Llegó el martes, y Pitu se reuniría con Santiago después de tantas negativas. Como jamás antes se retrasó a la salida de la universidad, porque se tuvo que regresar a buscar los materiales con los que realizaría un trabajo individual.
Miró el reloj en la pantalla de su teléfono, y marcaba las 4:40 pm, ya iba retrasada, por lo que le avisó antes de que pensara él que cancelaría o lo dejaría plantado: “Voy retrasada, algo de último momento, pero estoy en camino hacia la heladería, Pitu.”,y la respuesta no se hizo esperar:“No te preocupes, te estoy esperando. Santiago.”
Cuando llegó a la heladería que quedaba cerca de su universidad, respiró profundo, y entró buscando a Santiago hasta que lo divisó mirando el teléfono.
Se acercó y antes de emitir alguna palabra, él levantó su vista apresurándose en ayudarla.
—Déjame ayudarte con esas cosas —dijo él de forma caballerosa y la ayudó con las bolsas que cargaba.
—Perdón, por la demora.
—No te preocupes, aunque pensé que ya llamarías para cancelar.
—No, porque este es el único día que tengo algo de tiempo libre, aparte ya habíamos quedado en juntarnos —se desplomó sobre la silla cansada.
—¿Qué quieres beber?, ¿un jugo? —le ofreció él amablemente—, o ¿prefieres un helado?
—Ay, no sé, déjame ver —se mostró algo indecisa, porque ella iba a saber la verdad, olvidó la parte de comer algo, y tuvo que analizar velozmente la carta de helados—, un helado de chocolate en vaso.
—¿En vaso?, ¿no estás grande como para eso? —la miró perplejo.
—Yo lo quiero, yo lo comeré, y yo lo pago —dijo ella molesta.
—Bien, bien, solo fue un comentario, perdóname por si te sentiste atacada…
—Perdóname a mí —lo interrumpió—, estoy algo estresada con lo del libro, pero es que siempre me cuestionas tú y me disgusta que me pidan explicaciones —suspiró profundo tratando de relajarse como le aconsejaron sus amigas—, lo pido así, porque me voy a demorar en comerlo, y se va a derretir.
—Bien, los iré a pedir, y regreso.
—¡Espera! —lo detuvo con un deje de preocupación—, te tengo que pasar mi dinero.
—No, invito yo.
—No, me pago yo —insistió ella.
—¡Que testaruda! —exclamó mirándola frustrado y luego aceptó el dinero de ella.
Santiago por unos segundos se vio reflejado a sí mismo, sobre todo cuando le dijo que era una testaruda, cosa que no reclamó, pero lo cambió por una mirada molesta por el alcance. No podía él entender la manía que tenía Pitu de ser autosuficiente, seguramente cualquier otra chica hubiera aceptado que él pagara los helados, pero justo ella no.
A los minutos, él regresó a la mesa con los helados y se quedó en silencio como solía hacerlo cuando ellos estaban juntos sin pelear.
—Hace tiempo que quería hablar contigo—sacó la voz él seriamente.
Ella se detuvo de seguir comiendo el helado, olvidó por unos instantes la razón del por qué ambos estaban allí ese día. Levantó la vista, para mirarlo con atención.
—Primero, quiero disculparme por todas las veces que fui grosero contigo, pero tenía que ser así, mantener las distancias. Segundo, quiero que me disculpes porque… porque ese día no debí haberte dicho lo que dije, no de esa forma, en especial contigo, no debí dejar que te fueras sola… perdóname.
¡Wow!, la cara de verdadero arrepentimiento de parte de Santiago la sorprendió, si bien lo había escuchado que le pedía perdón, ahora tenía en frente a un chico que se estaba mostrando transparentemente arrepentido, y esa era una de las razones del por qué le urgía conversar las cosas.
Fue tanto el impacto que ella dejó caer la cuchara con la que comía su helado la que él rápidamente la alcanzó a sostener en el aire, y ella quiso pronunciar algo, pero él la interrumpió.
—No debí requisarte tus cosas, créeme que me sentí un imbécil cuando descubrí el contenido de la bolsa, más lo que me informó Consu, yo pensé que harías algo al respecto, pero reconociste esa carta dentro de mi mochila, y me sermoneaste porque me había comido los chocolates, ¡sí!, lo admito, me comí un privilegio de los que te contradije que no los aceptaba, estuvo mal habérmelos comido, aunque ese día no había desayunado, pero más mal estuvo despreciar esos regalos. La verdad de las cosas es que tienes razón, pero yo me cegué por la rabia porque quería tenerla… leí todas las cartas, y abrí los regalos —confesó Santiago—, ¿quieres saber que decían las cartas?