Alexandra.
Luego de abrocharme las botas, me mire en el espejo y me di el visto bueno.
-Lista para mandar al infierno al que se atraviese por tu camino. -gire sobre mis pies luego de escuchar estas palabras y para mi desgracia encontré a Martín mirándome fijamente.
-Cuidado porque en este instante quien se encuentra en mi camino eres tú, troglodita.
-No caere en tus provocaciones diablita así que... deja de querer darme pelea porque no lograras absolutamente nada.
-Entonces apartate de mi camino, porque me estorbas.
Martín hizo lo que le pedí y yo tras pensar que me obedecería sonreí, pero dicha sonrisa se borró al ver a Marcelo, Diego y dos hombres más.
-¿Me pueden explicar que rayos esta pasando?
-El señor nos ordeno que la acompañemos en todo momento, señora.
-Entonces tendrán que acompañarme a la guerra porque voy a terminar de una vez por todas con mi enemigo.
-Como usted diga, señora.
Asentí, y luego de hacerlo coloque mis ojos en Marcelo.
-Tú te quedas Marcelo...
-Pero, señora...
-Nada de pero...
-Señora...
Entrecerré mis ojo y el muchacho muy a su pesar asintió.
-Vamos... -inquirió Martín.
-Martín, las llaves.
-¿Llaves de que?
-Del auto, porque yo voy a conducir.
-No creo que sea prudente.
-Si amas tu preciadas manos te aconsejo que me des las putas llaves de una vez por todas.
Martín se encargó de entrecerrar sus ojos. Y un segundo con todo el dolor que pudiera expresar en su rostro, me extendió las llaves del auto.
Tomé las llaves entre mis manos y con una gran sonrisa empecé a caminar, y los hombres que me acompañaran a la guerra empezaron a seguir mis pasos.
Después de conducir como una demente como dijo Martín, aparqué el auto en la mansión abandonada donde cometeré mi gran hazaña.
-Diablita.
-¿Qué quieres troglodita?
-Te saco la bandera blanca en este preciso momento porque eres hija del mismísimo Lucifer.
-Oh, gracias. Por tus hermosas palabras.
Posterior a estas palabras tome la pistola que tenía en la pretina de mi pantalón.
Martín al verme sacar el arma se colocó más blanco que un papel.
-¿Qué haras con eso?
-Asustar a los enemigos...
-Tengo que corregir obligatoriamente mis palabras anteriores porque, tu no eres la hija de satanás... tú eres el mismo satanás en persona.
-Me alegra que lo sepas, Martín.
Después de regalarle una pequeña sonrisa a Martín, apunte con el arma hacia el cielo y sin dudar active mi arma.
Disparando en dos ocasiones hacia el cielo.
-Vamos. -susurre, con el arma en mano, y los dos hombres que me acompañan asintieron.
Martín, Diego y yo empezamos a caminar, pero justamente varios minutos nos detuvimos, tras escuchar la voz de una mujer, y quien es el responsable de que Itzel decidiera ponerle punto final a su vida, en aquel baño de hotel.
-¿Estás bien? -escuche que una mujer le preguntó a Duncan, estas palabras y fue imposible no enfadarme.
-Estoy bien Amaia.
Escuchar esas palabras lograron hacerme enfurecer.
Así que no dude en hacer mi voz notar.
-¡Tú estás bien, maldito playboy, pero mi hermana no! Tú, Duncan Salvatierra, eres su verdugo.
-¿Quién eres? Y ¿De qué rayos estás hablando? -la mujer que acompaña Duncan, inquirió estas palabras.
Y al colocar mis ojos en ella, la reconocí.
Se trataba nada más y nada menos que de Amaia Montero.
-No sé de qué me hablas... -respondió Duncan, y sus palabras solo hacerme enfurecer enfurecer.
-¡Tú conocías perfectamente a mi hermana! Itzel se entregó en cuerpo y alma a ti, y tú, grandísimo imbécil, la rechazaste después de obtener de ella su cuerpo.
-Yo nunca conocí a esa tal Itzel. Nunca la he visto, y mucho menos le he arruinado la vida -este hombre... intentó explicarse, pero las palabras solo avivaron la ira que llevo contenida dentro de mí.
Después de que él hizo lo que hizo se quiere lavar las manos.
Pero yo no voy a permitir que el salga impune.
-No mientas más, playboy. ¡No te creo nada!
Duncan dio un paso hacia ella, y Alexandra alzó su arma contra él.
-¡Te estoy diciendo la verdad!
-No te creo nada, Playboy. No te creo nada...
La tensión en el ambiente era palpable, y todo empeoró cuando Martín colocó a un hombre desconocido por mi frente a nosotros.
Me encargué de fruncir el ceño mirando al hombre y no dudé en preguntar:
-¿Quién él? Y ¿Qué hace este aquí?
-Diablita, tiene ante tí al hombre que enamoró, ultrajó y rechazó a su hermana. Por culpa de este hombre, su hermana ya no está con usted.
Giró mi cabeza hacia el hombre y este negó levemente.
-Todo es mentira. Él culpable. -el hombre señaló a Duncan Salvatierra. -Él tiene toda la culpa.
Un gruñido salió de Duncan, y al segundo siguiente, se lanzó sobre él.
-¡Di la maldita verdad, rata de alcantarilla! ¡Di la verdad!
La escena se convirtió en un caos total, con gritos, forcejeos y la tensión aumentando cada segundo.
Así que no me quedo más opción que alzar mi arma hacia el cielo y un segundo después disparé dos veces al aire.
Y como era de esperar inmediatamente la pelea entre Duncan y el desconocido, se detuvo.
-¡Explicate, Troglodita! -inquirí y Martín no dudo en hablar.
-Según las investigaciones exhaustivas que hice, Joshua es el único responsable de que tu hermana hoy este perdidas. Él fue quien se acercó a ella, quien la enamoró y pues... Quien la despreció al enterarse que estaba embarazada. -abri mi boca y ojos al mismo tiempo luego de escuchar esas palabra. -Él es el único responsable del sufrimiento de su hermana.
Ardió en mi la rabia y sin pensar disparé contra el hombre. Impactando en una de sus piernas.
Él soltó un gran grito de dolor tras la bala incrustarse en su carne.
-No fui yo.... El culpable es Duncan Salvatierra. El tiene la culpa.
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Editado: 03.10.2024