¡quiero ser la protagonista!

9. Hoy no se coquetea… decía él

Empecé la mañana como se debe: con una Coca-Cola fría en la mano y toda la arrogancia de quien cree que hoy, sí, será un buen día. Bajé a la veterinaria con mi mejor humor… solo para verlo evaporarse en dos segundos.

Detrás del mostrador, Fabia reía como si le hubieran contado el chisme del siglo. Y frente a ella estaba Valentín, vestido de recogedor de paquetes y no como si estuviera dispuesto a bañar perros.

Cuando me vio, sonrió. Una de esas sonrisas medio ladeadas, medio estúpidas, que solo podía interpretarse como: “tranquila, yo puedo con todo”.

Estuve tentada a lanzarle mi Coca-Cola a la cara, pero me contuve. Primero, porque intento ser una dama; y segundo, porque mi Coca-Cola era demasiado deliciosa como para desperdiciarla lanzándosela en la cara a semejante idiota.

—Así que de verdad viniste.

Valentín asintió, como quien acepta su destino con resignación... aunque un destello de diversión cruzó esos ojos miel descarados que había decidido odiar.

—Es un sacrificio que estoy dispuesto a hacer —murmuró, inclinándose apenas hacia mí, como conspirando—. Solo para verte toda la noche en mi bar.

—Entonces debo aprovechar cada segundo que pases aquí.

—Ni se te ocurra hacer nada extraño —me advirtió.

—¿Extraño como qué? —repliqué, fingiendo inocencia mientras sorbía ruidosamente de mi Coca-Cola.

—No lo sé… contigo, construir una bomba sería un lunes normal.

Rodé los ojos. Por dentro, una carcajada pugnaba por salir, pero me tragué la risa con un sorbo más de Coca-Cola.

—Ustedes de verdad se llevan bien… —nos interrumpió Fabia—. Es tan raro. Yo pensaba que se odiaban, pero parece que son amigos.

—¡NO SOMOS AMIGOS! —gritamos Valentín y yo al mismo tiempo, con tal sincronía que Fabia se echó a reír.

Tosí ligeramente antes de dar el último sorbo a mi Coca-Cola.

—Él solo está aquí para pasar un día de trabajo —expliqué, dirigiéndome a Fabia—. Con suerte, aprenderá a meterse la palabra lavacani en el trasero. Bien profundo, espero.

Valentín soltó una risa corta y contestó:

—Sí, bueno... esta noche tú también te vas a meter el “bar infernal” por el trasero.

—Muchas cosas me he metido.

—De eso tengo constancia.

Fabia parpadeó, claramente perdida en la conversación.

—Un momento, ¿de qué están hablando ahora?

—Nada que te pueda interesar, tesoro —le dije dulcemente, antes de girarme hacia Valentín—. Y tú, sígueme, Simón Seville.

Él hizo una mueca por mi apodo, pero no me dijo nada y me siguió en silencio. Así se mantuvo mientras le mostraba el grooming, pero su actitud cambió cuando notó que nuestro primer cliente era nada más y nada menos que un husky blanco de ojos azules llamado Tofu.

Vi el momento exacto en que Valentín dejó de respirar. Literalmente. Se tensó como un poste de luz y dio un saltito hacia atrás, como si Tofu fuera un velociraptor y no un perro adorable —y un poco dramático—.

Su reacción solo confirmaba que, sin dudas, él le tenía miedo a los perros.

Lo divertido —y absolutamente terrorífico— de los huskies es que, aunque parecen lobos majestuosos, chillan como si les estuvieran arrancando el alma a cucharadas. Valentín se enteró de ese dato interesante cuando abrió la regadera y Tofu decidió que era el momento ideal para demostrar que, si había una audición para La Scala, él ya estaba listo. El aullido que soltó fue tan desgarrador, tan dramático, que Valentín pegó un brinco y casi deja caer la manguera.

Intenté —de verdad, intenté— no reírme. Pero cuando Tofu pasó de aullido a gritos desgarradores tipo ópera horrífica, ya no pude contenerme. Me doblé de la risa, agarrándome del borde de la bañera.

—¡¿Qué le hiciste?! —gritó Valentín, casi desde el otro lado del grooming.

—¿Me preguntas a mí? Eres tú quien está bañándolo… o al menos intentándolo.

—¡Solo le cayó agua! ¿¡Esto es un baño?! ¡Parece un exorcismo!

Lo grabé. Obvio que grabé todo. Cada salto torpe. Cada chillido. Cada nota dramática de la ópera de Tofu, mientras Valentín sudaba la gota gorda intentando no morir de miedo.

Luego vino Pelayo.

Pelayo era... il demonio.

Era un peluche maldito, una bola de pelos con ojos y mal carácter. Su rutina postbaño era dejar su pelo en cada centímetro de existencia.

Valentín tomó la secadora como quien toma una espada antes de entrar en batalla. Cinco minutos después, estaba tosiendo, escupiendo pelos y haciendo ruidos de gato agonizante.

—¡Guaj! ¡Lo tengo en la lengua! ¡Lo siento bajando por mi garganta! —gimió, con expresión de horror absoluto.

—Trágatelo, amore, te hace falta fibra —le recomendé con una dulzura venenosa.

Por la mirada asesina que me lanzó, diría que mi consejo no fue particularmente apreciado.



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En el texto hay: romance, romance y humor

Editado: 22.08.2025

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