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𝐍𝐚𝐫𝐫𝐚 𝐄𝐦𝐢𝐥𝐢𝐚:
Tomo mi cuaderno donde suelo escribir y camino directo al frondoso árbol que se encuentra en la parte trasera del instituto. Sole hoy no pudo asistir a las clases y Alejo está en su entrenamiento, por lo que estoy sola. Puedo decir que es el momento donde puede estar tranquila, Ivette también está en sus ensayos y Agustín en el mismo sitio que Alejo.
Tomo mi bolígrafo y comienzo a escribir, algún día me gustaría ser valiente y publicar un libro. La literatura y pintar es algo que me fascina, pero no es lo que mis padres esperan de mi, mi madre a dicho que lo mejor es estudiar algo sobre las leyes o economía, lo cual acepté, con tal de irme de aquí y no ver por mucho tiempo a las personas que me han dañado.
La vida para mí siempre fue estructurada, mi padre está en el mundo de la política desde que tengo uso de razón, es por eso que mi madre tiene toda mi vida planeada. Me temo que ella no estará muy feliz cuando sepa que hace un año que Gastón y yo no tenemos nada.
Pero cuando alguien llega de una forma tan inesperada como lo hizo Alejo, siempre lo tomo como una señal, quizás lo juzgue mal aquel primer día que lo conocí, tan egocéntrico con aquella presentación, intentaba mostrar un chico que no es y no se porque lo hace.
—¿Quién es dueño de esa sonrisa?.— doy un pequeño brinco cuando escucho su voz y elevo mi rostro, encontrándome con aquel atractivo castaño con esa sonrisa arrogante que lo hace ver aún más hermoso.
—No sonreía.— le digo mientras cierro el cuaderno, evitando confesar que pensaba en él.
—Cuando te sonrojas tus pecas resaltan más, me gustan mucho.— por alguna extraña razón me gusta que a él le gusten mis pecas, no siento la misma sensación cuando aquello me lo decía Nahuel.
—A mi me gusta mucho ese lunar que tienes en tu mentón.— le confieso mientras me pongo de pie con su ayuda, el brillo de sus ojos cuando me miran también me hacen sentir algo que jamás había sentido, creo que todo lo que se refiere a él me hacen sentir como jamás. ¿Uno puede enamorarse a esta edad y desear que sea él su único amor?, quizás este loca, pero quiero que él siempre esté conmigo.
—¿Qué te parece si hacemos los trabajos de matemáticas juntos?, yo soy muy malo en eso y necesito una profesora.— deja un beso en la comisura de mis labios.
—Si, hagamos eso pero en mi casa no podremos.— no podría llevarlo sin hablar antes con papá, para que él intente convencer a mi madre.
—Será en la mía, mi padre y su esposa no están nunca en casa.— no sé si aquella información me tranquiliza o me pone aún más nerviosa, he estado sola con él, pero no en un lugar tan privado. «No seas miedosa Emilia.» —Si prefieres un lugar más público, lo hacemos en una biblioteca o donde tu te sientas cómoda.— niego con mi cabeza de inmediato.
—No, está bien en tu casa.— le respondo de inmediato y sin comprender porque lo abrazo, me gusta su aroma también, «¿Por qué no dices que te gusta todo de él y ya?.» una vocecita en mi cabeza deja claro que me gusta todo de Alejo.
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Bajaron del auto y él la tomó de la mano, estaban justo frente a la casa de Emilia pero a ella no le importó, no le gustaba esconderse y si algunas veces lo hacía era porque su madre le prohibía todo lo que a ella le gustaba. Pero la rubia estaba dispuesta a que eso no pasaría con Alejo, su madre no lograría alejarla de él.
—Vamos, subamos directo a mi habitación, ahí tengo mi portátil y estaremos tranquilos.— sin soltarse subieron, Emilia sentía sus piernas temblar, se sentía nerviosa pero segura de ir a dónde él la llevara.
—Pasa, ponte cómoda en lo que voy por algo de comer.— Alejo le dio un beso suave en los labios y salió de la habitación.
Mientras él preparaba unos sandwich y jugo de naranja, Emilia miraba todo lo que había en el lugar. Tomó entre sus manos una fotografía que reposaba en la mesita de noche, podía apreciar a un Alejo de unos dieciséis años con una mujer muy similar a él, con el mismo lunar en su mentón y los ojos marrones. Sonrío mientras la devolvía a su lugar y luego vio la tabla de surf junto con un balón de fútbol, se podía sentir en aquella habitación todo lo que era Alejo. Un libro sobre el escritorio llamó su atención y sin dudarlo lo tomó.
—Las mil y una noche.— susurró mientras acariciaba las letras del título.
—Era el libro favorito de mamá.— pegó un brinco que la hizo soltar de inmediato el libro y se giró algo avergonzada por ser descubierta.
—Lo siento, no quise tocar tus cosas.— Alejo sonrió mientras caminó hasta el escritorio y dejó la bandeja con los sandwich. Acarició suavemente la mejilla de la rubia y luego paseó su dedo índice por los labios pomposos de ella.
—No me molesta que seas tú quien conoce mis pequeños secretos.— bajó hasta su altura y dejó un beso en su mejilla y luego en su boca. —De hecho me gusta que seas la única que lo haga, como también me gustaría ser el único para ti.— Emilia pasó saliva y su corazón retumbó con fuerza en su pecho, cuando los suaves dedos de Alejo subieron la orilla de su camisa y tocó su ombligo. Los labios de Emilia se separaron levemente intentando llevar más aire a sus pulmones.
—Conozco a alguien que puede hacerte un arete aquí.— su dedo índice acariciaba parte de su vientre, enviando una electricidad al pequeño cuerpo de Emilia.
—Vale, si, llévame.— dijo perdida en todo lo que sentía.
—Primero debes comer.— la rubia parpadeó con rapidez, intentando bajar de aquella nube.
—No…
Sus palabras quedaron en el aire, cuando se vio interrumpida por los labios de Alejo, que sin poder soportarlo más la besó, le gustaba demasiado aquella chica, le hacía sentir una revolución en su ser. No sabía como controlar todo lo que ella le provocaba, pero no iría más lejos, no hasta que ella lo deseara, pero tenerla en su espacio le había provocado muchas cosas, se separó de ella tomando toda la fuerza que logró reunir.
—Lo siento.— se disculpó Emilia y aquello lo hizo fruncir el entrecejo.
—Tu no debes decir eso, lo siento yo. Me dejé llevar.— acarició su mano y la hizo sentarse en la cama.
—Es que yo no sé que hacer en esta situación, quizás hice algo mal.— Alejo sonrió y beso su frente, aquello era lo que le gustaba de ella, la mezcla de lo angelical y atrevido que iba descubriendo le fascinaba.
—Tu haces todo perfecto palomita. Pero jamás haré algo si tú no estás lista, tenemos tiempo.— aquellas palabras hicieron que Emilia soñara aún más, tenían tiempo, claro que lo tenían. «Toda la vida.» pensó ella mientras abrazó a su chico, al único que lograba sacar su mejor versión.
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Editado: 03.11.2024