Capítulo 3: Él Es Real.
ROSIE.
El estrepitoso sonido del despertador me despierta cinco minutos antes de las siete de la mañana. Es lunes, por lo que debo despertarme antes para darme una ducha, elegir alguna prenda del armario además de organizar los libros que me llevaré a clases. Debo admitir que siento los nervios a flor de piel debido a mi primer día en la universidad. Sin embargo, la emoción me domina mucho más que los agonizantes nervios.
Me estiro sobre el colchón para aliviar el entumecimiento de mis extremidades. Diviso, por el rabillo del ojo a Mecha, ella permanece con el edredón cubriéndole la cabeza. Decido aventarle una pequeña almohada para despertarla ganándome un gruñido de su parte. Parpadea de mal humor y se incorpora sobre el colchón frotándose los ojos con holgazanería.
—¿Por qué debes despertarme tan temprano? —pregunta. Desvía la mirada hasta el reloj que se encuentra inmóvil al costado de su cama y exhala un bostezo somnoliento—. ¡Oh por Dios! ¡Es tarde! ¡Es nuestro primer día!
Me muerdo los labios para no reírme y corro las cortinas para que la luz de la mañana penetre en la habitación. Las perezosas gemelas se cubren aún más con el edredón y emiten un graznido al mismo tiempo que causa que un escalofrío me recorra la medula.
No demoro en tomar mi toalla y encerrarme en el cuarto de baño en un intento de mejorar mi aspecto por las mañanas. Miro mi reflejo en medio del espejo y temo que éste pueda quebrarse en miles de pedacitos. Las mañanas son un calvario para todas las chicas.
Me deshago de mi pijama con pereza y la tiro sobre la cesta en la arista del baño. Ruedo la llavecilla del agua caliente, y ésta demora varios minutos en calentarse. La calidez del agua penetra cada folículo de mi piel alejando la pereza de mi sistema. Después de ducharme, enrollo una toalla alrededor de mi cuerpo y vuelvo a la habitación para cambiarme. Agradezco que no sea una de esas residencias en las que debemos compartir las duchas, aunque por lo que llegué a ver, el edificio de las chicas tiene además un área de vestuario. Cuando vuelvo a la habitación, Mecha pasa a mi lado como un corre caminos para alistarse.
Sumerjo medio cuerpo en el interior del armario y me lanzo en la búsqueda de la vestimenta que me pondré. Toda mi ropa me recuerda a mamá: marineras largas hasta las muñecas, faldillas plisadas, zapatillas abiertas...todo lo que ella transmite, más no lo que realmente me gustaría vestir.
Considero la idea de cambiar mi vestimenta pero sé que no le agradará cuando me vea la próxima vez. Oprimo mis labios cada vez que recuerdo a mi madre. Siempre me empujó a ser exactamente igual que ella, vestir como ella, actuar como ella, ser como Rinarie Hamilton. Ya no tengo claro ni cómo debo actuar ahora que estamos distanciadas.
¿Debería cambiarme a mí misma o seguir las huellas de mi madre por el resto de mi vida?
Sería inútil resistirme a ella.
Mecha me saca de mis cavilaciones cuando me da un codazo en las costillas que me arrebata el aliento. La miro con acidez antes de atusar mi cabello con mis dedos para asegurarme de que se encuentre prolijamente peinado. Coloco una goma elástica en mi muñeca e introduzco un par de libretillas en el interior de mi bolso.
—¡Despierten par de marmotas! —exclama Mecha tras aventarle un par de almohadazos a Claire y Blair pero pareciera que se encuentran en estado de coma.
Realizo un aspaviento con mi mano para indicarle que se detenga. Mecha exhala un suspiro entretanto se detalla frente al espejo de cuerpo entero. Peina su lacio cabello castaño con sus dedos y realiza una morisqueta graciosa que me impulsa a soltar una carcajada.
—¿Qué intentas hacer? —cuestiono elevando mis cejas con picardía. Ella se toca la punta de la nariz con su dedo índice y arruga la frente.
—Es demasiado puntiaguda —se queja de su nariz.
Blanqueo los ojos antes de coger mi bolso y lanzarlo encima de mi hombro para dirigirnos a la facultad de ciencias políticas.
La marea de estudiantes caminando de un lado a otro me abruma tan pronto salimos del edificio en dirección a la facultad. Mecha abre los parpados con fuerza y entrelaza su brazo con el mío mientras sus castaños globos oculares se pierden entre el aparcamiento atestado de estudiantes.
Por lo menos, Mecha hace de mi vida universitaria menos solitaria.
‹‹Tienes a los Janssen›› me recuerda mi subconsciente, y le aparto con la mano de entre mis pensamientos. Eso no es una opción que consideraría.
Podemos estar en la misma universidad pero conozco muy bien a los chicos como los Janssen; pertenecen a ese porcentaje de chicos que creen que por tener lindas miradas y sonrisas de ensueño, nosotras las chicas estamos destinadas a ceder ante cualquier petición que se les cruce por la cabeza.
Los chicos como Micah solo giran en torno al desastre. No puedo pescar nada bueno si decido involucrarme con él.
Además, hasta lo que recuerdo, él tiene novia.
‹‹¿Y a ti qué más te da que tenga novia? ¿No decías que lo detestabas?››