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—¿Por qué me sacaste de ahí?— le reclamó enojada.
—Llamarían a tus padres; ningún directivo vio la pelea— le decía Alejo mientras parqueaba el auto en el estacionamiento frente a la playa.
—No me interesa, tengo demasiada rabia. Mi madre no es quien sufre todas estas cosas, y estoy cansada— cubrió su rostro cuando ya no logró retener su llanto. Alejo bajó de inmediato del auto, abrió la puerta del acompañante, tomó a Emilia de las piernas, la giró y la sacó del auto para sentarla en su falda.
—Tranquila, estoy contigo— acarició suavemente la espalda de la rubia, mientras sentía mucha rabia por imaginar todo lo que ella había pasado.
—Estoy agotada, quizás tengan razón y debas alejarte de mí— se aferraba con fuerza a la camiseta del castaño, pero él la separó de inmediato y la obligó a mirarlo a los ojos.
—Eso jamás pasará; tú eres importante para mí y nadie podrá separarme de ti— le dijo con sinceridad, perdiéndose en los ojos verdes de Emilia, que se veían más intensos por el color rojizo que había en ellos a causa de las lágrimas.
—Gracias, no quisiera nunca separarme de ti— se acomodó mejor y lo besó; sus dedos jugaron con el cabello castaño de Alejo, mientras él permitía que sus manos delinearan el costado de su cuerpo. Aquel beso los estaba haciendo viajar más allá de lo que alguna vez se lo habían permitido. Sus ojos estaban cerrados, sintiendo como sus emociones tomaban el control; se acercaron aún más, sus corazones latiendo al mismo compás. Sus labios se rozaron suavemente al principio, como si estuvieran explorando el terreno desconocido.
Pero pronto, el beso se intensificó. Sus labios se presionaron con más fuerza, como si quisieran absorberse el uno al otro. La emoción crecía con cada segundo, y sus brazos se envolvieron alrededor del cuerpo del otro, atrayéndose más cerca.
El mundo a su alrededor desapareció y solo existían ellos dos, perdidos en ese momento. El tiempo parecía haberse detenido, y todo lo que importaba era el amor que sentían el uno por el otro.
Sus labios se movían al unísono, como si estuvieran bailando un vals lento. La intensidad del beso crecía, pero no había nada de agresividad en él, solo una profunda conexión y deseo de estar cerca.
Finalmente, se separaron por un momento, jadeando suavemente. Sus ojos se encontraron de nuevo y sonrieron, sabiendo que acababan de compartir algo especial.
—Voy a desear que siempre golpees a Ivette y luego traerte aquí— bromeó Alejo, logrando que ella sonriera y ocultara su rostro en el pecho de él.
—No puedes hacerme sentir en las nubes y luego bajarme de ahí con ese comentario— le reclamó Emilia, sin despegar su rostro de su pecho.
Se quedaron unos segundos en aquella posición, sin decir nada, solo se permitieron disfrutar del silencio abrazados, mirando a través del cristal las olas del mar, la arena y el cielo despejado.
—¿Salimos y caminamos?— le dijo la rubia.
—Claro que sí; bajemos—. Alejo le dejó un beso en la frente y bajaron del auto. Emilia se quitó sus zapatillas y dobló sus pantalones; el castaño imitó sus acciones, entrelazaron sus manos y caminaron por la orilla de la playa, dejando que el agua mojara sus pies de vez en cuando. Se alejaron bastante, llegando a una roca donde se sentaron. Alejo subió primero y luego ella se sentó entre sus piernas, mientras los brazos de su chico la rodeaban. Miraron el mar; Alejo le daba su tiempo, sabía que ella quería decirle algo, pero no iba a presionarla. Él también tenía algo que decirle y era un cobarde al no haberle dicho, pero aún no era el tiempo, se decía a sí mismo.
—Hace dos años atrás estaba en una fiesta— comenzó diciendo, y aquello hizo que Alejo tuviera toda su atención en ella.
—Un chico de último año había intentado estar conmigo; primero me decía cosas bonitas y luego, después de un tiempo, él comenzó a ser malo conmigo. Esa noche él me pidió que subiera a la primera habitación que había en aquella casa, que hablaríamos, dijo que estaba arrepentido—. Emilia hizo una pausa, no sabía cómo continuar.
—¿Tú sentías algo por él?— le preguntó el castaño.
—Me parecía un chico lindo y que alguien como él se fijara en mí se sintió bien, pero luego vi cosas que no me gustaban y por eso me aparté de él—. Alejo sabía a quién se refería y tenía el presentimiento de que iba a descubrir muchas cosas.
—¿Qué descubriste?— le preguntó, intentando comprender por qué ella se vio afectada por lo que pasó.
—Él era una persona bipolar, tenía ciertos trastornos y, lamentablemente, él se había obsesionado con que yo fuese su novia. Pero luego que lo vi haciendo ciertas cosas ilegales, supe que yo no era la heroína de nadie—. Emilia se giró y quedó frente a Alejo, quería mirarlo a los ojos cuando dijera todo.
—Ivette era mi amiga, estaba enamorada de Nahuel, pero él no estaba interesado en ella, sino que se había obsesionado conmigo. Aquella noche, él intentó atacarme, pero no lo logró gracias a mi amigo Gastón; él lo impidió. Pero en medio de sus crisis, Nahuel dijo que cargaría con una culpa que jamás iba a superar. Una semana después, Nahuel fue encontrado en la habitación del psiquiátrico sin signos vitales y junto a él, una carta donde me culpaba de su decisión—. La rubia lloraba y su cuerpo temblaba al recordar todo lo que tuvo que vivir.
—Todos me culparon, no querían que siguiera en el colegio, pero soy la hija del alcalde y mi madre no quería que estudiara en otra institución; ella dio la cara por mí. Me aceptaron, pero aunque intenté ser invisible, Ivette y Agustín me recordaban cada día que yo era culpable de su pérdida y del dolor de una madre—. Alejo negó con su cabeza y la tomó del rostro para que ella no dejara de mirarlo.
—Mi tía no te culpa; recuerdo ese día y ella nos dijo que era algo que podía suceder, que él no estaba bien—. Emilia lloraba sin poder contener sus lágrimas, porque todo ese tiempo Agustín le había hecho creer que su madre la culpaba y que por su culpa ella también estaba en depresión.
—Agustín me dijo que ella sufría depresión a causa de la pérdida y que yo era la culpable—. El castaño le secó las lágrimas mientras recordaba todo lo que habían hablado con su tía el día que despidieron a Nahuel.
—Ella sabe que eres inocente y puedo asegurarte que ella habló con los directivos para que tú continúes con tus estudios. Pero quien guarda rencor por ti es Agustín y te prometo que esto va a parar— le prometió, seguro de lo que tenía que hacer.
—Es por eso que dicen que yo haré lo mismo contigo y también es la razón por la que no me defendía; me sentía culpable y creía que merecía todo eso—. Alejo besó su frente y volvió a mirarla.
—Tú no eres culpable de las decisiones ajenas. Pero sí me gustaría saber, ¿qué fue lo que te hizo despertar y ya no querer más eso?— Ella se perdió en el color marrón de sus ojos y él en el verde de los de ella.
—Tú— le dijo con sinceridad y aquello hizo que Alejo se sintiera como un patán al no contarle las intenciones que había tenido, pero cómo le diría ahora todo aquello después de conocer la otra versión de la historia.
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Editado: 03.11.2024