma en que me besaba y tocaba hicieron el dolor un poco más soportable. Entraba y salía lento pero firme al principio, como si quisiera hacer durar cada segundo, grabar cada gemido, cada suspiro, cada estremecimiento de mi cuerpo bajo el suyo.
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Editado: 10.07.2025