Luego de terminar con mi último cliente peludo del día, salí del área de grooming como si estuviera cruzando una zona de guerra. Mi objetivo era claro: llegar a mi apartamento sin ser detectada, casi invisible, indetectable, desapercibida. Quería evitar a toda costa a Gianluca y su nueva obsesión: el bar de Valentín.
Suspiré aliviada al cerrar la puerta de mi pequeño pero acogedor apartamento. Greta me recibió con su habitual entusiasmo, moviendo la cola como si yo fuera la única persona en el mundo digna de su atención. Me desplomé en el sofá —junto al inspector—, convencida de que había sobrevivido a otro día sin ceder a las súplicas de Gianluca.
¿Qué demonios le pasaba a Gianluca? No era precisamente el alma de las fiestas, y mucho menos un experto bebedor. De hecho, con una sola cerveza ya camina como perro.
Sin embargo, desde que conoció a Valentín, parecía poseído por una urgencia absurda de ir al bar… pero no solo. Quería ir conmigo. Su tono era tan insistente como el de un niño pidiendo un viaje a un parque de atracciones.
Durante varios días logré esquivarlo, pero esa noche de sábado mi suerte llegó a su fin. Porque, cuando escuché los golpes insistentes en mi puerta, supe de inmediato que se trataba de él.
El inspector salió despavorido y Greta empezó a ladrar como loca.
—Tranquila, Greta, soy yo —dijo la voz inconfundible de Gianluca al otro lado.
Greta dejó de ladrar y comenzó a mover la cola con emoción. Yo, en cambio, rodé los ojos y suspiré. Entre los golpes de la puerta y la traición peluda de Greta, no tuve más opción que abrirle.
—¿Sabes qué día es hoy? —preguntó Gianluca con una sonrisa que ya me daba mala espina.
—Sí, es sábado.
—¡Exacto! Entonces ya sabes lo que hacemos los sábados.
—Claro. Bañarme, cenar y dormir. El trío perfecto.
—¡¿De qué hablas?! ¡Hoy iremos al bar del vecino!
—¿A quién te refieres con “iremos”?
—Tú, Bianca y, obviamente, yo.
—No, gracias. Pero gracias por preguntar —lo dije con mi mejor tono de sarcasmo pasivo-agresivo. Él ni se inmutó.
—Oh, vamos. ¿Por qué no? —insistió con ese tono que me recordó al “porfa” eterno de un niño caprichoso.
—Porque no me interesa.
Gianluca alzó una ceja, intrigado por mi falta de entusiasmo.
—Vaya… ¿Y cuándo ocurrió ese cambio? Porque tengo entendido que pasaste un buen rato en ese bar con Bianca y algunas amigas.
En serio… tenía que hacer algo con Bianca y su lengua floja.
—No sé qué te habrá dicho Bianca, pero es mentira.
—¿Es que acaso pasó algo emocionante esa noche?
—¿Por qué tanto interés? —repuse, sintiéndome acorralada.
—Solo curiosidad. Provocada por ti, por cierto, porque yo solo quiero pasar un buen tiempo con mis amigas.
—¿Tú? ¿Pasar un buen tiempo en un bar de muerte? Qué buena broma.
—Está bien, lo admito. No es mi tipo de lugar, pero hay que apoyar a los vecinos, ¿no? Entonces… ¿Qué dices?
—Digo que no, pero tú seguirás insistiendo, ¿cierto?
—¡Perfetto! Entonces nos vemos en diez minutos.
—No.
—¿Eso fue un sí?
Le cerré la puerta en la cara.
—Muy bien, te espero abajo con Bianca —alcanzó a gritar.
Suspiré y entré al baño para darme una ducha rápida.
Me vestí con un vestido blanco veraniego, sandalias de tacón rojo, y traté de domar mis rizos, que esa noche estaban más rebeldes que las insistencias de Gianluca.
Cuando bajé las escaleras para encontrarme con ellos, Gianluca me recibió con un silbido digno de cliché. No perdió tiempo en soltar algún comentario tonto, acompañado por las risas cómplices de Bianca. Los ignoré y salí de la veterinaria, con ellos siguiéndome como dos cachorros emocionados.
Mientras cruzábamos la calle hacia el infernal bar de Valentín, no pude evitar preguntarme cómo había terminado en esa situación absurda. Pero bueno… supongo que hay cosas peores que una noche rodeada de amigos y la sonrisa irritante de Valentín. O al menos eso quería creer.
Al entrar al bar, mis ojos comenzaron a buscar a Valentín casi por instinto. Me detuve en seco y me reprendí mentalmente. ¿Por qué estaba buscando a ese idiota? No tenía sentido. Solo curiosidad, me dije.
Nos sentamos en una mesa casi al centro y fue entonces el turno de Gianluca para echar un vistazo alrededor.
—Todo se ve muy bien —comentó, sonriente.
—Es solo un bar, ¿qué esperabas? —preguntó Bianca.
—No sé… por cómo Calie hablaba del lugar, pensé que encontraría cabezas colgando del techo, animales crucificados y gente en túnicas negras.
—¿Cuándo dije algo como eso?
—¡Siempre hablas como si esto fuera la boca del infierno! —protestaron los dos al unísono.