Leilani
Sylvain llegaría en cualquier momento. Estaba ansiosa, me movía por toda la cocina de forma impaciente, acomodando cada cosita fuera de lugar del living, había demasiados cuadros por toda la casa, y muchos floreros con rosas recién cortadas del vivero.
Me adentre en la cocina y tome un trapo entre manos para iniciar a retorcerlo. Levanté la vista para mirar el reloj de gato en la pared. Marcaba las 16:15 de la tarde, cinco minutos faltaban.
—Mierda. —murmuré y me acerqué al horno. En pocos minutos llegaría Sylvain y yo aún no había terminado de hacer un bizcocho de vainilla y chocolate, había seguido a rajatabla la receta de mi abuelo, así que me tenía bastante fé está vez.
Por favor, por favor, que no esté crudo.
Pase mi antebrazo por mi frente, limpiando el sudor que en esta se estaba acumulando por el calor que el horno irradiaba. Menos mal que llevaba el cabello trenzado, porque con el pelo suelto me estaría asando aún más. Además, llevaba un bonito jardinero corto negro y una remera violeta abajo, unas zapatillas, también violetas que estaban un poco sucias por haber estado trabajando todo el fin de semana en la tierra del vivero.
Mi casa era un poco rara, adelante estaba la florería, la tienda donde vendíamos todas las flores que conseguimos del vivero y que el distribuidor nos traía cada tres días. Si entras, verás detrás del mostrador un pasillo, y si al final ibas a abrir la puerta de la derecha llegarás a un vivero que tenía la entrada en el otro lado de la manzana.
Estaba lleno de cítricos y plantas que teníamos que cuidar a diario, que también vendíamos, había grandes rosales de todos los colores, lavandas, jazmines, moneditas, entre muchas más. Por otro lado, si usabas la puerta de la izquierda, encontrarás unas escaleras que guiaban a una serie de departamentos que mis abuelos alquilaban y en los que vivíamos.
A veces era un poco confuso, y más cuando ibas con prisa y te confundías de puerta. Cosa que solía pasarme bastante a menudo.
Había llegado temprano hoy de la escuela, había dormido y hecho tarea. Luego limpie un poco y trabaje en el vivero acomodando los jazmines recién llegados. Les Roses, era el nombre de ambos locales, en honor a mi bisabuela que había fundado ambos negocios y si yo era la siguiente dueña tenía ideas para expandir el negocio a más partes de la ciudad. Ciones era grande y muy poblada, ya de por si teníamos éxito, quizás con otra tienda podríamos aumentar los ingresos y así mis abuelos decidieran al fin hacer ese viaje que tanto han querido desde la muerte de papá.
El temporizador sonó y me coloque unos guantes de tela para poder abrir el horno y saque el molde con el bizcocho que estaba que pelaba. Rápidamente y maldiciendo lo deje sobre el mármol de la mesada.
—¡Carajo! —me quejé cuando me quemé uno de los dedos. Me saqué los guantes y me lo llevé a la boca rápidamente mientras que con la otra mano cerraba y apagaba el horno.
El bizcocho me devolvió la mirada desde la mesada, y puedo jurar que sentía que esa bola de masa se estaba burlando de mí.
Volví a mirar el reloj, no me quedaba tiempo para volver a comenzar. Iba a tener que arriesgarme a desmoldar.
—Espero que no te hayas pegado, bizcocho del demonio. —le hablé y lo miré acusadoramente esperando que se enfríe un poco para poder sacarlo y no perder más dedos en el proceso.
Con cuidado saque el bizcocho del molde, le di unas rápidas palmadas y cayó duro sobre el plato.
Lo miré e hice una mueca disconforme. Presioné levemente mi sien y suspiré resignada.
—Se lo daré a los perros. —murmuro intentando cortarlo y el cuchillo que estaba usando se dobla cuando hice demasiada fuerza, quedando atrapado. —La pastelería no es lo mío. —digo a la nada bajando las manos a las caderas. —Mejor le pregunto a la abuela si puede ir a comprar algo dulce.
Susurraba para mi. Hablar conmigo misma en voz alta me hacía sentir mejor, fingir que alguien me escuchaba, lo cuál era muy probable si en la calle justo pasaba alguien a mi lado en ese momento. Muchas veces recibí miradas de confusión por desconocidos. Pero cada uno tiene sus mambos, este era el mío. Uno de muchos.
Terminé de mandarle un mensaje a mi abuela y el timbre de la florería sonó. Durante unos segundos me quedé pensando quién sería, y qué carajos quería, hasta que recordé a Sylvain.
—Mierda. —deje el bizcocho a un lado y corrí hasta la puerta del departamento, la dejé entreabierta para poder trotar por el pasillo hasta llegar a las escaleras, las baje intentando no tropezar con mis propios pies y vi a Sylvain del otro lado de la puerta de cristal. Con una sonrisa en los labios tome las llaves y me acerque a abrirle.
La puerta se abrió y la campanita sonó, Sylvain, que estaba con el celular se giró rápidamente a verme con una bonita sonrisa que adornaba sus labios delgados y las mejillas teñidas de rojo.
—Tuve que pasar por lo de Max antes, perdona la demora. —me dijo mientras lo dejaba pasar y miraba la florería que se encontraba cerrada. Todos los ramos de flores ya armados, las paredes llenas de flores listas, las macetas y bolsas de tierra escondidas, las mesas para aquellas personas que querían tomar algo mientras compraban. Todo. Él lo analizo absolutamente todo. Y a mi también.
Me recorrió de arriba a abajo con una sonrisa de lado, y sentí un calor subir por mis mejillas. Yo también lo mire. Llevaba una remera roja y unas bermudas de jean azul, su cabello estaba increíblemente desordenado, como si hubiera tenido una batalla a muerte con el viento cuando venía en su bicicleta. Y sus zapatillas deportivas que eran las mismas que usaba siempre. Alrededor de su cuello llevaba una cadenita de plata. Estoy segura que si mi abuela se lo llegará a cruzar, diría que se ve como todo un Don Juan y no le permitiría entrar al local.
Eso me hizo quedar quieta por un microsegundo. Mierda, mi abuela llegaría a mitad de la tarde, y seguramente se cruzaría con Sylvain. Estoy muerta.
#12402 en Novela romántica
#1761 en Novela contemporánea
amor humor sentimientos pasion, romance amistad, romance adolescente romance escolar
Editado: 24.02.2024