Hamel llama a la puerta. Le preocupa que Rylan no esté despierto, son las siete de la mañana y tiene solo una hora para desayunar y llegar al trabajo.
—Rylan, que se te hace tarde —toca de nuevo.
Alicia da vueltas de un lado a otro, le incomoda el escándalo. Quiere ignorar todo a su alrededor pero su subconsciente la presiona a levantarse. Abre la puerta, todavía dormida atiende al llamado. Hamel emite un sonido agudo por el susto de ver a Alicia, abre bien sus ojos, no puede creer que ella se encuentre en el cuarto de Rylan.
—¿Qué pasó? —pregunta la abuela a la distancia.
—Nada —responde Hamel—. Es que me rompí una uña —dice como excusa, sin apartar la mirada de Alicia, quien espera como sonámbula en la puerta.
Recuesta su cabeza sobre la madera, no entiende qué está pasando. Tampoco puede pensar con claridad, porque cree que está soñando.
—Puedes despertar a Rylan —pide Hamel con voz baja.
—Rylan, si —balbucea. Cierra la puerta, camina hacia el sillón. Se tira de rodillas al lado, y sin mucha fuerza mueve su hombro. Él reacciona con molestia y gira su cuerpo para darle la espalda.
—Déjame dormir —dice.
—Yo también quiero dormir. —Se lanza a su lado, bosteza y cierra los ojos. Toca con su nariz la tela de su camisa—. ¿No tienes que atender una frutería?
Rylan se levanta exaltado, haciendo que Alicia ruede hacia el piso. Toma la toalla y sale del cuarto.
—¿Qué hace Alicia ahí dentro? —susurra Hamel, quien muestra una cara histérica.
Rylan no responde, solo le muestra su dedo índice y sisea para pedir que se calle.
—Creéme que no me callaré —advierte. Pero el chico le tapa la cara con la palma de la mano—. ¡¿Qué haces?! —grita.
—Me estorbas —contesta, y tambaleante se dirige al baño.
Hamel no puede creer lo perdido que ve a su amigo. Le hace dudar si está dormido o ebrio, aunque su aliento solo apunta a lo primero. Mira con preocupación la puerta del cuarto, se pregunta: ¿cómo harán para que la abuela no se entere? Desde la cocina se puede ver la puerta, tendrían que esperar a que ella esté en su cuarto para hacer salir a la chica.
Alicia se sienta en la cama. El golpe la ayudó a sacudirse el sueño. Mira la cama con anhelo, ganas no le faltan para volver a ella. Busca su celular con la esperanza de encontrar mensajes de Ana, pero hace una mueca de disgusto al no encontrar ni uno solo. Sería capaz de jalarle los cabellos si la tuviera enfrente. Escuchar la voz aguda de Hamel la hace volver a la realidad. Rylan entra al cuarto ignorando los comentarios, con la toalla amarrada a su cintura.
—Pero… —Alicia cubre su rostro avergonzada.
—Lo siento, olvidé que estabas aquí. —Abre el armario en busca de su ropa.
Alicia vuelve a mirar, los tatuajes que nota en su espalda son llamativos, quisiera acercarse para detallarlos.
—¿Puedes mirar a otro lado?, necesito vestirme —pide.
Gira su cabeza hacia la pared. Un escalofrío la hace recordar años atrás, cuando compartía piso con su ex. Y un nudo en el estómago le recuerda lo reconfortante que era tener compañía.
—Listo. —Revuelve su cabello con las manos, así suele secarlo.
Ella lo observa con desprecio, mientras trata de esquivar el agua que le salpica. Cruzan sus miradas. Como si pudieran entenderse sin hablar, saben que ninguno de los dos quiere estar allí.
—¿Qué hacemos? —pregunta él. Ella suaviza su semblante, dando lugar a una cara triste—. Puedes ir conmigo, estoy seguro que desde el centro puedes ubicarte para regresar.
—No quiero, me siento mal, estoy pegostosa y me desagrada la idea de salir así, menos con el mismo vestido de ayer. —Vuelve sus manos un puño. El olor fresco a jabón la hace sentir frustrada—. Debo oler horrible.
—No regresaré hasta tarde, y mi abuela no puede enterarse que estás aquí, ya me armaste un rollo con Hamel.
—Esperaré por Ana. —Se cruza de brazos.
—¿Segura que quieres quedarte encerrada todo el día?
—No, pero tampoco quiero salir así —reclama.
—Calma, no alces la voz. —Se sienta junto a ella—. Entiéndeme, te ayudé recibiéndote aquí, pero no te puedes quedar.
—No saldré —susurra entre dientes.
Exhala derrotado, siente que hablar con ella es inútil. Le estresa la actitud caprichosa de niña pequeña que ha tomado.
—Bien. —Sale y busca a Hamel, la toma del brazo para llevarla hacia la sala de estar, donde la abuela no pueda verlos ni oírlos.
—Luces molesto, ¿acaso no salió bien la aventura?
—No me acosté con ella —dice con el semblante serio, Hamel no entiende lo que pasa, pero comprende que tampoco es un juego—. No quiere salir, por vergüenza a usar la misma ropa o sentirse sucia, no lo sé. —Piensa en una solución, la situación le genera un dolor de cabeza—. ¿Y si le prestas ropa para que se duche?
—Claro, y que la abuela se pregunte quién está en el baño, ¿alguna opción más obvia? —añade sarcástica.
—Esto me pasa por ayudar.
—Luego me cuentas. —Tiene muchas preguntas, pero no hay tiempo para conversar—. Esto haremos: entras en la cocina, distraes a la abuela mientras yo divido tu desayuno.
—Encima tengo que pagar con mi comida.
—Nadie te pidió traer invitados.
Rylan se despeina, suspira y entra a la cocina fingiendo una gran sonrisa.
—Buenos días —abraza a la abuela.
—Mi niño, todavía no has comido, ni se te ocurra irte sin comer. —Suelta un par de palmadas en su hombro, siempre le funciona como regaño—. A ver, que todavía no te sabes peinar. —Lo aparta un poco, y trata de arreglarle el cabello con las manos.
Hamel sale de la cocina con un plato a escondidas en su espalda. Rylan entiende la señal que le ha dado con la mirada. Se sienta en la mesa a desayunar, su abuela lo acompaña, sentándose en frente, para ponerlo al día de los rumores.
—¿Aún no te has ido? —pregunta Alicia al escuchar la puerta.
#11612 en Novela romántica
#1694 en Novela contemporánea
adultos jovenes y mas, romance humor amor, pasado doloroso y triste
Editado: 30.07.2024