¡quiero ser la protagonista!

18. Los mensajes que no sabíamos que necesitábamos.

En los últimos dos días, una pregunta me rondaba la cabeza con insistencia: ¿por qué era tan endemoniadamente complicado ser la primera en enviar un mensaje?

La lógica decía que él debía hacerlo. Chiaro. Después de todo, Valentín fue quien me dejó su número, no al revés. ¿Entonces por qué demonios yo tenía que tomar la iniciativa? ¡Era su responsabilidad dar el siguiente paso!

Pero no. Ahí estaba yo, atrapada en un juego de orgullo y ansiedad, revisando mi teléfono cada cinco minutos como si fuera un detector de metales en busca de algún mensaje suyo.

Incluso cuando estaba en plena guerra bañando a un perro, encontraba la forma de tocar la pantalla para averiguar si se había dignado a escribirme.

Para colmo, ni siquiera lo había visto durante esos días. No tenía tiempo para enviarme un mensaje, ni para asomarse al balcón… pero sí tenía tiempo para torturarme desde el bar con esa música horrenda que hacía temblar las paredes y mis nervios.

Esa tarde, después de entregarle a mi último cliente del día, me dirigí al recibidor. Bianca estaba atendiendo a un cliente con su sonrisa profesional, y tan pronto tuvo chance, dejó una lata de Coca-Cola sobre el mostrador.

Miré alrededor con fingida indiferencia, como si esa lata helada no tuviera absolutamente nada que ver conmigo.

Ni idea de quién la dejó, signora.

—Vamos, Callie, no te hagas la tímida —dijo con una sonrisa cómplice—. Ven por tu Coca-Cola.

—¿De verdad es para mí?

—¡Ya deja de actuar como una tonta! Así que ven aquí y dime qué significa esa nota.

—No deberías leer lo que no es para ti.

—Entonces dile a tu pretendiente que haga él mismo sus entregas.

Hice una mueca y agarré la nota pegada a la lata:

“No seas tímida. Escríbeme. El silencio no va contigo”.

—Será idiota… ¿Él de verdad piensa que…?

No pude seguir murmurando para mí misma. Los ojos fijos y analíticos de mi amiga ya me miraban con una curiosidad detestable. Su mirada era una mezcla entre “dímelo todo” y “no pienso dejarte en paz hasta que hables”, lo que, siendo honesta, era lo más insoportable de tener una mejor amiga con olfato de sabueso para el drama.

—No importa cómo me mires. No te diré nada.

—¡¿Qué?! ¡Andiamo, Callie! ¡Soy tu mejor amiga! ¿Qué significa esa nota?

Con un suspiro que emanaba resignación, no tuve más remedio que contarle con detalle cómo había terminado esperando un mensaje de Valentín.

—¿Acaso no tengo razón? —pregunté, al borde de un colapso dramático.

Justo cuando vi que su boca se abría para contestar, levanté la mano, rápida como un semáforo en rojo.

—Mejor ni me respondas.

En vez de esperar una respuesta desagradable de Bianca, preferí volver la vista a la pantalla de mi teléfono.

Suena.
Suena.
Suena.
Suena.

—Callie… si sigues mirando ese teléfono así, va a explotar. O te va a dar una úlcera. O ambas.

—Él debería escribirme primero —repliqué por enésima vez—. Ya me dio su número, ¿no? ¡No soy yo quien tiene que dar el primer paso!

—Callie, amore, escúchate… él ya dio el primer paso. El segundo. El tercero. ¡Y hasta la mitad del cuarto!

—¿Qué? Claro que no —respondí con rapidez, aunque su comentario me dejó pensando por un segundo.

—Además —continuó ella mientras se acomodaba el cabello—, ¿cómo se supone que te envíe un mensaje si tú tienes su número y él no tiene el tuyo?

Me quedé callada. Muerta. Fulminada. Abatida por la lógica.

—Oh… bueno… eso tiene sentido.

Nos quedamos mirándonos en silencio por unos segundos. La sonrisa triunfal de Bianca era suficiente para hacerme querer desaparecer.

Sin más excusas para evitar lo inevitable, pasé mis dedos rápidamente por la pantalla del teléfono y escribí el mensaje más improvisado y poco romántico de la historia.

En cuanto solté el teléfono sobre el mostrador, Bianca lo agarró como una hiena al acecho y leyó el mensaje en voz alta, con entonación teatral:

—“Eres un idiota"

Me miró como si acabara de cometer una herejía en el Vaticano.

—Eres la única mujer en la historia que inicia una conversación romántica con tres palabras ofensivas.

—¿Qué tiene? No es como si fuera una mentira.

El teléfono vibró con una notificación y lo arrebaté de las manos de Bianca antes de que pudiera leerla. La respuesta de Valentín era simple, pero efectiva: “Eres una lavaperros.”

Apreté mis labios y le respondí de inmediato: que no se te olvide que fue a la lavaperros a quien le diste tu número.



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En el texto hay: romance, romance y humor

Editado: 14.09.2025

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