Alexandra.
Tras desearles las buenas noches a mis niños me apresure a cambiarme de ropa.
Salí de la habitación y justo cuando iba empezar a caminar escuché la voz de Alexander.
—¿A dónde vas?
—No le debo ningún tipo de explicación, señor Salvatierra.
Pase por su lado, y antes de que pudiera alejarme de él, Alexander tomó entre sus manos mi brazo.
—Me debes una explicación porque estas bajo mi techo.
Enarque una ceja.
—Me importa poco estar bajo su techo señor, así que no le daré ninguna explicación de lo que hago y lo que no.
—No me hagas sacarte la maldita verdad a…
—¿A golpes…? -cuestione, y Alexander no dudo en responder.
—A besos.
—Sí Alexandra hubiera escuchando esas palabras, no creo que esas palabras le cayeran bien.
Alexander me miró con intensidad.
—No sé, que sea lo que te traigas entré manos Alexandra, pero ten por seguro que hare todo lo que este entre mis manos para lograr que vuelva a ser la mujer de la que me enamore.
—Muy bonito su discurso, pero tengo que irme Salvatierra.
Me removí, para que él soltará mi brazo.
Pero Alexander ejerció un poco más de fuerza en mi brazo.
—¿A dónde vas?
—No le interesa.
—Estas equivocada. Porque me interesa mucho saber a dónde vas.
—¿Qué quiere de mí?
—Quiero todo de tí, Alex. Quiero volver a tenerte entre mis brazos.
“Oh. Amor mío… tómame entre tus brazos y hazme tuya.”
¡Ja…! Él espera que yo le diga esas palabras, pero esta muy equivocado. Bastante equivocado diría yo.
Porque para que yo vuelva a decirle esas palabras tiene que marcharse al mujercita, y se que eso raramente va pasar, así que él está más que jodido.
—Le dire Alexandra todo lo que me has dicho para que la diabla te corte la lengua y pene.
—No sigas torturándome, Alex.
—Suelteme y manténgase alejado de mí…
—No puedo, y tampoco quiero.
Alexander acercó su cabeza a mi cuello, y allí dejo un beso.
—Alexander, tenemos un problema.
Alce mi cabeza y mis ojos se colocaron en Martín, quién nos miraba con una gran sonrisa en sus labios.
—Creo que llegue en mal momento…
—No.
—Sí.
Coloque mis ojos en Alexander, y lo fulmine.
—Suelteme señor Salvatierra.
—Más te vale hacer lo que dice la dama, porque se que tienes intensión de darte, y no es placer, Alexander.
—Que me de todo lo que ella quiera.
¡Será…!
Martín se atrevio a sonreír.
—¡Ese es mi hombre, carajo…!
—Suelteme Salvatierra…
—No lo haré hasta que me digas a donde vas…
Si no quieres por las buenas, entonces a de ser por las malas…
Con mi mano libre y con total discreción abrí mi bolso y me apresure a sacar de allí el gas pimienta que había comprado en Paris.
Lo lamento cariño pero tú te lo has buscado.
—¿Quieres todo de mí? -acote para después colocar una sonrisa en mis labios.
Los ojos de Alexander se dilataron tras escuchar estas palabras.
—S-sí. -susurro con voz ronca. —Quiero todo de tí.
Luego de escuchar esas palabras alce mi mano libre y sin esperar active el gas pimienta hacia los ojos de Alexander.
—Alex… no.
Alexander se llevo ambas manos a los ojos. Y se estrujó sus iris.
—Te dije que me soltaras y aún advirtiendotelo no me hiciste caso, así que no me quedó de otra que utilizar mi último recurso.
—Alex…
—Nos vemos después señor Salvatierra… -posterior a estas palabras guardé el gas pimienta en mi bolso, para después empezar a caminar.
—Te dije que ella te iba dar, y te dió, Alex. ¡Te dió…!
—¡Callate Martín…!
Apresure mis pasos y justamente cuando me iba a disponer a bajar la escalera, escuché la voz de Victoria.
—Regresaste Alexandra.
—No soy Alexandra…
—Podras engañar a cuanto estupido se cru e en tu camino pero nunca a mí.
Solté un pequeño suspiro.
—¿Qué deseas Victoria?
—¿Yo? Nada, por el momento.
—Entonces déjame marchar en paz.
—Por lo que veo no funcionó el brebaje que te preparé.
—Discipula del diablo. -brame a lo que ella sonrió.
—Te extrañe diabla.
—Yo no puedo decir lo mismo, Victoria.
La mujer se acercó a mí.
—Se acerca tu tiempo Alex.
—¿El tiempo de que?
—De ser feliz…
Ser feliz.
Eso es lo que más anhelo en esta vida.
—Me tengo que ir.
—Ve con cuidado y trata de no causar tanto destrozos.
—Esas palabras no van al tema porque yo soy un ángel… ¿es que no ve, mis alas?
Victoria negó.
—Lo que veo son los cuernos y la cola puntiaguda, características de la esposa del diablo.
Le mentí a Victoria al decirle que no la había extrañado, cuando claramente extrañe nuestras conversaciones.
—Oh, gracias querida. -le guiñe un ojo.
Y antes de que ella pudiera verbalizar alguna palabra, se escucho por toda la casa la voz de Alexander.
—¡VICTORIA…!
—¿Ahora que hiciste?
—¿Yo? Nada. ¿Por quién me tomas queridísima Victoria?
—A mí tu no me engañas diablita…
—Piensa lo que quieras cierva del diablo… porque yo me voy.
—¡VICTORIA!
La mujer rodó sus ojos antes de girar sobre sus pies.
—Te lo ganaste Salvatierra. Te lo ganaste.
(***)
Entre al hospital pediátrico y a lo lejos divise a Louis.
Quién se encontraba sentado en un banco con la mirada perdida.
Hice una mueca y me apresure a caminar hacia él.
—Te dije que me llamaras, Louis.
Louis coloco sus ojos en mí e inmediatamente se levantó de su asiento.
—Alex, tengo un niño. -Louis me abrazó. — Pero está entré la vida y la muerte. Y no quiero perderlo.
Rodeé a Louis con mis brazos.
—No lo perderás Louis, veras que no lo perderás.
—Tengo miedo.
—Yo estoy aquí contigo.
—Louis…
El mencionado se separo de mí.
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Editado: 03.10.2024